jueves, 20 de diciembre de 2012

500

"Hoy, lunes, 27 del 9, ha sido un buen día." Esta fue la primera frase que escribí en este blog, hace ya más de dos años. Esa primera entrada llevaba por título "Diario de un copy... en crisis", y no recuerdo si el post dio nombre al blog o fue al revés. Lo cierto es que en esa época -septiembre de 2010- trabajaba en el departamento creativo de una agencia de publicidad, y por aquellos días yo era precisamente eso: un copy en crisis, y también en medio de la crisis. Desde entonces, la crisis ha ido a más y a peor. La agencia desapareció hace ahora un año. Yo he dejado de ser copy, o al menos de ejercer como tal, cosa que viene a ser lo mismo. Digamos que he pasado 'a la reserva activa'. Sin embargo, no por ello me he deprimido ni abrumado en exceso, sino que, por el contrario, he sentido un cierto alivio. Y este blog, que hoy cumple 500 posts, me ha servido de gran ayuda: terapia ocupacional, disciplina, ejercicio, divertimento, comunicación con el exterior, alguna nueva amistad... Pero 500 páginas o 500 noches es una cifra que invita, casi obliga, a detenerse y reflexionar. Hace tiempo que vengo pensando en ello, y creo que ha llegado el momento de escribir la palabra 'fin'. O bien, 'fin de la primera parte'. De momento, me voy a tomar un tiempo para pensar qué hacer con este blog. Tengo varias opciones: la primera y más sencilla sería hacerle un tuning, un lifting, un restyling... y volver a ponerlo en circulación; una segunda consistiría en transformarlo en otra cosa, en otro blog, en algo que aún ni siquiera sospecho; pero también podría darlo sensatamente por concluido y decir aquello de 'fue hermoso mientras duró'. Veremos. En cualquier caso, creo que este silencio le sentará bien al blog. Y a sus lectores. De un tiempo a esta parte, estoy demasiado airado, indignado, furioso a veces ante el actual estado de cosas, y eso me dificulta cada vez más el mantener aquí las formas sonrientes de un cierto estilo, de una cierta elegancia. Sí, confieso que cada día me cuesta más evitar la tentación de convertir este diario en un panfleto contra la barbarie. Dicho de otro modo: todas las noches, antes de acostarme, le pongo una vela a Robespierre. Bueno, dejémoslo ahí. Hoy es 20 de diciembre. Dentro de un mes, el 21 de enero, lunes, me paso por aquí para informar de cómo están las cosas y cuáles son mis planes. Hasta entonces, gracias a todos por la compañía y... feliz Navidad.

miércoles, 19 de diciembre de 2012

esperando la nieve

Anteayer, lunes, hablaba yo aquí del espacio en blanco, del libro en blanco, del cuadro en blanco. Sin darme cuenta, esa especie de rapsodia en blanco estaba despejando el panorama para recibir como es debido a la blanca Navidad: sin nada que entorpezca el discurrir de las ideas  y de los sentimientos. A la vez que colocamos en el salón las figuritas del belén -con mula y buey incluidos, se pongan como se pongan-, conviene asimismo ir retirando ruidos, estorbos, acumulaciones, botellas vacías, palabras de más. Doce meses llenos de días nos dejan grandes excedentes que obstaculizan el tráfico y dificultan  la ventilación. Por eso hay que ir llenando bolsas de basura con todo aquello que excede, ya sea materia orgánica, envases de ideas caducadas, artefactos inútiles u obsoletos, broza del alma, jarrones insufribles, cuadros recargados de ciervos... Fuera, fuera. Hay que despejar el paisaje y dejarlo listo para recibir la nieve, la benéfica nieve de las navidades blancas, y para entrar en el nuevo año limpios de polvo y paja, aunque quizá no sea esta la expresión más afortunada. No es casual que, tradicionalmente, el 1 de enero, cuando nos levantamos de la la cama, siempre están televisando desde Insbruck o alguna otra estación alpina el campeonato de saltos de esquí. Es una manera simbólica de empezar el año en blanco, sin contaminaciones ni herencias recibidas, como si nos hubiéramos perdonado todo lo anterior y la vida nos diera una nueva oportunidad, un folio en blanco. Pero también, frente a la contaminación acústica, se extiende ante nosotros como una llanura el silencio que habita en el blanco. Quizá por eso, cuando algo extraordinario hace que nos quedemos 'sin palabras', decimos que nos hemos quedado 'en blanco'. Bienvenido pues sea el color blanco que vuelve siempre por Navidad. A pesar de que tenemos sobradas razones para sospechar que es una tregua que concede el sistema (o quien sea), acaso una tregua-trampa, para que nos confiemos y nos volvamos, como dijo el poeta, "santamente bobos". Aunque ya sabemos que esa blanca tregua dura lo que dura: pasados los  Reyes, se reanuda el tiro al blanco.

