lunes, 28 de febrero de 2011

boca a boca

Como soy muy bocazas, me gustan las bocas grandes donde la risa es más amplia y la sonrisa más abierta. Por eso para mí las galas de los Oscar cuentan siempre con el valor añadido de las grandes y hermosas bocas de las estrellas de Hollywood. Y en ese sentido el paradigma lo tiene en propiedad... Vamos a ver, ¿quién posee sin discusión la boca más ampliamente hermosa, jovial, frutal, con una risa que enamora sin remedio? ¡Pues quién iba a ser sino Julia Robets! Pasan los años y los Oscar, surgen nuevas estrellas más o menos rutilantes, divinidades del glamour y del couché, cuerpos gloriosos (Halle Berry), bellezones que hipnotizan (Angelina for ever), piernas interminables que llevan al cielo (CR-7), y también actrices geniales (Julianne Moore) que además de belleza poseen un gran talento (Charlize Theron) o un magnetismo especial (Jennifer Connelly). Todo eso es  incuestionable, sí, y ello sin haber mencionado a Rachel Weisz, con la que uno se casaría ahora mismo, lo juro, sin dudarlo. Pero, ¿qué pasa? Sale al escenario con sus esbeltos andares fluyentes la flaca Julia Roberts, se planta delante del atril, espera el plano corto de la ABC y, ante una humanidad que contiene la respiración sin parpadear, Julia... ilumina el mundo con una sonrisa que va de Oriente a Occidente. Es verdad que quien tiene boca se equivoca (y en ambos aspectos voy bien servido), pero es preferible, creo yo, equivocarse con todas las letras que caben en una boca grande... que acertar con la boquita pequeña de pitiminí. Después de todo, que le quiten lo vivido y lo gozado a una buena boca exuberante, que le quiten las jugosas sandías del verano, los grandes besos bajo la luna de agosto, los labios mojados por el vino, las carcajadas más hermosas del mundo...

viernes, 25 de febrero de 2011

cuando nadie nos ve

Nada hay más íntimo que aquello que hacemos a solas. Cuando nadie nos ve, nos movemos por la casa de otro modo, quizá con otro tempo; nos detenemos unos segundos sin motivo aparente, como secuestrados por un duende; nos miramos al espejo, tratando de averiguar algo, no sabemos qué, a la vez visible pero oculto. Cuando nadie nos ve somos más nosotros que nunca. Quién no ha deseado alguna vez ser "el hombre invisible" y entrar en la alcoba, en el salón, en la cocina donde la persona amada, soñada, deseada... se mueve y se comporta sabiéndose a solas. Lo confieso: yo, casi todos los días. Cuando alguien me gusta de veras, trato de imaginar cómo será en su espacio de intimidad; de qué modo se sentará en el sofá para ver Modern Family; con qué actitud de pereza o desgana o voluptuosidad dejará (tras la ducha, el entreabierto albornoz, el pelo mojado) las piernas separadas, en abandono... mientras se toma un martini y decide entretanto si esta noche sale o se queda en casa, si llama o si apaga el móvil, si un poco de locura o... tres horas de excitante literatura. Y estando en esas, elegir un pantalón o una camisa ante el armario abierto puede ser un acto heróico lleno de existenciales dudas, de pros y de contras, de matices antagónicos. Al final se acaba imponiendo el método hegeliano de tesis / antítesis / síntesis. Qué menos. Si alguien nos observara en momentos tales... descubriría eso que no vemos cuando nos miramos al espejo: nuestro secreto más personal, lo más íntimo de nuestro ser. En fin. A veces tenemos la sensación (casi la certeza) de que hemos perdido algo... irreparable, aunque no sabemos bien qué. Y entonces, quizá, nos acordamos de una vieja canción llena de pequeñas cosas nuestras. Y no podemos evitar que se nos escape alguna lagrimita... cuando nadie nos ve. (Ha sido un exceso de sentimentalidad, lo sé, pero hoy es viernes, y además especial para mí; en el post del lunes prometo estar más gamberro.)

