martes, 2 de octubre de 2012

malentendidos

En Perdido el paraíso, de Cees Nooteboom, una atractiva mujer le dice al personaje que se hace pasar por el autor: "No he conocido ningún libro que no sea fundamentalmente un malentendido." Y abunda en ello: "Hamlet, Madame Bovary, Marcel, que no sabía que Gilberte le amaba, Otelo, que cree a Yago..." La lista  sería interminable. Pero es que la ficción en sí misma es un malentendido de la realidad; bueno, eso en el supuesto de que la realidad no sea un malentendido de la supuesta no realidad, de la ficción, que todo es posible. En el ejercicio prueba-error, ¿quién corre con la carga de la prueba? Y luego está el viejo tema del quién es quién en el tándem causa-efecto. Vamos a dejarlo ahí, que no quiero perder el hilo. A lo que voy: casi todo lo que nos pasa tiene su origen en algún malentendido, o en algún error de cálculo, de los muchos cálculos que hacemos de continuo. Qué sé yo. Estamos en un bar de copas y hemos bebido lo mínimo exigible para tener un idea casi brillante o formular una  frase inteligente, o al menos ingeniosa; pero ocurre que, en el crítico momento, una copa cae al suelo e interrumpe el devenir de las palabras y modifica el curso de los acontecimientos. Ya nada será igual. O bien, alguien nos da un número de teléfono en plena calle, en medio del ruido y de las prisas, y lo anotamos de urgencia en cualquier sitio. Pasados unos días, llamamos a ese número por un asunto de trabajo. 'Por favor, ¿Mariló?' 'No, no, se ha equivocado; aquí no hay ninguna Mariló, eh'. Sorprendido, haces la pregunta tópica de '¿pero ese teléfono no es el xxxxxxxxx?' 'Sí', es este número, pero ya le digo que yo no soy esa Mariló: soy Coral'. 'Perdón, perdón, ha sido un error, un malentendido'. Y cuelgas. Si bien, ella ha sonreído su nombre -'soy Coral'- de un modo tan sugerente, tan... no tienes palabras para describir esa sonrisa sonora. Pasados tres, cinco minutos, vas a pulsar 'rellamada' porque necesitas oír de nuevo esa voz, esa manera que ella tiene de pronunciar su nombre. Todavía no sabes qué vas a decir, cómo piensas justificarte, pero vas a intentar que la conversación no se dé por zanjada a los treinta segundos. Te dejas llevar por la improvisación, tan excitante, de las palabras que surgen a su albedrío. Algo te dice que esa tal Coral puede ser la mujer de tu vida o puede ser tu ruina. O ambas cosas. Esa pronunciación, esa prosodia... Al tercer tono, ella descuelga y aparece su voz: '¿Síii?' Tú preguntas estúpidamente: '¿Eres Coral?' Respuesta deliciosa: 'Sí, claro, soy Coral, ¿y tú?' Lo piensas un segundo y sobreactúas un poco en la respuesta: 'Hmmmm..., bueno, yo soy... Ginés.' Y ahí empieza todo. Aunque en realidad todo empezó con un dígito bailado en un número de teléfono. Un malentendido.

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