miércoles, 30 de noviembre de 2011

no podemos gastar tan poco

Ya sé que a muchos les parecerá una chorrada o algo parecido, pero a mí me encanta, me divierte mucho una cuña de radio que oigo todas las mañanas mientras desayuno. Forma parte de la campaña del Renault Dacia Duster, orientada a potenciar el precio de ese modelo. Y lo hace de un modo muy notorio. En síntesis: una pareja, en el concesionario, se escandaliza ante un precio tan bajo. Tanto es así que ella (una pija muy loca), al conocer lo intolerablemente barato que es el coche, dice algo así como "bueno, al menos... gastará mucho, ¿no?" Y cuando es informada del bajo consumo que tiene el Dacia Duster, ella responde: "¡no podemos gastar tan poco!". Y a continuación echa una risa completamente locatis que me tiene trastornado. El spot, aun siendo lo mismo, no funciona igual de bien; pero la cuña es total. La idea que hay detrás de esa campaña es hábil, es inteligente. O al menos así me lo parece. Pero todo esto me lleva a un tema que me encanta: el derroche. Los lectores de este blog saben que compro mucho en Dia, en AhorraMás, en Udaco. Soy pues un ahorrador compulsivo, pero no puedo negar que me fascina el derroche y su estética desaforada y amoral. Ese imaginario tiene que ver con el lujo y la extravagancia, los Aston Martin, los Bugatti a toda velocidad por La Riviera, al amanecer, tras una noche muy loca de casinos, de incontables descorches de Beuve Clicquot, de actitudes muy muy frívolas y completamente irresponsables, pero de una elegancia muy wilde y muy divina. Tengo la música que ilustra a la perfección esa película. De hecho la estoy escuchando con toda alevosía en este momento. Es un clásico del jazz blanco; su título: If I Could Be With You, en versión de Benny Waters & The Traditional Jazz Studio, de Praga. Una joya que obra en mi poder desde hace tres décadas. Ese tema suena cada vez  más lujoso, más evocador... Algo así como una pérgola años 30 en Niza, en Mónaco, en San Remo, en un amanecer color champagne, con un descapotable -Bugatti, por supuesto- aparcado muy cerca, el lazo de la pajarita ya deshecho, la sonrisa fatigada y dos chicas muy jóvenes, muy altas y más bien bisexuales, con ajustados vestidos de lamé. Ellas sabrían decir mejor que nadie, y en varios idiomas, eso de "¡no podemos gastar tan poco!"

martes, 29 de noviembre de 2011

cuando no pasa nada

¿Qué pasa cuando no pasa nada? Ese es un tema que me fascina. Y su reverso, más aún: lo que sucede sin testigos, para nadie, sin que nadie lo vea. Cuando en apariencia no pasa nada, ahí está sucediendo un relato de terror. Hace algunos días, al abrir la puerta de mi casa, olvidé sacar la llave de la cerradura. Durante varias horas las llaves permanecieron a la vista y al alcance de cualquiera que pasara por allí. ¿Qué ocurrió durante todo ese tiempo? Ningún vecino tocó el timbre para avisarme de que alguien, en un descuido, había dejado las llaves puestas. Aunque no imposible, resulta difícil creer que nadie las vio. Durante esas horas pudo ocurrir de todo: desde la teoría de la invisibilidad (no vemos lo que tenemos delante de los ojos) hasta el episodio más elaborado: un repartidor de algo pasa por delante de mi puerta, ve las llaves, se detiene un par de segundos, duda, se lo piensa, sigue su camino, vuelve a detenerse, hace sus cáculos, desanda lo andado, extrae la llave de la cerradura con mucho sigilio, sale  a la calle, acude a una ferretería cercana donde hacen dobles al momento. Vuelve. Llama a un telefonillo diciendo 'cartero comercial', sube a la segunda planta y, con el mismo sigilo, introduce la llave en la cerradura y se va. Todo eso habría sucedido en apenas diez minutos. Nadie lo habría visto, ni sospechado, ni pensado mal de ese repartidor, de ese rutinario cartero comercial. Ahora él estaría rumiando el día y la hora de entrar 'llave en mano' en este piso. Y hacerlo en una de esas fechas sin nadie en que, uno o dos días antes, nos cercioramos de haber regado las plantas, revisados los grifos, apagado las luces, cerrado la puerta con doble vuelta de llave, antes de subir al coche para pasar unos días con la familia. Así pues, todo queda en orden para que alguien introduzca esa llave en la cerradura y, educadamente, se ceda a sí mismo el paso. Claro que en esta casa no iba a encontrar nada pequeño y de valor: dinero, joyas, cartiers de oro blanco... Aunque con unas horas por delante -quizá una noche entera- encontraría tesoros tales como fotos de las que no hay negativo ni copia, cartas de amor, recuerdos de viajes, vinilos de juventud, cuadros de amigos, bisutería alegre, poemas sin publicar, películas muy vistas, libros con notas, bonita lencería, plantas regadas... No sé, quizá le deje en lugar visible al visitante un billete de 50€ y mi dirección de e-mail. No en vano dicen que es preferible un mal acuerdo a un buen juicio.