jueves, 24 de febrero de 2011

teleoperadoras

Había una preciosa canción de Amaury Pérez: "¿A quién decir lo que mi pecho siente? / A ti, Francois Villon, poeta triste, / lejana sombra que también supiste / lo que es morir de sed junto a la fuente." No sé por qué me acuerdo ahora de estas cosas, cuando la vida y el amor me quieren y no me puedo quejar. Quizá sea por eso mismo. ¿Cómo era aquello? "La pura pena de no saber por qué". Punto y aparte. Nos llaman a casa mañana y tarde teleoperadoras desde varios continentes. Pongamos por caso las que nos hace Jazztel. Pueden ser desde Machu Pichu o desde Tenoctitlán. Desde Majadahonda o desde Quito, Lima, La Paz, Santa Fe, Ciudad Lineal, Santa María de Iquique, Santa María de Onetti, Comala, Macondo... tantos sitios. Nos llaman a cualquier hora y con todos los bonitos acentos del mundo hispano. Hay teleoperadoras con las que dan ganas de establecer conversación o iniciar un viaje en tren o en mail o en móvil hasta la costa más alejada del Pacífico o del Adriático (en el supuesto de que estuviéramos de viaje de novios en Venecia). ¿Qué responder a las 16.05 h. de un jueves dulce y particularmente amoroso, recién inaugurada la siesta? Peor aún, ¿qué decir cuando no llego a la hora debida, cuando mi teléfono móvil está apagado o fuera de cobertura, o todo da a entender que voy a estar desconectado durante... pon tú las horas, los días, las semanas? Bueno, bien, a lo que iba: suena el teléfono y lo descuelga mi mujer, recién llegada a casa:
     -¿Síiii? Dígame.
     -¿El señor Luisalonso?
     -¡Ni me nombres a ese cabrón!
     -Perdón, yo solo...
     -¡Es un canalla y un miserable. ¿Vale?
     - Pero... si parecía...
     - ¡Ni parecía ni nada!
     - Pero...  señora...
     - ¡Sí, hija, sí, está en Venezuela, con un putón desorejado que fue miss Caracas hace tres años, o eso dice. ¿Te parece bonito? ¿Eh?
     De ese modo mi mujer ha conseguido que las teleoperadoras de Jazztel nos den tregua por una temporada. Veremos hasta cuándo.

miércoles, 23 de febrero de 2011

...como para olvidarlo

 Facultad de Filología, Universidad Complutense. Curso 80-81. 18.30 h. Como cada lunes, un reducido grupo de alumnos estamos en clase de italiano. Imparte el curso la joven ¡y bella! Flavia Cartoni. De pronto se abre la puerta y alguien balbucea: "la Guardia Civil está en el Congreso; lo han dicho en la radio." Nos miramos no sabiendo si creer o no creer, si reír o... Yo le pregunto al mensajero: "pero, vamos a ver, están ¿dentro... o fuera del Congreso?" "¡Dentro, dentro; y ha habido tiros!" Así fue como nos llegó la noticia a los italianizantes flavianos. Los pasillos, las escaleras, el vestíbulo de la facultad tenían un movimiento inusual. Afuera, ya anochecido, el atasco desde la Universitaria hasta Moncloa era mayúsculo. En medio de la confusión me encuentro con un amigo de toda la vida, más que amigo casi un pariente, alguien que procede de los veraneos familiares en Tierra de Campos: Felipe Ruiz, catedrático de Penal en la Facultad de Derecho, justo allí enfrente. Pipe está alarmado pero se alegra al verme. En vista de lo imposible de coger el coche (el suyo, claro; yo no tenía más que autobús y fantasías literarias), me dice: "nos vamos a mi despacho, Luis, a escuchar la radio y esperar acontecimientos." Dos o tres horas después yo estaba ya en casa, en Atocha. Con lo cual, solo tuve que ir dando un pequeño paseo hasta Neptuno. Los furgones de la policía cerraban el paso a la Carrera de San Jerónimo. Había gente, claro, pero no tanta como cabría esperar. Eso sí, hubo un momento inolvidable: como en las películas americanas en blanco y negro,"¡Extra! ¡Extra!", apareció El País. Ahora todo el mundo lo ha visto hasta el hartazgo, pero entonces... A cinco columnas y en tres líneas de titular: "Golpe de Estado. El País, con la Constitución." Tras deambular por allí una o dos horas, me volví a casa, fumando un cigarrillo, con el convencimiento de que aquella cosa tan fea, tan cutre, tan sucia... no podía triunfar. Joder, qué mayor soy.