martes, 18 de diciembre de 2012

el gris tiene su encanto

A esta hora, normalmente, tengo ya el post muy avanzado o casi listo para publicar. Mientras venía hacia aquí, iba pensando "hoy no hay blog, no tengo tema", pero, a falta de ideas, lo que sí me surgían eran no menos de media docena de disculpas irrebatibles, de esas que le eximen a uno por completo de cualquier obligación. Como la plancha que, al menos una vez al año, se dejaba encendida en casa un director creativo amigo mío, y tenía que salir de la agencia a toda velocidad para tratar de evitar una tragedia. "¡¡¡Hostia, la plancha, la plancha!!!", exclamaba de pronto, llevándose las manos a la cabeza, y todos, conocedores de lo despistado que era, lo entendían y se hacían cargo de la dramática situación. "¡Corre, Fernando, corre, pilla un taxi!" Creo recordar que ya lo conté aquí en alguna ocasión. Pero, sí, lo cierto es que se me venían las disculpas como las olas a la playa, una tras otra, para justificar, mañana, el post que hoy no iba a escribir. Y lo cierto también es que he llegado tarde porque... me he dejado llevar por ahí, por el centro, mirando escaparates y portales, alguna librería (Antonio Machado, Blanquerna) o el aspecto y las caras de los transeúntes que me salían al paso. Una de esas mañanas crudas de invierno en las que se pasaría uno las horas muy a gusto dejándose llevar por las calles... y por las divagaciones. Hoy el color gris dominaba la escena por completo, un gris muy transitable y con el grado idóneo de humedad en el ambiente. Creo que, en realidad, quería retrasar mi vuelta para, de ese modo, llegar tarde a un post para el que no tenía tema. Y estando en esas -con las manos en los bolsillos del chaquetón, mientras esperaba que el semáforo se pusiera en verde-, me he acordado de una vieja canción que siempre me gustó: Tot és gris (Misty), en versión de Núria Feliu y Tete Montoliu. Una hermosa canción para escuchar de memoria mientras observas, del otro lado del semáforo, las caras de las personas que dentro de unos segundos se van a cruzar contigo. De pronto, se enciende la luz verde y, los de este lado y  los de enfrente echamos a andar, como formando parte de una coreografía gris. Todo es jazz.  
Tot és gris - núria feliu i tete montoliu - goear.com

lunes, 17 de diciembre de 2012

¿un banco en blanco?