lunes, 28 de noviembre de 2011

melancolía

Cuando la tarde del domingo languidece y renacen las sombras, ¿qué otra cosa puede hacer uno sino plancharse de un tirón una pila de camisas y camisetas, varios pantalones, incluso alguna falda encantadora, para ganarse así el derecho a irse al cine, a la sesión de las ocho? Melancholia, de Lars von Trier, es la película ideal para indultar una tarde de domingo. Lo que nos cuenta aquí el director danés es el apocalipsis, el fin del mundo, pero de un modo amable, tierno, casi dulce, inevitable como un destino, y además poético. A ello no es ajeno, claro, el preludio, tan emotivo, de Tristán e Isolda, de Wagner. No puedo negar (ni quiero, qué tontería) que me ha gustado esa película, y que su anunciado y tremendo final me dejó una paz balsámica, casi religiosa. Sin duda, ir a ver Melancholia fue una decisión acertada. Una tarde-noche de domingo, a finales de noviembre, requiere de emociones realmente fuertes que neutralicen las melancolías que a veces nos invaden despacio, nos inundan, se apoderan en silencio de nuestra alegría insensata... Quiero decir con esto que una tarde así, ya avanzado el segundo tiempo, necesita un golpe de luz inesperado, una sorpresa que dé la vuelta al orden de las cosas y abra el camino a una elegante catástrofe, una película que nos anticipe el final de la película. Luego sales a la calle y no llueve; no pasan diez ambulancias seguidas; las farolas iluminan Bravo Murillo como siempre. Camino del metro, vas pensando en la bella Kristen Dunst (María Antonieta) y en la maravillosa Charlotte Gainsbourg, hija del gran Serge Gainsbourg (he leído que sus fans siguen lanzando al jardín de su casa, en París, paquetes de cigarrarrillos Gaullois). Pero Melancholia llega a su debido tiempo. A veces me pregunto si este blog y yo y mis dudas, risas, esperanzas, juegos, miedos, bromas... no estarán, no estaremos, fuera de lugar, de tiempo, de domingos en los que no siempre va a encontrar uno la película idónea, la Melancholia que le salve la tarde, la vida, el porvenir, la vuelta a casa. Pero, bueno, de momneto, la cosa funciona. Y además, qué coño, la vida es bella.

viernes, 25 de noviembre de 2011

el jardinero zen

Ese es el título de la película a que aludía ayer. Cuando lo vi en el parque barriendo con aquella calma las hojas caídas, haciendo pequeños montoncitos... Cuando lo vi barriendo con esa delicadeza, ese ensimismamiento, debo admitir que me quedé en la superficie, en la mera apariencia. Pensé que ese joven -alto, delgado, con coleta- tenía la mente puesta en otro sitio, quizá en una mujer, quizá en una seria preocupación, en algo que en ese momento lo tenía abstraído. Por eso barría las hojas de ese modo, acompañándolas casi (con esa escoba con dientes de metal en abanico que ellos llaman 'la palmera'), junto a las otras hojas caídas a su lado. Tras observarle unos segundos, seguí mi caminata. Es una buena manera de empezar el día. Mientras camino, observo la escenografía cambiante a cada paso, visualizo encuadres, planos, secuencias, argumentos, ideas para un spot imaginario, para un relato breve, incluso para un poema que está ahí... pero que es improbable que yo lo ponga por escrito. Han pasado 30 minutos de reloj y estoy de vuelta, dispuesto a no entorpecer el discurrir de la mañana. Observo que el joven de la coleta apenas ha avanzado unos pocos metros. Sin embargo, ahora, visto de cerca, la cosa cambia. Es cierto que solo ha limpiado una reducida superficie, no más de... treinta, cuarenta metros cuadrados. Pero también lo es que con los dientes de su 'palmera' ha ido dibujando en la tierra -descubro- un jardín zen de surcos donde las líneas suavemente curvas dibujan ideas desnudas, pensamientos abstractos, quizá versos de arena o cartas de amor o de súplica dirigidas a quien sea capaz de escuchar y traducir los latidos, los temores, los ideogramas dibujados por un poeta que escribe con silencios, por un jardinero zen. De acuerdo, es una película sin diálogos y sin apenas acción, pero tampoco creo que necesite más: un parque en medio del otoño; las curvas de una cadera; alguien, un funcionario municipal, que en lugar de barrer baila una canción de amor con su escoba. ¿Y si todo va mal? ¿Si las líneas de la mano conducen a un callejón sin salida? Bueno, en ese caso, ya veremos.

jueves, 24 de noviembre de 2011

andar y ver

Estos días el parque está como para ganar un premio de fotografía. Y no solo eso, en realidad podría aspirar a varias categorías: ambientación otoñal, decorados, iluminación, sonido directo, efectos especiales, atrezzo, casting, figurantes... A veces todo parece responder en él a una meticulosa sincronización de movimientos; a una sucesión aritmética de acciones (casuales en apariencia) perfectamente programadas; a un ritmo en el que todo fluye con absoluta 'naturalidad' sin que nada resulte forzado o prescindible. Esta mañana, caminando por el parque, he tenido la percepción de que allí estaba teniendo lugar el rodaje de una película; o quizá mejor el ensayo general previo al rodaje. Únicamente, no estaban (visibles) la cámara, ni la grúa, el traveling, los 'eléctricos', el equipo de rodaje... Todo lo demás, sí. Inevitablemente me he acordado de aquella maravillosa película de Truffaut, La noche americana, donde el argumento, ya sabéis, gira en torno al rodaje de una película que tiene como protagonista a una Jacqueline Bisset más bella y más bisset que nunca. Cuando el propio Truffaut da la orden de empezar a rodar, toda la acción (o sea, la vida) se pone en movimiento: pasa un coche, la grúa se eleva, la señora del perrito entra en campo, Jean-Pierre Léaud avanza, la música sube... y por momentos todo sucede como está previsto, en el lugar exacto y en el preciso instante en que tiene que suceder. Pues bien, eso mismo es lo que estaba ocurriendo esta mañana en el parque. Yo lo vi. Era otra película, sin duda, otro tema, otro tempo, pero con la misma planificación milimétrica, la misma precisión en el devenir de la secuencia, igual perfeccionismo en todo. Pero, ¿quién rige toda esta coreografía? me pregunto, al andar y ver lo que veo. Se me responderá tal vez que 'el azar'. Vale, de acuerdo, pero, en ese caso, ¿quién ordena este azar? ¿Y con qué criterio? Mañana viernes desvelaré el título de la película, así como la escena que lo explica y un pequeño tráiler imaginario, para dar una idea aproximada de lo que podría ser esa producción, si el equipo de rodaje estuviera allí cada día, a eso de las... ocho y medio.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