martes, 22 de febrero de 2011

defensa de la alegría

Me urge convocar la alegría. Y levantarla "como un estandarte", en palabras de Benedetti. Para los momentos en tránsito, esos en los que por un lado termina una cosa y por otro empieza una nueva, para esos momentos, digo, tardes, noches, a veces semanas, se precisa de la alegría como instrumento de trabajo, como un miembro más de la familia. Y es que la alegría también depende del deseo, de la voluntad que pongamos en ella. Vamos, que en buena medida depende de nosotros. Y digo que me urge convocarla porque este post de hoy la necesita con urgencia y velocidad. En breve tengo que acabarlo y publicarlo, darme una ducha, vestirme para ir al teatro (o sea, casual pero special, o dicho a la mexicana: lo mismo nomás que diferente), salir corriendo, coger el metro, bajar en La Latina, llegar al Pavón, tomar asiento y... "la representación va a comenzar;  por favor, no olviden apagar sus teléfonos y alarmas..." Se alza el telón y a mí se me aceleran el pulso, como siempre que voy al teatro, porque hubo un tiempo en que yo (lo he contado aquí) soñaba con ser actor. Y todo esto sucede un martes 22 de muchas emociones y temores, expectativas, insomnios acumulados, propósitos de enmienda, conversaciones, el abrazo de una amiga querida al pie del ascensor... No debería yo tener ya edad para tantas cosas juntas, y sin embrago, aquí estoy, pregúntandome entre líneas qué camisa y qué chaqueta, zapatos, cinturón, vaqueros... En fin, en mitad de la tormenta, frivolidades de juventud. De una juventud imposible que quizá, quizá, me rejuvenezca... por momentos.

lunes, 21 de febrero de 2011

que vivan las mujeres

Hay días en que uno se siente de aquella incierta manera y tiene que sacar fuerzas de quién sabe dónde. Del humor, que es un aliado inteligente y leal como ninguno en los momentos difíciles; del amor, cuya fuerza mueve el mundo, el sol e le altre estelle; de la belleza, que con solo mirarla activamente nos embellece, nos hace mejores; o de todo ello a la vez, si la ocasión lo requiere. Hoy voy a recurrir a las mujeres, nada menos. Ellas han dado y dan sentido a mi vida. Y nada parece indicar, sino todo lo contrario, que en adelante vaya a ser de otro modo. Así pues, me animo a lanzar aquí un brindis (que ya es un género) por las mujeres. Vamos allá: que vivan las mujeres que me gustan y las que me dan disgustos; que vivan las que me han querido y las que ni queriendo me querrán; las que cuando caminan llevan el compás de los mares y de las mareas; las que quizá todo lo ganaron y todo lo perdieron apostándolo todo a la carta más alta; las que sin ellas saberlo van diciendo en silencio eso de "antes morir que perder la vida"; las que cuando se quedan dormidas embellecen el reino de los sueños; las que despiertan todas las expectativas del alba; las que cuando te miran un instante (en el metro, en un semáforo, en el cruce de dos escaleras mecánicas) hacen que sientas el impulso de preguntar: "¿y si, allá donde vayas, vamos juntos unos minutos?" En fin, hay mujeres de espuma y mujeres de ámbar; mujeres de sueño y de nube y de menta y de dolor también. Cantaba Ricardo Solfa que "hay mujeres en cuyas caderas no se pone el sol". Doy fe de ello. Mataría por contemplar un crepúsculo desde la línea ligeramente curva que dibuja una pelvis a la caída de la tarde. (Ver en You Tube el clip "que vivan las mujeres", M. Bosé)