Desde luego, es un anuncio muy notorio: una doble página en blanco, o casi, no es algo que pase desapercibido. Es la campaña con la que sueña todo creativo de publicidad. Como el libro sin palabras es el sueño de todo escritor, y más aún si está en crisis. O el cuadro en blanco (que no es lo mismo que el 'Cuadro blanco sobre fondo blanco' de Malévich) lo es para todo artista. Sin embargo, los creativos de esa campaña (o los ejecutivos de la cuenta, o alguien) no se han atrevido a ser consecuentes del todo y le han obligado al copy a romper el pacto de silencio y claudicar: "Hemos comprado este espacio para que no contenga noticias ni opiniones. Este tiempo es para ti." Lástima. Esa concesión innecesaria se ha ganado perder un león de Cannes (Festival de Publicidad). El Cliente habrá quedado muy satisfecho con la inclusión de ese pequeño texto, pero estoy seguro de que el copy, obligado a escribirlo, lo considerará una derrota, una triste renuncia a la creatividad. Lo siento, compañero, pero, cuando te las prometías tan felices... te la han vuelto a meter doblada. Aunque no me sorprende. Yo intenté hacerlo varias veces, y en distintas modalidades, pero mi esfuerzo hacia el puro blanco de escritura siempre resultó infructuoso. En alguna ocasión propuse a la agencia ahorrar tiempo y esfuerzo (o sea, dinero) en la presentación de la campaña al cliente. Una presentación sin argumentarios ni razonamientos ni estrategias creativas ni nada: la idea y punto; eso sí, precedida de apenas diez palabras: "nuestra campaña es tan irrebatible que... sobra todo lo demás." Pese a la fuerza argumental, mi sugerencia no fue admitida a trámite. En otra ocasión, y en otra agencia, propuse que, puesto que el concepto creativo era tan potente, y haciendo mío eso de que nadie lee el cuerpo de texto de los anuncios, ¿por qué no rellenar el body copy con el texto figurado de un impecable lorem ipsum? Y rematé la argumentación con una media verónica bien gitana: 'donde esté un buen lorem ipsum, que se quite cualquier vulgar opera omnia.' Pero no coló. Como tampoco cuela el vergonzante "hemos comprado este espacio", etcétera, de ING Direct. Es verdad que se han acercado, y mucho, al anuncio perfecto de un banco, a la cuña de radio o la doble página que menos molesta o enfada en estos días, pero, al final, cuando estaban a punto de conseguirlo, sintieron vértigo y... dieron un paso atrás. Claro que tampoco podemos pedirles demasiado: aunque sean holandeses y tengan por color corporativo el orange, al final son un banco. Y un banco siempre es un banco, de igual modo que en Gilda "un dólar es un dólar en cualquier idioma."

viernes, 14 de diciembre de 2012

vagar

Salir sin rumbo ni objetivo a esa hora imprecisa que solemos llamar 'entre dos luces'. Salir para dejarse uno llevar a ninguna parte por las calles más feas o menos frecuentadas, vagando por ahí como perro sin collar. Ayer volví a hacerlo. Ir por donde nunca o muy rara vez vamos. Observar la cara B de los bloques de pisos, las ventanas más descuidadas, las cuerdas con ropa tendida, todo ese paisaje urbano donde nadie se haría nunca fotos con la familia. Tiene algo de inconfesable ese vagabundeo de quien observa sin permiso todo aquello que no está ahí para ser observado. Para hacer eso, conviene pasar desapercibido en lo posible, como quien se mimetiza con el entorno hasta formar parte del paisaje. La realidad tiene rendijas, pequeñas grietas por donde pueden verse sus interioridades, sus partes más íntimas. Detectar esas rendijas es la tarea y el anhelo de todo buen mirón. Hay contenedores de basura, locales cerrados, carteles de 'se vende', un gato que cruza la acera... Ayer descubrí, ya casi de noche, que no hay mayor soledad que la de una peluquería de barrio con las luces encendidas y sin nadie dentro. Es una una imagen desoladora. Yo creo que el peluquero se metió en la trastienda por pudor, para no dar pena ni añadir más motivos a la desolación. Aunque también pude mirar y ver silencios y quietudes a los que nadie más que yo asistió a esa hora, en ese instante. Aquí, en este barrio, los bloques de pisos suelen tener jardines a la entrada. Con las primeras luces del alumbrado eléctrico, observé un ciprés más alto que su sombra y que se elevaba por encima de la ventana más alta, más sereno que arrogante, más orgulloso que soberbio. Un ciprés, sí, bien educado y como procedente de las mejores familias toscanas. También algún magnolio quieto de hojas barnizadas que parecía haber acogido y escuchado minutos antes algún secreto inconfesable (nadie sabe lo que una discreta ama de casa es capaz de soñar o de poner en marcha, a sabiendas o no). Lo mismo cabe decir de un insospechado y gris conserje o subalterno próximo a la jubilación. No tenemos ni la menor idea del secreto mundo que callan las farolas y los jardines, y menos aún de todo cuanto pudiera producirse o está a punto de suceder a cada instante. Si de pronto sale de un portal sombrío un hombre de mediana edad y estatura mediana, sonriendo para sus adentros.. ¿qué pasa ahí? Ayer pasó eso mismo delante de mis ojos, y mi mala cabeza se puso en movimiento a toda velocidad. ¿Qué, quién, cómo y cuándo surgió? ¿Hasta cuándo durará? ¿Tendrán hijos ambos? ¿Cómo organizamos el período de entreguerras? Vale, bien, de acuerdo que todo eso queda en el terreno de la hipótesis, pero en todo caso conviene salir de casa sin teléfono que nos tenga pendientes o localizados. Para poder vivir todo eso hay que ser lo más parecido posible a un perro sin collar... y sin teléfono. El anuncio que aparece aquí es tailandés, sí, pero creo que aunque no habléis el thai en la intimidad, vais a entender el spot que os adjunto.  http://www.wimp.com/disconnectconnect/