el misterio de Lady B

Lady B es el pseudónimo de alguien que recientemente se ha inscrito en el registro de 'seguidores' de este blog. Ha sido la última incorporación. Solo de vez en cuando se inscribe algún nuevo inquilino. Curiosamente, la mayoría de los lectores asiduos de este diario no figura en ese listado de seguidores: los más prefieren la discreción y el anonimato. O la clandestinidad. Lo comprendo. Yo también tengo mis secretos inconfesables, mis clandestinidades. Pero el caso de la misteriosa Lady B me tiene intrigado. La imagen que ha elegido como avatar parece el retrato de una elegante dama del siglo XIX. Es posible que se trate de un cuadro conocido, no lo sé. Me gustaría verlo a un tamaño no tan minúsculo para salir de dudas y, sobre todo, poder saber o intuir algo acerca de esta enigmática seguidora. Para mayor intriga y desconcierto, el recuadro con la imagen de Lady B aparece unas veces sí y otras no. Tan pronto se da de baja de este blog como reaparece horas después. Es como si, tras haber recapacitado sobre su marcha, decidiera volver y darle una segunda oportunidad a este copy en crisis (o en lo que sea). Pero lo cierto es que las desapariciones o fugas se repiten una y otra vez. ¿Cómo debo interpretar esas intermitencias? ¿Castigos, arrepentimientos, infidelidades, reproches? Esos cambios de ánimo -ahora sí, ahora no-, por un lado tienen algo de virtual ducha escocesa, pero por otro sería como reconocer por su parte que 'ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio'. A veces, cuando abro este blog y veo que ella está... ausente, me hago preguntas. ¿Qué habrá ocurrido esta vez? ¿Le habrá sentado mal algo que dije en el post de ayer? ¿Se habrá hartado de mí y dado de alta en otro blog? Pero luego, cuando Lady B regresa con su recuadro y su bello avatar, entonces sonrío como un bobo (no como un BoBo) y me digo: "bueno, bueno, la cosa no ha sido tan grave: my lady vuelve a casa al anochecer, tras deambular varias horas por ahí, bajo la lluvia." Y me entran ganas de ofrecerle una copa de oporto. Y algún dulce.

martes, 22 de noviembre de 2011

la coctelera

Hoy no tengo el cuerpo para mucho ruido (virus) ni la mente para mucho esfuerzo. Uno de esos días que donde mejor se está es en un lugar llamado silencio. Pero un silencio activo, navegable, que poco o nada tiene que ver con "el silencio definitivo del corcho" de la greguería ramoniana. Y haciendo de la necesidad virtud, me viene a la (mala) memoria el final de un artículo leído recientemente y que lo tengo por aquí. Pertenece a un filósofo muy controvertido y muy de moda, muy hábil, muy ingenioso, provocador, simpático y espabilado que maneja la coctelera como nadie: Slavoj Zizek. En ese artículo, el filósofo más cool de la actualidad acaba proclamando, en relación a las protestas de los indignados en Wall Street (a las que se suma descaradamente): "Todo lo que digamos ahora nos lo podrán quitar (recuperar); todo menos nuestro silencio. Este silencio, este rechazo al diálogo, a los abrazos, es nuestro "terrorismo", tan amenazador y siniestro como debe ser." Y ya que estamos, aprovecho el viaje y reproduzco lo que dice el propio Zizek unos párrafos más arriba: "Todos conocemos la típica escena de dibujos animados: el gato llega al borde del precipicio, pero sigue andando, sin saber que ya no tiene suelo bajo los pies, y no se cae hasta que mira hacia abajo y ve el abismo. Lo que están haciendo los manifestantes es recordar a quienes tienen el poder que deben mirar hacia abajo." Qué bárbaro. Con ese estilo tan desenvuelto y esa facilidad para la coctelería, este hombre no tendría precio como creativo publicitario. Bueno, al parecer, la cosa no iría muy desencaminada: en el mundo de la cultura, de la comunicación, Zizek es ya una especie de marca reconicible en los mercados; una marca de origen esloveno, sí, aunque de alcance internacional. Y para colmo del diseño gráfico, esa marca se escribe con dos acentos circunflejos, pero hacia arriba, uno encima de cada zeta. O sea, pura exclusividad.

lunes, 21 de noviembre de 2011

elecciones

Supongamos que en España hubiera habido ayer Elecciones. Y supongamos que se hubieran cumplido los pronósticos más pesimistas para el partido del gobierno y los más optismistas para la oposición. Suponiendo que así fueran los hechos, y teniendo en cuenta el actual estado de cosas, ¿qué deberían sentir los votantes de una y otra opción? Pues bien, los ganadores por abrumadora mayoria deberían estar contentos por la victoria, claro, y felices, pero horrorizados ante lo que le esperaría al futuro gobierno. Porque en ese caso no valdría recurrir a fórmulas como "no esperen milagros" ni frases por el estilo. ¿Cómo que no? ¿Qué otra cosa cabría esperar entonces? ¿No habíamos quedado en que lo suyo iba ser llegar y... besar el santo? Conociendo al candidato, este habría dejado caer en su campaña un único compromiso: el de hacer las cosas 'como Dios manda'. Con ese nivel de exigencia y de concreción, votarle se habría convertido en una pura cuestión de fe. Creer o no creer, esa sería la cuestión. ¡Y es tan tentador creer a ojos cerrados! De modo que ahora ya no valdría volverse atrás. El mensaje de los ciudadanos sería: Oiga, ya pueden empezar a hacer milagros uno tras otro, porque de lo contrario -después de todo lo que han dicho y de lo que han dejado sin decir- iban a quedar ustedes como unos embusteros, y muchos de sus votantes como unos ingénuos bobalicones que se creyeron (o quisieron creerse) sus fórmulas milagrosas. A los perdedores, a los muy muy perdedores, habría que decirles en ese supuesto que no sufran más de lo reglamentario. Que ahora les toca descansar un poco, meditar, reflexionar, leer, madurar, escuchar música, pasear tranquilamente bajo las estrellas del desierto... mientras dure la travesía, la cual ha de ser larga y difícil, como todas las travesías del desierto, empezando por la de Moisés, que le costó 40 años dirigir al pueblo de Israel desde el Sinaí hasta la Tierra Prometida, Palestina. Es triste perder, sí, no hay duda, pero a veces también puede ser un alivio. Un gran alivio. En fin, que, como dijo no sé quién, hay que mostrarse generoso con los derrotados y arrogante frente a los que gritan 'victoria'.