viernes, 18 de febrero de 2011

un viernes como este

Hoy es viernes, y eso ya es mucho decir. No un viernes como los demás, desde luego que no, pero es viernes y la tarde te acoge como una amante de toda confianza. La noche también. Debo confesar que en esta casa suenan especialmente bien algunas músicas las tardes de los viernes. No puedo ocultarlo: amo esta casa y la música que suena en ella. Como bien sabemos, cada día de la semana es un estado de ánimo, pero también es cierto que este oscila en función de la hora, del mes, de la inclinación de la luz, de la temperatura de la sombra, y, a qué negarlo, de cómo esté de inspirada Sarah Vaughan... A propósito (y esto es una mera intuición indemostrable), estoy convencido de que esta versión de Round Midnight que está sonando ahora la grabó ella un viernes, y no alrededor de la media noche sino a la caída de la tarde, cuando todo era o parecía posible. ¡Hay tanta expectativa en esta grabación! Es como si Sarah cantase sabiendo ya que esa noche, a la salida del estudio, iba a ser muy feliz con alguien. ¿Quién no ha tenido alguna vez esa certidumbre cosquilleando en el estómago, en las muñecas? Es como una descarga de azúcar en la sangre. O algo así. Pero no, Sarah no tiene prisa mientras canta esa canción, porque, a sabiendas de la dicha que tiene por delante, se recrea en el placer de la demora. Me la imagino en plena grabación cerrando los ojos y sonriendo ahora en medio de In a Sentimental Mood. Los músicos -piano, contrabajo, clarinete, saxo tenor, etc- la miran e intercambian sonrisas de inteligencia, como diciendo: es una mujer enamorada. Luego, a la salida, ella y él escaparán de la nieve del invierno en Harlem para beber bourbon y reír en la habitación de ese hotel donde no suelen hacer preguntas ni siquiera a los negros. Y menos aún en viernes. Un viernes como este.
 
 

jueves, 17 de febrero de 2011

tanto por delante

Pese a la acogida entusiasta que ha tenido mi post de ayer -"si yo fuera rico"- y los ánimos recibidos para que por una vez haya justicia poética y pueda llevar a cabo mi proyecto (véase de nuevo el clásico de Frank Capra, Qué bello es vivir), digo que pese a ese recibimiento tan alegre de la utopía, hoy el enunciado de este blog se queda corto: no es el "diario de un copy en crisis", es el de un copy en supercrisis. O sea, para entendernos, como la Super Bowl (celebrada el pasado domingo con récord de audiencia para la Fox: 111 millones de espectadores en USA y 3 millones de dólares el spot de 30"). Pero esta es una Super Bowl con copy, con crisis, con... de todo, valga el anacoluto. Uno de esos pocos días en que te mueves entre dos fuegos, entre dos luces, dos hemisferios cerebrales, dos amores... y un precipicio en medio. Recientemente he descubierto estos versos: "Como entre el sol y la sombra,  / entre el torero y el toro / hay un dios que no se nombra." Hoy es el dios que no se nombra. Pero tambien el territorio entre la espera y la esperanza, entre el sueño y el insomnio (lo llamaremos 'duermevela'), entre la mirada y lo mirado, en ese tiempo de nadie que sucede en medio de una pausa. Hoy puede ser (y es) una cosa y su contraria: el suelo y el consuelo, la ardiente oscuridad,  la dudosa luz del día, el amoroso tormento... Sí, hoy puede ser (y acaso acabe siendo) un pésimo gran día. Bueno, bien. Ahora que tenemos reciente la actuación de Amancio Prada cantando a Jorge Manrique en La Abadía, me parece oportuno parafrasear al poeta castellano con un: cualquier tiempo pasado... fue anterior. Pero, por lo demás (y como diría maliciosamente el gran Luis Escobar, refiriendose a los guapos actores jóvenes del momento), a partir de hoy, jueves 17, ¡tenemos tanto por delante!

miércoles, 16 de febrero de 2011

si yo fuera rico

Si yo fuera muy rico, inmensamente rico, seguiría yendo todos los días (o la mayoría de ellos) a trabajar en lo mío, en lo que ha sido lo mío durante los últimos 25 años. Pero previamente habría invertido una cantidad suficiente en la agencia para poder generalizar algunas normas, acompañadas de un cierto estilo en el trabajo. Para empezar, los ordenadores no se encenderían antes de las 10 h., y la jornada laboral, sensu stricto, se alargaría en horario intensivo hasta la hora del martini, que como todo el mundo sabe son las 13.30 h. Eso sí, se valoraría muy positivamente (bonus, etc) el uso de los fondos de libre disposición para asistir a conciertos, teatros, musicales, museos, foros..., a ser posible fuera del horario laboral. Importante: solo se llevarían cuentas y se aceptarían trabajos en los que primase la belleza de la creatividad, la defensa del medio ambiente, las causas justas, la mejora de la calidad de vida de los desfavorecidos y, en general, el hedonismo y la alegría de vivir. Si llegara a ser necesario, la propia agencia adquiriría el correspondiente paquete de acciones de la empresa anunciante, o incluso, llegado el caso, crearía la marca para aplicar en ella su irrenunciable ideario y su envidiado modus operandi. Por supuesto, el mar humor estaría abolido, aunque no expresamente prohibido, pues sería una prohibición inoperante por innecesaria. Las excusas por inasistencia injustificada o por actitudes excepcionalmente desagradables, antipáticas o de mal estilo habrían de ser de una ingeniosidad desarmante. En fin, esto solo han sido cuatro pinceladas, pero tengo que desarrollar más y perfilar mejor el programa de "cómo sería si...", para que, llegado el caso o producido el milagro, no resulte todo una atropellada improvisación. Hay que ser precavidos.