jueves, 13 de diciembre de 2012

a sabiendas de que no tienen razón

Bien. No pasó nada ayer, o al menos nada grave o estrepitoso, que se sepa. Los más prudentes prefieren poner la fecha en cuarentena y esperar a ver qué pasa, pero yo no soy prudente y doy la fecha por vencida. Se me amontonan los periódicos, las canciones escuchadas, las frases o los versos que anoto en los papeles que tengo más a mano. Leo: "Los banqueros actúan como el crimen organizado, pero con licencia", palabra del cineasta mexicano Guillermo del Toro. Dos señoras de la limpieza conversan en una viñeta de El Roto; dice una: "Estoy pensando en robar un banco." La otra le responde: "Es inútil, eso ya lo habrá hecho el propio banquero." Leo en la sección semanal Sillón de orejas de Manuel Rodriguez Rivero, en Babelia: "...no me extrañaría que, de seguir así las cosas, a algún parado, defraudado, humillado, desahuciado o empobrecido se le escape cualquier día un tomate maduro dirigido a (...) Claro que, de seguir apretando las clavijas al respetable, el espontáneo tomatazo ocasional podría convertirse en una generalizada tomatina que dejaría la de Buñol en divertimento versallesco." Leo un verso antiguo de Juan Gelman: "Esa mujer se parecía a la palabra nunca." Recuerdo una canción muy conocida que empieza diciendo: "Se llamaba Alain Delon / el viajero que quiso enseñarme a besar / en la Gare de Austerlitz."  O escucho después de tantos años La Risa, de Neruda, en mi mala memoria: "No me quites la rosa, / la lanza que desgranas, / el agua que de pronto / estalla en tu alegría", cantaban Olga Manzano y Manuel Picón, cuando entonces. Leo una frase subrayada y anotada un mes atrás, como mínimo: "Hay un vicio en España alimentado por los partidos políticos que hace imposible casi cualquier debate." Y bien, ¿qué vicio es ése? Quizá el peor de todos: "defender a los tuyos aun a sabiendas de que no tienen razón." Quien lo suscribe es esa mujer inteligente y divertida llamada Elvira Lindo; quizá yo exagere, pero me parece lo más lúcido de cuanto he leído de un tiempo a esta parte. Sigo leyendo recortes, ahora de la última columna del maestro Vicent: "Aquella rebelión -dice- inauguró una forma de vivir, de amar, de crear, de morir. Tal vez el 15 M es nuestro mayo del 68, el que fermenta las uvas de la ira española."

