lunes, 29 de octubre de 2012

lo que no dije el viernes

El jueves llovía en Valladolid al anochecer y cuatro amigos leíamos ante un público diverso poemas de Luis Ángel Lobato. Siempre que leo sus versos tengo la sensación de que hubieran sido escritos bajo la incesante lucidez de los 40º de fiebre. Leí: "pasado y futuro / se abrasan / en las gasolineras de la nieve". Leí: "un recuerdo / puede ser también futuro". Leí: "Perdóname: / quiero ocuparme de tu vida." Y varios años después: "ayer imaginé que tú nunca exististe / pero al término / de la palabra / 'diciembre' / el lacre de la escritura / continuaba anexionándote." Y unos versos más adelante doy fe de que "acaba de estrellarse / un avión / en otro sueño." Aunque antes de eso advertí: "pero, ¿quién descomprime / la espoleta de una narcosis?" Y acabé confesando de viva voz que "lo he soñado / y es real. / Respondo: / sí / pero fui yo quien tuvo ese sueño. / Tú dices: / no: / olvidaste las lámparas." A la salida, bajo los paraguas, caminamos hacia los bares. Con mi cuate Jesús Capa -artista ascético y riguroso: solo silencio, la biblioteca blanca,  circus museum... y algo más- siempre acaba saltando la chispa de la conversación entre copas. A propósito de Niemeyer, me dice, más o menos: "sí, es estupendo, claro, pero Brasilia hoy es un fracaso total: es una ciudad vacía, muerta..., la está devorando la selva." Desde siempre, esa imagen me produce fascinación. Y siguiendo por ahí, ayer me encuentro un reportaje en el dominical de El País sobre la capital norcoreana. Leo en él que Pyongyang es hoy "una ciudad con grandes avenidas desiertas, monumentales construcciones de hormigón y hoteles de lujo que nadie ocupa." Se me dispara la fantasía y veo las raíces oscuras apoderándose de los aparcamientos subterráneos, las enredaderas cegando los ventanales de los hoteles abandonados, las colosales estatuas de King Il-sung o de Kim Jong-il corroídas por la lluvia ácida y estranguladas por lujuriosas boas constrictor de quince metros de eslora procedentes de la Amazonia; veo tigres patrullando los templos desiertos de la democracia ideados por Niemeyer en el trópico; plantaciones de bambú reventando los mármoles, los frisos, los vanos proyectos de eternidad. Cien días y cien noches de lluvias torrenciales, de bóvedas caídas, de retablos desplomados, de dinastías, de quimeras. Todo ello abolido. La otra noche alguien aludió a Empédocles, en relación con la poesía de Lobato, para decir de este que apaga un fuego poético con otro fuego; un poemario con el siguiente. Y quizá esto valga para todo creador, incluso para todo amante: un fuego apaga el anterior, y este da lugar a uno nuevo que ilumine el amor que está surgiendo, o el poema en ciernes, o a los ofidios mutantes en la umbría, o esta música que "ya la toqué mañana", porque "un recuerdo puede ser también futuro."

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