martes, 15 de febrero de 2011

palabras encadenadas

He visto la obra de teatro de Jordi Galcerán -autor de El Método Grönholm- en la que una pareja se lo juega todo a ese juego que da título a la obra, Palabras encadenadas, y que consiste en responder con una que empiece por la misma sílaba con que acaba la última palabra pronunciada por el otro. De modo que si tú dices "dormir" yo respondo "mirar". Así hasta que uno se equivoque o no encuentre en  unos pocos segundos el término correspondiente. Es algo semejante al juego del dominó.Y aparte de una gimnasia mental recomendable, este juego nos viene a decir que todo está relacionado entre sí, que una cosa conduce a la otra, y un libro lleva a otro libro, y un beso a otro beso, aunque sea de otra película. Dice Luis Rosales: "en la noche final de la ausencia, el poeta piensa en la amada y la lluvia los une." Siempre he visto la lluvia de ese poema como algo benéfico que va de uno a otro, que les comunica con su entramado de gotas sucesivas. Esa lluvia, como las palabras, como los ríos o los océanos no separa, ni aísla, ni incomunica: nos lleva a donde vamos, nos acerca aquello que queremos, nos pone en contacto. Literalmente "en contacto". En comunicación. ¿Qué otra cosa sino palabras encadenadas, lluvia que une los confines del mundo, es Internet, las redes sociales, el ciberespacio donde están sucediendo un billón de operaciones por segundo? Todo esto me pasa por quedarme distraído mirando por la ventana... viendo llover.

lunes, 14 de febrero de 2011

cine Ortega

Muchos años después de encontrarme la madrugada de un 13 de  febrero con Ramón Margareto, aquel joven ha recibido el Goya al mejor cortometraje documental por su Memorias de un cine de provincias. Y el azar ha querido que esto sucediera también un 13 de febreo. Lo recuerdo porque unas horas antes de aquel encuentro casual con mi paisano "Monchín" yo había presentado en el Ateneo de Madrid mi libro Celebración de la luz. Eso sucedió el 12 de febrero de 1988, después de las ocho de la tarde. El encuentro con Ramón se produjo unas seis horas después, bajo la euforia poética. Recuerdo que a la puerta del Escueto (calle del Barco; él salía, yo entraba), intercambiamos abrazos, teléfonos, recuerdos, afinidades cinematográficas... No he vuelto a verle, pero gracias al Goya me entero de que ha hecho buen cine  sobre el Cine Ortega de Palencia. Cosas y fechas del azar. Como azar fue que yo asistiera una noche de agosto y de gloria, en el Ortega, a una actuación cumbre de Camarón con Tomatito. Tengo testigos: Manolo Montilla, novillero vallisoletano; El Chaca (hijo de El Búfalo), banderillero y gitano flamenco de Medina de Rioseco; mi hermano Juan Ramón, compañero de curso y amigo de Monchín Margareto. Más azares: muchos veranos después de aquella noche de duende y gitanería, conocí a Esperanza Ortega, poeta, y de las mejores; su padre fue el fundador, alma y dueño durante décadas del Cine Ortega. A ver si me explico: dos o tres versos de Esperanza no caben en este blog, pero lo más hermoso y novelesco que yo haya leído sobre un cine se encuentra en un bellísimo libro de recuerdos; su título: Las cosas como eran; su autora: Esperanza Ortega. No me hagan levantarme y buscar el nombre de la editorial. ¡Búsquenlo! Merece la pena.