miércoles, 12 de diciembre de 2012

números cantan

Ha llegado al fin la fecha de la que tanto hablaban los exégetas de los números: el 12 del 12 del 12. Desde primera hora estoy muy atento a los informativos de la radio, a Internet y a todo lo que se mueve, por si se produjera algo que justificara una reacción en cadena de  los cabalistas: "¡claro, ya lo advertí yo!" Es mediodía y aún no ha sucedido nada extraordinario (quiero decir 'no más extraordinario' que cualquier otro miércoles), aunque ¡ojo!, la jornada es larga y esto puede dar muchas vueltas y alguna sorpresa. Yo, la verdad, no soy nada fanático de los números (prefiero las letras, que son menos) pero entiendo que puedan resultar atractivos. Y misteriosos. Pondré un ejemplo. Hay noches en las que me despierto en varias ocasiones a lo largo de la madrugada, y cada vez que miro al radiodespertador coincide que son las 03.03, y vuelvo a despertarme a las 04.04, y a las 05.05, y así. ¿Por qué? Y eso sin entrar en algo que todos los aficionados a los casinos saben que existe: las rachas en el juego. A mí, el azar, el "redondo, seguro azar", que decía Salinas, siempre me ha parecido muy sospechoso. Pero dejemos eso ahora. Hay una canción de José Luis Rodríguez, El Puma, cuyo estribillo es lo más indescifrable que yo haya escuchado nunca: "Numerao, numerao, / viva la numeración", dice y repite. ¿Se puede saber de qué numeración está hablando y a qué se refiere con ello? Lo cierto es que todos estamos rodeados de números, como las islas están rodeadas de mar: los veinte dígitos de la cuenta bancaria, los nueve del móvil, los ocho del DNI, los cinco del código postal, el peso y las medidas de cada uno, los zapatos del 44, la talla 56, el 15 de septiembre, el 30 de octubre, El número Pi de Wislawa Szymborska... Después de todo, la vida es aquello que sucede entre dos fechas. Sin embrago, los que no tenemos bastante con una sola vida, necesitamos entrar en otras vidas, en las vidas de los otros, o sea, necesitamos ver películas, leer libros, disfrutar de cada nuevo capítulo de Downton Abbey. Por cierto, el pasado miércoles, la gran Maggie Smith -en el papel de la condesa de Grantham- soltó esta perla: "No hay triunfo mayor que el del exceso." Tal como adelanté aquí hace dos semanas, esta noche mi mujer y yo nos vestiremos adecuadamente para recibir en el salón de nuestra casa a los Crawley. Confío en que, aunque hoy sea 12 del 12 del 12, el azar o los mayas o los secretos de la kábala no nos echen a perder una velada tan singular como la que esperamos vivir en Antena 3. Y hablando de dígitos: es evidente que aquí toda televisión tiene su número: la 1, la 2, Antena 3, la Cuatro, la Sexta, Tele 5, Canal 13... Vamos que, salvo Telemadrid o Intereconomía (en el supuesto de que sigan existiendo a día de hoy), cada canal tiene su número, como cada día su afán.

martes, 11 de diciembre de 2012

de tanto mirarme en ti

De seguir por este camino, no pocos lectores van a acabar pidiéndome que abandone la furiosa actualidad, la realidad 'descalabrante' que nos apedrea, y que mienta dulce y amablemente. Todas las mañanas le digo al mundo y a los periodistas de radio que dejen un espacio para la irrealidad y bella mentira. En estos días, a todos nos vendría bien un espacio reservado para la ficción, el juego, la broma, el vuelo, la risa más que nunca... Así las cosas, me siento obligado a no incrementar la contaminación de la blogosfera. En otras palabras: me siento obligado a no joder en lo posible, ni amargar ni aburrir demasiado al buen lector paciente. Creo que fue en México donde los fieles priistas le gritaban a un candidato, antes de que empezara a hablar en un mitin: "no nos prometa más realidades, ¡queremos sueños!". Ha hecho falta llegar hasta aquí para entender a la primera esa frase de un mexicano bravo "¡Queremos sueños!" Pues claro que queremos sueños y tequila y bellas canciones de amor y de malas novelas en televisión por la tarde. ¿Sabéis cuántas personas de la tercera o cuarta edad esperan (o esperaban) cada día el capítulo de Amar en tiempos revueltos? No os lo imagináis. Balzac o Flaubert o Stendhal o Dickens jamás hubiesen ignorado ese lenguaje cinematográfico, ni menos aun esos millones de personas que miran y escuchan desde el sofá con toda atención. Quien atiende, lee; quien escucha, lee; quien mira, se deja  mirar o leer; quien lee, vive, escucha, atiende, duele, ama, pierde la cabeza, la recupera...Y después de todo eso, con un poco de suerte, descubre el flamenco. ¿Qué tal si para acabar vamos un poquito por alegrías? "¡De tanto mirarme en ti, / como tú me estoy volviendo./ De tanto mirarme en ti, /ay, que si el mar es tan azul,/ es de tanto mirar p'al cielo./ Corazones partíos, yo no los quiero, / que, cuando yo doy el mío, / lo doy entero, lo doy entero." Y dicho esto, ¿cómo explicar aquí el aire y el compás de una granaína, o de una bulería, unos tangos, una malagueña del Mellizo? No sé, doy por bueno que algún flamenco se acuerde de esta copla incomparable: "Que se ha muerto Caracol, / caminito de la gloria, / que se ha muerto Caracol, / también se ha ido Pastora, / y ahora, Artuto Pavón, / vaya gloria pa una gloria." Que tengáis buen martes.