viernes, 18 de noviembre de 2011

quién es quién

Leo el final del post de ayer y no sé qué "cosas tan románticas" eran esas a las que me refería en la última línea. ¿Será que ayer yo era otro, el otro, un falso yo que me estaba suplantando ante la pantalla del ordenador? De lo contrario me acordaría perfectamente de esas cosas tan bonitas, supongo, que por desgracia se iban a quedar fuera del post de mañana, o sea, de este de hoy viernes. ¿O es al revés? Quizá soy yo el suplantador y por eso no recuerdo lo que el original, el de ayer y el de anteayer, etc, pensaba que era una lástima que esas cosas románticas fueran a quedarse sin aparecer en este diario. He ido al cuarto de baño y he pasado un par de minutos mirándome fijamente al espejo, como desafiándome a mí mismo, o mejor dicho, al que probablemente hoy se ha apoderado de mí y me está suplantando. Al principio no he notado nada; después... como que el posible suplantador (su alma quiero decir, claro está) se ha puesto un poco nervioso, un poco tenso, quizá intimidado por la persistente mirada. ¿Puede uno intimidarse a sí mismo? En cualquier caso, surge el problema de quién de los dos, el que escribía aquí ayer o el que ecribe hoy, es el auténtico. O quién el falso, que lo mismo me da que me da lo mismo. Porque aquí alguien está tratando de engañar a alguien, querido/a lector/a. Y voy más allá: ¿quién te asegura a ti que este diario lo escribe un solo individuo y no dos, tres, varios autores que utilizan el mismo nombre o pseudónimo, imitan un mismo estilo (aunque ahí habría mucho que decir), simulan ser ese personaje inventado que se hace pasar por "un copy en crisis"? Aquí sí que valdría la expresión 'usted no sabe con quién está hablando'; en este caso sería más adecuado decir 'usted no sabe a quién está leyendo.' Pero lo que el espejo no es capaz de detectar, mi mujer sí. Esta noche saldremos de dudas. Si estoy siendo suplantado, ella lo va a percibir muy pronto. Tiene una sensibilidad especial para eso. Claro que si detecta que soy otro y calla..., la cosa es grave ¿O no?  Sin duda sería grave, aunque he de admitir que muy excitante. Veremos.

jueves, 17 de noviembre de 2011

falsificado(r)

El pasado domingo leí este titular en el periódico: "La mejor colección de arte (falso) moderno de Europa". Y debajo: "Alemania condena a unos falsificadores que estafaron varios millones en cuadros". Demasiado tentador. Me sumergí con avidez en la noticia. En síntesis: un tal Wolfang Beltracchi atribuyó a un abuelo de su esposa y cómplice una colección de arte (que nunca existió) de la primera mitad del siglo XX: la Collection Jägers. Y ahí empezó todo. Porque si existía la Colección pero no los cuadros, pues, en pura lógica, habría que crearlos para llenarla de contenido.Y así fue. El hábil Beltracchi creó toda una factoría en una granja de Renania y fue colocando en Christie's y otras afamadas firmas obras de Max Ernst, Leger, van Dongen... y en ese plan. Los pinceles de Beltracchi -qué buen título, mira por dónde- crearon no menos de doscientas auténticas obras maestras de la falsificación. Este es un viejo y sinuoso tema que, por algún motivo que desconozco, me resulta fascinante. Quizá tenga ello que ver con la atracción algo morbosa que siento por los impostores, por las dobles identidades, por quienes no son lo que parecen pero tampoco lo contrario, pues ello sería casi fácil y bastante simple: los cazaimpostores lo detectarían con relativa facilidad. No. La policía no es tonta; pero los falsificadores, los impostores, los agentes dobles y otras hierbas alucinógenas... menos aún. Y volviendo al arte de falsificar, me gustaría ver ahora aquella película de Alan Rudolph -Los modernos- de finales de los 80 si no recuerdo mal. Según bromeaba medio en serio Rudolph, los museos y las galerías de arte contemporáneo están llenos de indistinguibles falsificaciones. Gucci, Prada, Cartier, Apple, Louis Vuitton, Fendi, Camper, Nokia, Dolce & Gabbana, Procter & Gamble, Justerini & Brooks, Bang & Olufsen, Pitt & Jolie, Möet & Chandon... también. Yo mismo algunos días me levanto sintiéndome ligeramente otro, y al mirarme al espejo no puedo evitar la duda de si seré o no el de anoche, o si alguien habrá ocupado mi lugar mientras dormía. Y no puedo por menos que desconfiar de mí mismo y decirme ante el espejo: "pero quién eres tú, embustero, para poner en duda mi nombre, mi currículum, mis dudas, mis amores, mis sospechas..." Hay una palabra muy fea en la Wikipedia y en otros sitios: "desambiguación". Lo he dicho alguna vez aquí con una de mis frases favoritas: "¿pudiendo complicar, ¿para qué simplificar?" No sé, creo que mañana tendré que continuar con esto. Lástima. ¡Tenía cosas tan románticas que decir!