viernes, 11 de febrero de 2011

jueves, 10 de febrero de 2011

dos amigas

Hay amistades del pasado que no tienen ningún futuro. Lo percibimos de inmediato, casi con los dos besos o el abrazo de recibimiento. Otras, sin embargo, se apoderan del presente de tal modo que apenas dejan espacio para evocar el ayer e imaginar el posible futuro. Hoy he comido con dos viejas amigas de ayer y de anteayer. Una es apasionada, valiente y periodista; la otra publicitaria, audaz y divertida. Con una bailé canciones de Serrat en la adolescencia (y eso une mucho, a qué negarlo) e intercambié docenas de bonitas cartas que quizá algunas pudieran ser calificadas de medianamente amorosas; con la otra compartí departamento creativo en los 80, tomé copas en Archy, viajé a San Sebastián en primavera, bailé y reí  hasta el amanecer, asistímos juntos al estreno de Nueve semanas y media, supe desde el primer momento que su boda no auguraba nada bueno, y sin embargo no hice sino mirar hacia otro lado, llamar muy de tarde en tarde y sonreír indefinidamente. Han pasado los años. De vez en cuando hablamos, nos ponemos un mail, nos confesamos lo mucho que nos queremos y, cuando por fin nos encontramos después de mil intentos, comprobamos el paso del tiempo y descubrimos que, en efecto, nos seguimos queriendo igual que siempre. O casi. Hoy, tras el café en el Hotel de las Letras, la tarde estaba dulce en la Gran Vía, en Caballero de Gracia, y las chicas de Montera bromeaban y reían en la esquina, como si por momentos la vida fuera una comedia de Blake Edwards, un musical de Stanley Donen... Algo así.

miércoles, 9 de febrero de 2011

no estoy

Había decidido incomparecer hoy, miércoles, dejando este ciberespacio limpiamente en blanco. Vamos, que pensaba echarle morro y largarme con viento fresco, que no está hoy el verde para mucho ruido ni yo para bonitas explicaciones. Y mañana ya presentaría un justificante más o menos artístico, moderno, posmoderno, etc. En ese aspecto voy sobrado. Tengo una carpeta dedicada monográficamente a disculpas irrebatibles y cuestiones de fuerza mayor para no asistir a (cito de memoria): 1) trabajo, 2) reuniones familiares, 3) bodas y funerales, 4) visitas obligadas, 5) fiestas "divertidísimas". Y lo mejor de todo es que permanecen vírgenes más del 90% de ellas. Por supuesto, ninguna ha sido empleada en más de una ocasión. Para mí ya es como un género literario: yo escribo motivos de incomparecencia igual que otros pueden componer barcarolas, sonetos o sextinas provenzales. Y no es por presumir pero, la verdad, después de tantos años, me salen bordados. Tanto que mis amigos más próximos, esos a los que nunca puede uno fallar (para que no se vayan de la lengua, claro; saben demasiado), me piden buenas razones por las que han faltado o van a faltar al trabajo, llegado tarde a casa, no asistido al bautizo de una sobrina, traicionado una vieja promesa (¡una vez al año!) a los amigos de siempre... Razones, en fin, por las que han sido infieles a sus novias, desleales a sus amantes, maleducados, antipáticos, traidores con la izquierda... Me tienen por amigo simpático, alegre, desenfadado, moderno, romántico, liberal... No saben que soy un doble agente de Nokia y Samsung, de Orange y Vodafone, de Fly me to the moon y de Huish you where here. O como se escriba. Algún día todo se sabrá. Y será el fin del mundo. O al menos de este mundo.

martes, 8 de febrero de 2011

lost in traslation 2

Quizá el final del post de ayer pudiera parecerle a alguien un tanto brusco, y acaso como resentido. No puedo negar que algo de eso hay. Pero uno tiene sus razones para ello; o al menos sus motivos. ¡Cómo no voy a estar cabreado con el