lunes, 10 de diciembre de 2012

desigual

En otras circunstancias yo entraría aquí de lleno a comentar alegremente la campaña publicitaria de Desigual; incluso participaría con gusto en la polémica y tomaría partido en ella. ¿Es provocadora o simplemente machista, como dicen algunos?, ¿refrescante o evasiva?, ¿frívola o desafiante?, ¿mira hacia otro lado o es una saludable bocanada de aire fresco? A mí esos tres spots me hubieran alegrado, incluso 'divertido', hace no mucho tiempo. "¿Tienes un plan? Desigual. La vida es chula". Perfecto. Desenfadado. Casi que encantador. Eso sí, tiene un pequeño handicap: la realidad. El problema, creo yo, no es la campaña en sí misma sino el momento en que aparece y el país donde se ve. Viene al caso aquella anécdota tan brillante: tras el sonoro escándalo que desató el estrenó de Salomé, el autor fue preguntado por un reportero irónico, a la salida del teatro: "Mr. Wilde, ¿cómo valora el estreno de su obra?" La respuesta fue digna de un príncipe, de un dandy: "La obra, un éxito; el público, un fracaso".  Bueno, pues, salvando las distancias siderales, creo que esa campaña tan simpática, tan díver, no aparece en el momento más adecuado. Y no es la única, por cierto: a otras les ocurre lo mismo. La atmósfera que respiramos, el ecosistema en que nos movemos, condicionan la recepción de los mensajes publicitarios. Me explico: de igual modo que crecen cada día las cifras del paro, los escándalos políticos o financieros, las fabulosas fortunas, las evasiones y el fraude fiscal, las desgracias, etc, a la vez que eso sucede, digo, se ha ido generalizando una indisposición a dar por buenas algunas cosas leves que hasta hace poco nos hacían gracia, o al menos cierta gracia. Por supuesto que sigue habiendo un público encantado de recibir ese tipo de mensajes (yo mismo tengo no pocos momentos en los que el cuerpo me pide perder la cabeza y escapar, volar, quemar las naves...), pero compruebo que día a día se va reduciendo el número de simpatizantes de las encantadoras causas divertidas. Lástima. ¡Con lo bien que podríamos pasarlo! Bastaría con repartir beneficios, y con ir pagando las deudas en función de la capacidad de cada uno: tanto ganas, tanto aportas. Estoy simplificando, lo sé, pero una canción dura tres o cinco minutos, y un amor se extiende durante una noche o una semana, o se acerca a los noventa y nueve años. Tengo cincuenta y siete recién cumplidos, y esa es una buena razón para aspirar a casi cien de amor y de alegría, antes de que llegue el Alzheimer o la desgana de vivir. ¿Por dónde iba? Con la cantidad de cosas que hay por disfrutar, libros por leer, películas pendientes, pasadizos que llevan del otoño al invierno, y del invierno a la playa... ¿se puede renunciar a algo, a alguien, a una mirada o un modo de reír? Bueno, pues, llegado el caso, si a pesar de los pesares alguien decidiera escaparse a Tailandia (a vivir un trío, por ejemplo) o al mundo asimétrico de la Desigualdad, pues yo tampoco me pondría grave ni demasiado exigente ni muy severo.  El primer anuncio de Desigual en televisión | Desigual Blog: Atypical since 1984