miércoles, 16 de noviembre de 2011

ZAZ

Se llama Zaz y le ha bastado un solo álbum y una canción -Je veux- para convertirse en la nueva revelación de la música francesa. Una buena amiga y seguidora de este blog me envíó ayer el enlace por el cual he conocido a esta chica maravillosa. Decir que Je veux es una declaración de amor a la vida sería un lugar común bastante soso y previsible. Es más que eso. Es una invitación irrenunciable y descarada a pasárnoslo bien a cualquier hora, y a olvidarnos de todo lo que impide o entorpece el libre discurrir de la alegría, de l'amour, de los sueños, y en definitiva del derecho a ser felices. Je veux es una de esas canciones carismáticas y pegadizas que se dan una vez cada diez años y que te rejuvenecen imprudentemente el corazón y la fantasía. Veo a Zaz en ese vídeo y me digo: quién pudiera volver a los... 27, y ser nuevamente joven por un día o dos o una semana en París, este otoño, para quedar con Zaz y coincidir con ella en que a su lado (y al de las personas que quiero) yo tampoco necesito "una habitación en el Ritz", ni "alguna joya de Channel", ni "una limusina", ni "una mansión en Neufchâtel". Si traduzco libremente esa canción al español me salen unos versos muy conocidos de Salinas: "Para vivir no quiero islas, palacios, torres, ¡Qué alegría más alta: vivir en los pronombres!" Y los pronombres del poeta son, claro está, "tú", "yo", "nosotros"... ¿Alguien se acuerda de una película de amor (con larguísimos planos-secuencia) cuya acción transcurría en París, titulada Antes del atardecer (secuela de Antes del amanecer), con Etham Hawke y Julie Delpy? Pues bien, esa canción de Zaz pudiera ser perfectamente la que diera vida y música a Después del amanecer, la película que aún no se ha hecho pero que debería estar haciéndose en París -con Marion Cotillard, por supuesto- con guión del austríaco Daniel Gratauer, el autor de Contra el viento del norte y de Cada siete olas. Pero lo cierto es que cuando una francesa tan francesa (y estoy pensando en mi querida Christina Venturini, tan elegantosa) rompe la voz de ese modo y te dice como sólo Zaz sabe decir "ma liberté", o bien "quiero amor, diversión, buen humor", entonces... rendición sin condiciones. Y mañana, tras una noche de bares, copas y canciones, ya veremos qué película o qué viajes o qué disco ponemos antes del amanecer, o del atardecer, o del... enmudeceer. Os copio aquí el enlace, http://youtu.be/eMo2p70b4KA , y que sea lo que la France quiera.

martes, 15 de noviembre de 2011

anticipación

En la publicidad, como en el fútbol y en otras disciplinas de la vida, el sentido de la anticipación es clave. Un buen delantero tiene que anticiparse siempre, aunque solo sea una décima de segundo, al defensa que le marca. Asimismo, un buen dpto de marketing tiene que calentar motores y lanzar sus naves al público con suficiente antelación. A mí ya me están llegando propuestas comerciales no solo para Navidad, que por supuesto, sino para la Gran Cena de Gala de San Valentín. Y no estoy exagerando. Veamos. Aprovechando el viaje de la Gran Fiesta del Marisco y de las XV Jornadas Gastronómicas de la Matanza, La hacienda de Campoamor -Ctra. de Burgos, km 23 (desvío Algete)- me invita (es un decir) a esa Noche de Gala para enamorados en la que, además del Gran Banquete, disfrutaremos del "Gran Baile con una Magnífica Orquesta", en el que durante los intermedios vamos a gozar de una "Discoteca Móvil para que no pare la música". Pero no acaba ahí la cosa: es que además, entre tango y bolero y Bisbal, tendremos "Barra Libre" para bebernos Escocia entera "hasta las 5 de la mañana", y nada de garrafón: "Primeras Marcas" todo el tiempo. Eso sí, a partir de las 5h, no puede faltar algo tan nuestro como es el "Chocolate con Churros", seguido de "nuestra Gran Tómbola de Regalos". Cómo nos lo vamos a pasar. Ya me estoy viendo a eso de las 7 de la mañana, con la corbata en la frente, bailando "a la conga de Jalisco, ahí viene, ahí va..." con otras parejas igualmente entusiasmadas. Es que me lo imagino y... No me extraña que el teléfono comunique todo el rato. Para San Valentín faltan 90 días, más o menos; durante ese tiempo, tal como están las cosas, puede ocurrir de todo, pero, aun así, hay que hacer planes y reservar mesa con 90 días de antelación (qué menos), no vaya a ser que por no andar despiertos nos quedemos en lista de espera. Y no hay cosa más triste que tener que quedarse uno a la puerta, vestido de gala, escuchando desde la calle la música y las risas y el continuo descorche de las botellas de champagne, confiando en que alguna pareja se indisponga o tenga que salir a toda prisa por causa mayor, para poder entrar y ocupar su puesto. ¿Entendéis ahora la importancia del sentido de la anticipación a que aludía al principio? Pues eso.

lunes, 14 de noviembre de 2011

adiós a todo eso

"En tiempos de tribulación, no hacer mudanza", rezaba la máxima ignaciana. Tampoco es bueno "cambiar de caballo en mitad del río", o eso pensaban John Ford, John Wyne y Sam Peckimpah. A estas alturas yo no  pienso cambiar de amores ni de gustos ni de amigos, ni siquiera voy a combiar el sentido de mi voto. ¿De qué serviría? ¿Iba a ser más feliz acaso? ¿Viviríamos en mejor país? ¿Dónde hay que firmar? Doktor Fausto, ¿qué debo hacer esta noche para volver a ser joven durante unas semanas o siglos? ¿A quién debo asesinar, mister Hyde, para que el Dr. Jekill me invite a tomar algo en su laboratorio? A cambio descubro que "el planeta Marte transita por Virgo (soy virgo) desde el 11 de noviembre (11/ 11 / 11) hasta el 3 de julio de 2012." Para colmo me entero de que los escorpio -ella es Escorpio- conocerán esta semana a alguien "con quien asociarse en un negocio". Claro que a partir del miércoles yo voy a tener "la oportunidad de viajar o estudiar en el extranjero." Y si se diera la coincidencia de que el martes que viene yo conociera a un piscis, nacido entre el 19 de febrero y el 20 de marzo, todo cambiría en mi vida, pues resulta que "Marte entrará en el sector de las relaciones, influido por Júpiter", lo cual "activará la zona de la comunicación"; aunque "también será el momento para mantener esa charla, largo tiempo aplazada, con un ser querido." Yo no sé... Me gustaría tanto creer en lo que no creo, soñar cosas y poemas imposibles, apostar a caballo ganador... Ojalá fuese verdad todo aquello de lo que descreo, todos los paraísos, los azares, los castigos, los placeres que no alcanzaré... Oh, dios de los amores imposibles, cuántos errores cometidos, sí, y, sobre todo, cuántos errores que nunca podré cometer. No habrá tiempo para ello, ni espacio en blanco, "ni tú, ni yo, ni el mes de abril, ni la palabra luz.." La cosa está muy clara: o nos amamos ahora... o decimos adiós a todo eso.