lost in traslation

He cambiado de móvil recientemente. Y no solo de modelo, también de marca, pasando del más simple de los Nokia a un táctil GT-S5620 de Samsung. Y este salto, para alguien como yo, es algo semejante a cambiar de pronto de ciudad, de idioma, de continente. Como dejar la tranquila Finlandia para instalarse en la abigarrada Corea del Sur. Consecuencia: me pierdo todos los días varias veces por sus intrincados recovecos, y ello pese a que trato de no aventurarme por los distritos más alejados del centro de Samsung City. Aquí se conduce de otra manera y las señales de tráfico son diferentes. Pero yo soy optimista y confío en que en unos pocos años acabaré familiarizándome con su mecánica casi cuántica. Eso sí, tiene un detalle de buena educación: cuando lo conecto (generalmente por la mañana), en la pantalla aparece la pregunta: "¿Cómo se encuentra hoy?"  Sin embargo no da opción a responder "bien, pero con sueño", "encantado de la vida", "con una contractura en el trapecio", etc. Y es una lástima, la verdad, porque sería muy estimulante interactuar con él manteniendo un diálogo en este sentido. Además, esa pregunta-saludo está enunciada de un modo que recuerda a la enfermera cuando entra en la habitación a primera hora y saluda al paciente: "¿Qué, cómo se encuentra hoy? ¿Mejor? Bueeeno. Vamos a cambiar la sonda, ¿vale?"  En fin, de todos modos se agradece el gesto de buena voluntad. Es un detalle. Aunque a veces tiene uno el día atravesado y le responde de mala manera: "¿que cómo estoy? ¡No tan bien como tú, hijoputa!" Pero esas veces son las menos. Las demás suelen ser mucho peores.

lunes, 7 de febrero de 2011

etiqueta negra

Posee la elasticidad del leopardo y la prestancia de un guerrero bantú. Sus 192 centímetros de estatura se mueven con la elegancia de un príncipe que ignora serlo: tiene la cabeza alta, el gesto serio, los hombros rectos y la espalda tiesa de las viejas razas indómitas. Sus movimientos están regidos por una musicalidad no estudiada ni aprendida que le viene del fondo mismo de la estirpe. Hay algo en esos movimientos acompasados como... de una aristocracia antropológica, no sé cómo decir. Por el terreno de juego se desplaza con ligereza y zancada de  antílope, y además lleva inscrito en su código genético el instinto killer del gol. No es por presumir de nada pero he visto el suficiente fútbol en mi vida (son ya muchos años) para saber detectar cuándo un jugador es realmente grande. Adebayor lo es, sin duda. Y el Madrid se ha encontrado, casi a su pesar, con un futbolista de pies a cabeza. Si saben llevarlo adecuadamente, este atleta de ébano que parece sacado de Cuando fuimos reyes puede dar grandes tardes de gloria en Chamartín. Hasta ahí, todo perfecto. Ahora bien, hay un cierto peligro en él, a qué negarlo: más vale que ningún gracioso tocapelotas meta la pata sin calcular con quién está hablando. Con Adebayor, bromas... las justas. De lo contrario, se le puede cruzar un cable en pleno entrenamiento y pegarle un bocado a Mou que le arranque una oreja. Y entonces, ya la tenemos montada. De modo que, vamos a tratar de hacer bien las cosas.

viernes, 4 de febrero de 2011

puro X

Salgo de viaje en unos minutos y no voy a poder pensar ni escribir el post de hoy. Ahora entiendo lo conveniente que resulta la figura del "negro" para estos casos, y probablemente también para otros. Pero no es fácil ser, y menos aún encontrar, un buen negro. Este debe tener una gran capacidad para mimetizarse y suplantar al escritor titular. Voy más lejos, el perfecto negro debe "ser" más el otro... que el otro mismo, si cabe; que cuando escriba secretamente para el otro, suscite comentarios del tipo de : "este relato de X (libro, blog, poema, etc) es puro X, no hay duda." Y eso no es fácil. Además, el buen negro acaba escribiendo mejor que tú, y siendo más fiel y coherente con tu propio estilo que tú mismo. Y eso puede llevarle a uno a situaciones de travestismo harto complicadas, como acabar siendo el negro del negro. O sea, un lío.