miércoles, 5 de diciembre de 2012

¡esto es la guerra!, decía groucho marx

Paul Krugman, además de Premio Nobel de Economía, es un gran comunicador. Lo compruebo cada domingo en el artículo semanal que publica en las páginas salmón del suplemento Negocios, de El País. El último empieza así: "El día de las elecciones [en EE.UU], informaba The Boston Blobe, el aeropuerto internacional Logan, en Boston, se estaba quedando sin sitio para aparcar. Pero no para los coches, sino para los aviones privados. Los grandes donantes estaban acudiendo en tropel a la ciudad para asistir a la fiesta de la victoria de Mitt Rommey." La imagen es de tal elocuencia que no requiere pie de foto. Ese artículo lo titula Krugman La guerra de clases en 2012, y viene a coincidir con algo que declaró el multimillonario norteamericano Warren Buffett: "Durante los últimos 20 años -dijo- ha habido una guerra de clases, y mi clase ha vencido." ¿Se puede decir más claro? Aquí, en la patria, ha pasado y está pasando lo mismo: la lucha de clases es brutal, pero no la de los de abajo contra los de arriba, como sería previsible, sino al revés. No hay un solo día en que no oiga, lea o vea en los informativos noticias y declaraciones ante las que no sienta pasmo o incredulidad: es el mundo al revés. Ver hoy o mañana un telediario es una práctica de riesgo, porque pone en peligro la salud del espectador y acaba con la paciencia de cualquiera. Intento evitarlo, de veras que lo intento, pero raro es día en que lo que se dice en los informativos (y peor aún, ¡lo que se deja de decir!) no me produce un serio cabreo que me lleva a soltar dos o tres barbaridades de las que me arrepiento y me avergüenzo en silencio a los cinco segundos de haberlas pronunciado; y no por ellos, ojo (que en otra época les estaría esperando la 'guillotina eléctrica' de Valle Inclán, con público en las gradas), sino por el hecho de verme rebajado, envilecido por momentos, a ese nivel tan feo, tan falto de elegancia moral, y de la otra, al que me llevan durante varios interminables minutos. Y me digo entonces: si ellos supieran que un tipo tan templado y diletante como yo se siente tan furioso (o casi) como Orlando, con esta indignación momentánea, y no digamos ya esa mala baba sorda que cada día crece, que gana terreno a mi alrededor... Si ellos supieron todo esto, ¿no tomarían medidas, precauciones? No sé, quizá es que van tan sobrados, se sienten tan seguros de su fuerza incomparable -en proporción 1/1000- que ni siquiera se plantean la mera posibilidad de dudar un instante. Así las cosas, 999 de cada millar estamos rodeados. Por tanto, tenemos dos alternativas: 1) rendirnos sin condiciones; 2) mirar hacia otro lado y abrir una botella del mejor reserva que encontremos en Lavinia o en El Corte Inglés. Hay una tercera opción, claro está, pero yo soy un prudente padre de familia, un discreto ciudadano que no quiere problemas con los tribunales. Pese a todo, mi resignación estratégica coincide con los análisis más acreditados, como el de Adolfo García Ortega: "Nos están preparando para esto, para aceptar sin violencia estas duras condiciones, y para que nos parezcan una necesidad inevitable." Y que Dios nos coja confesados, ¿no es así? Pues casi que no. Si hay que perder... mejor perder por todo lo alto, como aquellos aventureros que se unían y galopaban alegremente junto a Emiliano Zapata. Después de todo, de perdidos... al río grande.

martes, 4 de diciembre de 2012

¿bailamos... o pedimos champagne?

Hoy el cuerpo me pide swing. Y el alma también. Por eso está sonando ahora, con ese clarinete tan inconfundible, "Si tu vois ma mère", el tema central de la deliciosa comedia de Woody Allen Midnight in Paris. Alguna vez ya he hablado aquí de esa película, y es probable que también de esta música cadenciosa y evocadora como pocas. Para mí ese tema de Sidney Bechet es perfecto, lástima que sólo dure tres minutos y catorce segundos. Y lo es porque me lleva volando sin esfuerzo, me hace ver las imágenes de un mundo que no es, una música que se eleva por encima de la realidad y me sugiere cómo debería ser, a mi parecer, la vida: un baile ligero, amable, desenfadado, perpetuo; con diálogos chispeantes y risas y esbelteces dignas de los mejores anuncios de fragancias. En esa música, en esa fantasía (que me acompañará hasta el final, o eso creo), la vida es bella. Y además en varios idiomas. Es bella porque se parece mucho al cine más alegre y enamoradizo, quizá un poco rosa, sí, ma non troppo: también tendría sus dosis de travesuras y transgresiones. Es bella esa vida porque en ella se da un cruce de géneros: tiene parte de musical, parte de comedia romántica, parte de 'la materia de que están hechos los sueños'. O sea, como el dry martini en la versión de Hitchcock: dos partes de ginebra y una rápida mirada a la botella de vermut. Hay veces en que, por momentos, parece que lo estuviéramos consiguiendo; y es tan maravilloso y tan fugaz que no sabe uno bien en esos casos si abrir mucho los ojos, para no perder detalle, o cerrarlos, para aspirar a fondo ese milagro... y retener la maravilla mientras sea posible. "Si no habitarla, / ah, quién pudiera al menos retenerla", dice Claudio Rodríguez. Pero es tan breve el instante, el beso, el baile, el juego... Y así, bailando, bailando, hemos llegado a este insuperable swing perteneciente a Hannah y sus hermanas. Por el camino, mientras escribía, ha habido otras bandas sonoras, otras películas. Todavía tengo por delante los temas de Manhattan, La rosa púrpura de El Cairo y otras maravillas. Quiero decir con esto que, si nos empeñamos, la vida puede ser bella... por momentos, y el mundo estar bien hecho durante 3' 14", o incluso durante noventa minutos o dos horas. La vida es breve: hay que procurar vivir y hacer vivir una película cada día. O al menos una canción, una banda sonora de cine que dure lo que un martini rosso en una pérgola muy blanca frente al mar de los anuncios, mientras decidimos si bailamos o pedimos champagne. En fin, que hoy estoy generoso y, por haber llegado hasta aquí, te voy a regalar un clip muy ad hoc que no tiene precio. http://www.youtube.com/watch_popup?v=mz3CPzdCDws