viernes, 11 de noviembre de 2011

viva Italia!

La situación que está viviendo Italia no es algo que haya surgido de repente, tras un mal despertar. El 'berlusconismo' -vamos a llamarlo así, para entendernos-  hace años que viene siendo denunciado por muchos, por los mejores, como una seria amenaza en todos los órdenes: político, social, cultural, moral... Pero en los últimos tiempos el espectáculo italiano se ha convertido en una especie de ópera bufa, en algo realmente grotesco. Ahora es muy fácil hacerse el listo, claro, pero la pregunta sigue siendo: ¿cómo ha sido posible que millones y millones de italianos, elección tras elección, se hayan dejado abducir por un bufón charlatán archimillonario al que han reído las gracias (?) y le han confiado todo (incluidas la economía y las finanzas) con una irresponsabilidad inexplicable en un país culto y cultivado? Que una nación tan deslumbrante como es Italia, que una sociedad con la pujanza y el potencial creativo que tiene la sociedad italiana, se vean en esta situación... es como para no creérselo. Ahora es la ruina económica, sí, pero la ruina moral ya hace tiempo que viene siendo percibida, y no han faltado las denuncias ni han dejado de dispararse las alarmas. Una de ellas, y bien sonora, se produjo en la Ópera de Roma el pasado 12 de marzo, fecha en que se conmemoraba el 150º aniversario del nacimiento de la Nación italiana, tal como ahora la conocemos. Riccardo Muti dirigía la orquesta. Se representaba la ópera de Verdi Nabuco, con toda solemnidad y en presencia de las autoridades del Estado, incluido el primer ministro. Como es sabido, el emocionante coro de los esclavos de Nabuco simbolizó en su día la lucha por la libertad frente a la ocupación y el sometimiento al Imperio Austrohúngaro. Pues bien, lo que sucedió el 12 de marzo en la Ópera de Roma dice mucho más de lo que yo pueda decir aquí. Y desde luego, infinitamente mejor. No puedo negar que cuando vi estas imágenes (de las que ahora os paso el enlace) sentí una emoción profunda y verdadera. Pero no todo está perdido, ni mucho menos: por lo que conozco de Italia y de los italianos, tengo la seguridad de que no sólo saldrán adelante sino que lo harán con una elegancia, un ingenio y un estilo sencillamente incomparables. (En cuanto a España..., en fin, preferiría que hablase un italiano.)
Para ver y oír el clip, basta con poner "va pensiero...riccardo muti-You Tube" 
 http://www.youtube.com/embed/G_gmtO6JnRs

jueves, 10 de noviembre de 2011

canciones para un viaje

Ayer, miércoles 9, en una tarde con lluvia y serena tristeza, regresaba a Madrid, conduciendo, tras una mañana de abrazos, familia y cementerio. Para eludir seguir dándole vueltas a lo mismo, encendí la radio del coche. No me apetecía escuchar noticias (todas pésimas), ni tertulias, ni chorradas. Encontré asilo sonoro en Radio 3, de RNE. Durante buena parte del viaje no cesó de llover ni de sonar evocadoras canciones (algunas conocidas, otras no) de los primeros años 70. La tristeza, sin desaparecer del todo, se fue erosionando, como piedras de hielo en un whisky, a medida que sonaban aquellas canciones californianas de Carole King, de James Taylor, de la gran Joni Mitchell, de Carly Simon, de Linda Ronstadt... Por aquella época yo era un adolescente espigado y algo bastante enamoradizo al que le gustaba bailar canciones de amor y escuchar con devoción los últimos longplays, muchos de ellos adquiridos por los chicos de mi pandilla (y a menudo por sus hermanos mayores). Ayer tarde, ya anochecido, llegando a la altura de San Rafael (Segovia), escuché en ese programa de radio la versión original de You can leave... etc, cantada por su creador, Randy Newman, veinte años antes de que Joe Cocker la interpretara  para que Kim Basinger nos pusiera estupendos con la famosa escena de aquella película. Pasado el túnel del Guadarrama, pero con la misma persistente lluvia, sonó una muy buena canción de entonces, desconocida para mí, de un joven Tom Waits. Me sorprendió descubrir lo bien y lo 'bonito' que cantaba Tom Waits antes de que el alcohol y el humo y todo lo demás le rompieran la garganta y le agrietaran la voz. Las canciones, sí, nos llegan en su momento; muchas se quedan a vivir en nuestra memoria; algunas pasan de los hermanos mayores a los menores, incluso van más allá. Yo soy el mayor de mi familia, pero tengo primos y primas de más edad que por aquellos veraneos -finales de los años 60- escuchaban lo último en discos singles y longplays. Mi primo Juan -once años mayor que yo- era quizá el más alegre de todos, el más simpático, es posible que el más generoso, no lo sé. Reía con ganas, eso lo recuerdo bien. Y estoy seguro de que le gustaba bailar.

