martes, 30 de octubre de 2012

un minuto de silencio

A veces sucede, y esta mañana lluviosa se ha producido uno de esos paréntesis en que por momentos la realidad parece como si hubiera quitado el sonido de la calle mientras la imagen seguía su curso sin interferencias. Caminaba yo bajo el paraguas y de pronto he percibido que no había ningún ruido a mi alrededor: ni cláxones de coches, ni acelerones de autobús, ni la chapa de un comercio que alguien levanta con estrépito. Nada. Y no es que el mundo se hubiera detenido unos segundos, como sucede en el cine o en algún spot cuando la imagen queda 'congelada'. No, ya digo que todo seguía su curso con rutinaria naturalidad, por así decirlo. Observé cómo las luces de un semáforo pasaban del verde al ámbar  y del ámbar al rojo, y esto sucedía para nadie, sin que ningún vehículo estuviera allí en ese momento para seguir sus instrucciones. Por la acera de enfrente pasaba una madre con su hijo camino del colegio bajo un paraguas amplio. Y detrás otra, ésta junto a dos niñas con chubasqueros amarillos. Caminaban en silencio. Delante de mí, a unos pocos metros, cayeron despacio tres, cuatro hojas de un árbol; nadie salvo yo asistió a ese hecho quizá insignificante. Un poco más allá, un coche de la policía cruzaba muy despacio, y también en silencio, como si el motor (para no alertar a los delincuentes) estuviera insonorizado. Eran las nueve menos cinco de la mañana y todo estaba en orden, casi diría que en orden y en concierto. Pero en silencio, como en un sueño. O como si en la pista de hielo -generalmente en Innsbruck- la bella patinadora austríaca se deslizara con toda la armonía del mundo siguiendo una música inexistente que solo sonara en su memoria. Hay una escena inolvidable en El pianista, de Polanski, en la que Adrian Brody, refugiado en una casa de Varsovia -donde, si quiere salvar la vida, el único sonido que se puede permitir es el de su respiración-, se sienta ante el piano, levanta la tapa, acerca sus dedos a las teclas y empieza a tocar una balada de Chopin... en silencio, mentalmente, sin llegar siquiera a rozar esas teclas quietas. Creo que es una de las escenas de cine que más me han emocionado. Otras veces imagino la situación inversa: un sendero en el bosque, a finales de octubre, poco después de la lluvia, donde, de pronto, en el silencio limpio de la tarde, empieza a sonar para nadie este The Man I Love, de Gershwin, que ahora no escucho. Quizá, mientras suena, asome una ardilla (a ver qué pasa ahí) o caigan tres, cuatro, siete hojas que no tienen prisa ninguna por llegar a suelo. Y luego, tras las últimas notas de esa canción, y de casi un minuto de silencio, empieza a llover de nuevo en el bosque.

5 comentarios:

  1. Siempre adoré, y sigo adorando, el sonido del silencio. PP

    ResponderEliminar
  2. Gracias por este regalo de cumpleaños. C.A.

    ResponderEliminar
  3. Creo que eran los griegos los que decían que en el silencio absoluto se podían oir el sonido de los astros. Y ahora he sentido, al leer este post, el sonido del silencio.

    ResponderEliminar
  4. Qué placer es sumergirse en estos textos, y comprobar cómo se van convirtiendo en fragmentos de realidad "prestada".

    Si se me permite un pequeño cambio en la BSO del texto... me gusta la versión de Ella Fitzgeral...

    https://www.youtube.com/watch?v=LPppZQhyC9o&feature=related

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Un texto con profusión de imágenes y sonidos. Me quedo con la última. "... Otras veces imagino la situación inversa: un sendero en el bosque..." Un delicado film onirico fascinante. Salud!

      Eliminar