lunes, 3 de diciembre de 2012

más alegre que combativo

Lo admito sin demasiado rubor: soy más alegre que combativo, y estoy mejor dotado para la fiesta que para el duelo; si fuese actor, luciría con más brillo en la comedia que en el drama, y entonaría mejor en la lírica que en la épica, en la erótica que en la ascética. En otras palabras: río mejor que lloro; por eso elijo a Demócrito y dejo a Heráclito para cuando sea mayor y no quede más remedio. No niego que me gustaría ser dramático y profundo, pero en cuanto me relajo un poco, tiendo más al humor que al honor, más a la superficie que a la hondura, prefiero tomar algo con Edgar Neville que con don Miguel de Unamuno, a quien tanto respeto. ¿Y bien? ¿Adónde quiero llegar con todo esto? Pues muy sencillo: a que a alguien así, con todas sus limitaciones y querencias, la realidad que le rodea le viene extraña. O le resulta algo ajena, o  impropia. ¿Qué hace un tipo como yo -pacífico, hedonista y todo eso- con este feo estado de ánimo que siente y ve a todas horas, por todas partes? ¿Y qué debe uno hacer en este caso? ¿Pegarle fuego a la Bolsa, a la sede de Bankia (y a otras), a varios ministerios, consejerías, bares o clubs o lugares de alterne y encuentros diseñados al gusto de estafadores multimillonarios, de prestigiosos evasores, de patriotas declarados, con número de cuenta oculta en Bahamas, Zurich, Bermudas, Islas Caimán, Jersey, Fijii, Gibraltar? ¿Qué debería uno hacer, además de maldecir o blasfemar en silencio? ¿Dejar de hablar para siempre? ¿Dar la justicia por perdida? ¿Ponerse al servicio del desorden? ¿Pedir consejo cada noche al 666 y rendir culto al Príncipe de las Tinieblas? La cuestión es muy básica: ¿de parte de quién nos ponemos? Si os digo la verdad, a estas alturas de mi vida me apetecen más los ricos y los cínicos; prefiero un perfume carísimo en lugar de poner mi firma al pie de una causa justa o una gente a la que nunca he visto ni veré, quizá con enfermedades y malos rollos. Lo prefiero, sí. Pero, dado que todo eso me impide dormir como quisiera, no me queda otra que ponerme de parte de los perjudicados, de los que se quedan en casa (o si ella) sin remedio, mirando la tele y a la espera de las cifras oficiales de manifestantes: la última vez llenamos los kilómetros que van de Atocha a Colón, pero como en Madrid somos tan amplios, tan abiertos, logramos lo imposible: con apenas 35.000 personas (o sea, el estadio del Rayo Vallecano) conseguimos llenar y bloquear todo el centro de Madrid. Jorge Guillén hablaba de "maravillas concretas." El poeta de Cántico no tenía ni idea de las concretas maravillas que nos pueden llegar en los informativos de RTVE, o en siete de cada ocho periódicos, en nueve de cada diez emisoras, en once de cada doce think tanks. Como para no creer en los milagros.