martes, 8 de noviembre de 2011

BoBos

Hay una tienda de ropa en Madrid llamada Herself  -Fuencarral 75- donde nada más entrar te encuentras con una frase escrita en la pared a manera de graffiti: "elegante es lo que uno lleva; no elegante, lo que llevan los demás." Lo firma el mejor y más celebrado copy de los tiempos modernos: Oscar Wilde. La moda, tan denostada por algunos, cumple una función social imprescindible: conseguir que nos gustemos a nosotros mismos. Y eso no siempre es tarea fácil; a veces, más que un arte es un puro milagro. Y sin embargo, incluso en los casos más desalentadores, más imposibles, por momentos lo consigue. Visto lo visto, ¡cómo no vamos a creer en la moda y en sus efectos casi taumatúrgicos! Es cierto que somos lo que comemos, y lo que bebemos, y escuchamos, leemos, miramos, deseamos... pero también somos lo que vestimos, y el modo en que lo hacemos; para entendernos: no queda igual una americana de Armani llevada por George Clooney que si la lleva, pongamos por caso, Mariano Rajoy. O yo mismo, sin ir más lejos. Por eso a algunos nos favorece entrar en una tienda de moda y leer una frase como la de Oscar Wilde. La autoestima empieza frente al espejo del probador; incluso antes: en las prendas que elegimos para probarnos, en la tienda en la que decidimos entrar, en la mirada que traemos de casa, del trabajo, de lo bien o mal que nos han ido las cosas en los últimos minutos, horas, días, meses, novias, años. Pero es un hecho cierto que cuando nos sentimos bien, parece que el mundo se ilumina y la vida es (más) bella. Y ahí es donde entran Calvin Klein y L'Oreal, Prada y Hugo Boss, i Phone y Starbucks, DeLongui y Essenza, Nespresso y Op de Beeck, Lars von Trier y los BoBos (bourgois-bohemians) entre otros. Yo, que soy muy bobo y tontorrón, me siento bien algunas veces, sobre todo cuando percibo que las marcas se ponen de mi parte, y ganan premios los autores que me gustan, los libros que prefiero, los diseños que me molan, las películas que me alegran la vida. Hasta el jueves. Cuidaos. La vida es bella, sí, pero breve.

lunes, 7 de noviembre de 2011

72 horas de amor

Ya sé que no pocos lectores de este blog (mayoría femenina) estáis deseando saber cómo le ha sentado el finde a nuestra pareja del parque, de la que di aquí noticia el pasado viernes. ¿Se habrá consolidado la relación recién estrenada? ¿Estarán viviendo Roger y Anita una luna de miel en algún hotelito con encanto? ¿72 horas de loco amor, así, de golpe, habrá sido demasiado para ellos?  Pues bien, no voy a ocultar que hoy, a las 8.30 salí hacia el parque con la esperanza de ver al dálmata y a los dos cockers, y averiguar cómo les había sentado a sus dueños el fin de semana. Incluso he alargado quince minutos el paseo para darles un margen de tiempo. Pero no. Hoy no han aparecido. ¿Se lo estarán pensando? ¿No habrán regresado aún? ¿Tendrán una agujetas que... no se podrán mover? Está claro que es un caso abierto. Todo es posible y ninguna opción puede descartarse de antemano. En los próximos días habrá que estar ojo avizor ante lo que la observación nos depare y nos de a entender. La verdad, sentiría que entre ellos dos todo quedara en nada. ¡Hacen tan buena pareja! Y ya que la crisis es tan desagradable (por no decir otra cosa más ordinaria, incluso vulgar), le vendría bien al mediambiente y a este otoño que prosperase esa relación, esa historia de amor, quizá más intuida que consolidada. Ellos dos forman parte en mi imaginario de algo que andamos muy necesitados: el mundo no como es sino como debería ser; es decir, que la vida se pareciera lo más posible a una comedia romántica de Woody Allen. Banda sonora incluida. Así las cosas, yo quiero imaginármelos en un ático con grandes ventanales, viendo llover abrazados, descorchando un buen vino al final de tarde (por qué no un Santa Rosa, de bodegas Mendoza, con su color "rojo rubí cardenalicio") mientras suenan, por ejemplo, estos Duets II de Tony Bennett que ahora escucho; me los regaló el otro día una amiga que no tiene dálmata pero que conoce mis gustos, y yo alguna vez los suyos. Tony Bennett cantando con Norah Jones, con Michael Bublé, con Amy Winehouse... es en sí mismo una historia de amor donde sólo falta que dos se conozcan en un parque y descubran que, mira por dónde, les gustan las mismas canciones, las mismas películas... incluso la misma lluvia.

viernes, 4 de noviembre de 2011

Roger y Anita

Los lectores de poesía sabemos que "tiene el mar su mecánica como el amor sus símbolos." También el parque tiene su mecánica y sus ritmos. Esta mañana he descubierto una prueba más de ello. Tanto a él como a ella los había visto varias veces estas últimas semanas en mi paseo diario, cada uno por su lado. Ella es la versión actualizada (y mejorada) de la "muchacha típica" de la canción de Serrat. A esa hora, entre 8.30 y 9 de la mañana, la veo con un alegre y bullicioso dálmata. Ella viste de un modo como quien viene de montar a caballo: pantalones elásticos, claros, ajustados; botas altas; barbour de color verde inglés, con gorrito a juego para la lluvia. Andará rondando los 30. Él está más cerca de los 40. Alto, delgado, buena presencia. Saca a pasear dos bonitos cockers casi idénticos. Su estética es la de alguien que va a trabajar en moto y cultiva una imagen... digamos que entre casual y sport. A primera vista, no parece de este barrio. Tampoco ella. Yo diría que ambos son más de terraza de Juan Bravo que del Barrio de la Concepción, más de El Corte Inglés de Goya que del AhorraMás o el Día o el Udaco donde yo compro las latas de Mahou a 0'50 €. Hasta hace muy poco, es casi seguro que no se conocían, pero el parque, con su mecánica y su poética, es un lugar de encuentros y coincidencias. Esta mañana los he visto juntos por primera vez. ¿Su primer día de paseo y de perros compartidos? Pudiera ser. Es más, tiendo a pensar que todo se ha precipitado durante el puente de los Santos, mientras yo estaba fuera de Madrid. Pero los hechos han ido muy deprisa ente ellos: el encuentro, la mutua simpatía, la pasión que surge sin remedio... El gesto de ella esta mañana ha sido revelador: esa cosa tan femenina de quitar con dos dedos una pizca de algo que ella ha detectado en el cuello de la cazadora de él. Esa mirada tan atenta, tan minuciosa, es muy difícil o improbable que la tenga un hombre. Al verlos hoy juntos en el parque, detenidos el uno frente al otro, me ha gustado la escena y me he alegrado por ellos. Y he pensado (a buenas horas) que lo suyo era inevitable. Es más: ella y él parecen los protagonistas de un musical de Broadway: Central Park o Hyde Park. Dos cockers y un dálmata. Roger y Anita. Treinta y cuarenta años. Otoño. Viernes. Moto. Besos. Risas. Viaje. Vino. Hotel. Amor. Despertares. Desayunos. Lunes. Parque.... Que disfruten, que disfrutéis, de un buen fin de semana.

jueves, 3 de noviembre de 2011

pequeñas cosas

Mi post de ayer -reapariciones- tiene mucho que ver con algo que siempre me ha fascinado, empezando por su propia denominación administrativa: departamento de "objetos perdidos". Las cosas forman parte de una secuencia, de una cadena, y todo está en orden hasta que de pronto un eslabón se desprende de esa cadena y cae al vacío. Cada vez que algo se pierde provoca un pequeño cataclismo en el orden establecido. Hay un verso muy hermoso pero muy triste de Vicente Huidobro: "las horas han perdido su reloj." Perdemos las cosas cuando se salen de su órbita (qué desbarajuste) o cuando adquieren el don de la invisibilidad. En el primer caso, no hay nada que hacer: esas pérdidas han entrado en un agujero negro y son absorbidas por las tinieblas. El segundo ya es otro cantar: para recuperarlas hay que mirar hacia otro lado y hacerse el distraído, a fin de no advertirlas, no ponerlas a la defensiva. Cuanto más las busquemos, más invisibles se volverán a nuestros ojos. Yo sé que tengo cosas perdidas desde hace años que reaparecerán en su momento. Las reconoceré de inmediato, aunque ya no las encontraré del todo iguales a sí mismas, porque con el tiempo yo habré cambiado y mi percepción de las cosas también. Y es bueno que las pérdidas no se pongan de acuerdo para reaparecer todas a la vez: se dispararía la inflación emocional, nos encontraríamos con un overbooking ingobernable, nos crearían serios problemas de tráfico. Entretanto, cada día llegan miles de pequeñas y no tan pequeñas piezas huérfanas a los departamentos de "objetos perdidos". Claro que también muchas de ellas -tras meses o años de desamor, o incluso de recibir malos tratos- encontrarán la paz en ese territorio de acogida, y también la confianza en el porvenir que dan las buenas compañías y el no tener por dueño un desaprensivo, un insensible, un sujeto que desprecia o ignora los mejores verbos, los adjetivos más sutiles, los colores, las criaturas que se extravían o desorientan y piden ayuda o socorro, o una dirección, un departamento donde acojan a los extraviados, a los sin papeles, sin domicilio, sin avalista, sin nadie a quien recurrir en la gran ciudad. En fin, que, para algunas pequeñas cosas, siempre será mejor un discreto exilio -sin grandes lujos pero sin sobresaltos- que una mala patria de por vida.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

reapariciones

Leo que la National Gallery va a presentar la próxima semana dos cuadros de Leonardo da Vinci que se daban por perdidos. Cada cierto tiempo 'reaparece' una obra de arte que llevaba décadas o incluso siglos desaparecida. Y en el apartado 'desapariciones' tienen cabida tanto las obras robadas como las que se perdieron de vista (nunca mejor dicho) a consecuencia de un incendio, un traslado azaroso, una revolución. Sucede a gran escala lo mismo que con las cosas pequeñas y cotidianas: una vieja foto, una carta, un libro de entonces, un recuerdo de un viaje que, de pronto, echamos en falta. Algunas reaparecen cuando menos y donde menos se lo espera uno; otras... se las lleva el diablo para siempre. Lo que dábamos por perdido, cuando reaparece adquiere para nosotros la categoría de tesoro; es decir, regresa con un valor muy superior al que tenía antes de desaparecer. Y eso sucede porque, en cierto modo, aquello que regresa de la oscuridad tiene algo de resucitado. 'Lo dábamos por perdido', nos habíamos resignado a ello, y de pronto... Sí, el mundo de las reapariciones está tocado por el misterio, tiene una luz distinta. Qué irreparable todo lo que perdemos -objetos, memoria, juventud, seres queridos- y qué alegría tan alta cuando algo de eso reaparece por sorpresa después de tantos años. No sé bien por qué pero siento un gran afecto por las cosas perdidas. Y no sólo por las extraviadas o las que se destruyeron, también por aquellas que, pudiendo haber sido, no llegaron a ser. O no lo fueron del todo. La parte no compuesta de una sinfonía inacabada, de Shubert, por ejemplo. Los poemas acaso ya intuidos, pensados incluso, pero que de por vida (y de por muerte) quedarían sin escribir por Eliot, Lorca, Pavese, Juan Ramón... Las películas -todas ellas geniales- que Orson Welles no llegó a acabar, ni siquiera a iniciar. Todo ello es casi tan emocionante y prometedor como el beso no dado en su momento -quién sabe por qué-, aquella tarde en que llovía de un modo tan propicio. Quizá fue por estas fechas más o menos cuando ese beso no tuvo lugar: se lo llevó un ángel antes de suceder. Pero, ¿adónde? ¿Al mismo sitio donde acaban los viajes no emprendidos, los incumplimientos, los secretos nunca revelados, los días y las noches que pasamos en blanco?