jueves, 3 de febrero de 2011

los domadores de las hadas

Lamentaba ayer aquí algunas pérdidas acumuladas a lo largo del tiempo; en particular la de un poema muy concreto, y es verdad que muy trabajado. En él tenía un lugar preferente, recuerdo, la mirada triunfal, intensa y bien erótica que Marlene Dietrich (Catalina de Rusia) le dirige en la película a su atractivo amante y capitán enamorado al entrar al frente de la caballería cosaca en el salón del trono: una escena llena de furia y ruido, con antorchas en la noche, el resonar de los cascos en las losas, brillos, sombras, alucinación, expresionismo. De todo eso (y más, supongo) hablaba o pretendía hablar el poema perdido. Una lástima, sí, pero la poesía desaparece y vuelve a aparecer donde menos se la espera: en un artículo sobre economía, en un anuncio sin palabras, en el olor de la gasolina, en el prospecto de un fármaco, en la zona de nadie que hay entre dos sueños (dice Samuel Beckett que "la vida es un caos entre dos silencios"), en el rojo arañazo de una lujuria impaciente, en algunas cosas que surgen a destiempo, en esa maleta que su dueño deja pasar de largo, o en esa "luna despistada, rompiendo el cielo sucio un lunes a las diez de la mañana..." Claro que la poesía también puede surgir, a veces, en medio de un poema. Por ejemplo: "Se apoderan ahora  los domadores de las hadas." Su autor es un poeta delgado con el que se puede hablar, reír, mirar, callar. Su nombre: Luis Santana. De modo que lo que se nos va... no tiene nada que hacer, en comparación con lo que se nos viene. Al menos por ahora. Pero, por si acaso, abramos bien los ojos, los oídos... y cultivemos el lema de Juan Ramón: "amor y poesía, cada día."

miércoles, 2 de febrero de 2011

se canta lo que se pierde

Dejando para otro espacio más adecuado las pérdidas más graves, voy a recordar aquí algunas que no por ser menores dejan de doler como una espinita clavada. O algo más. Pero es verdad que tengo acreditadas no pocas pérdidas. ¿Qué se hizo de mi entera colección de vinilos singles, aquella que había ido creciendo en mi adolescencia disco a disco, verso a verso? Quedó enterrada para siempre bajo un fatal derrumbamiento, un invierno metido en lluvias. Más aún: el legendario long play  "octogonal" de los Rolling (hoy fetiche cotizado por los coleccionistas) desapareció de mi casa, entre otros, tras alguno de aquellos guateques. Libros perdidos en mudanzas o en quién sabe qué... ¡una estantería completa! Poemas escritos o a medio escribir, no pocos; en particular lamento la pérdida de un extenso y ambicioso poema al que dediqué largos ratos durante semanas y semanas, casi un trimestre, inspirado en una película disparatada, pero inolvidable para mí, que pocos han visto: Capricho imperial, de Josef von Sternberg. Todo el esfuerzo, todas las horas dedicadas fueron a parar (por error o descuido) a la trituradora de papel que había en la agencia donde trabajaba entonces, hacia 1990. Y aparte de eso, y entre otras muchas cosas, me dejé en un taxi para siempre un precioso jersey de cachemire comprado un par de horas antes; recientemente me ha desaparecido un pañuelo de cuello, a cuadros azules y negros, apenas estrenado; también he perdido no pocas oportunidades, ideas que acaso hubieran llegado a algo, números de teléfono apuntados de madrugada en servilletas de papel, en paquetes de tabaco... Y esto no es más que una pequeña muestra apresurada. Soy rico en pérdidas, lo sé, pero no me quejo por ello: entiendo que es el tributo a pagar (¡qué menos!) por lo mucho y bueno que la vida me  ha regalado... y me sigue regalando. Una fortuna.

martes, 1 de febrero de 2011

la ecobola

El lavar (como hasta ahora) se va a acabar. Adiós al detergente en la lavadora. Adiós al detergente en el lavavajillas. La Ecobola es un invento maravilloso que anuncian desde hace tiempo en la radio. Con ella, por un precio casi irrisorio, te conviertes en un ahorrador compulsivo: ahorras no solo detergente, también suavizante, agua, energía eléctrica, incluso ahorras tiempo. Pero además de económica, la Ecobola es ecológica: preserva el medio ambiente al no dejar en el agua sustancias químicas, fosfatos, cloro, detergente... y tiene una larga vida de 1200 lavados, nada menos. ¿Que cómo es posible este prodigio? Pues muy sencillo: a base de combinar un intercambio iónico, fruto de un profundo desarrollo científico de la bioelectricidad y la hidrodinámica. Yo, como ahorrador converso que soy, estoy loco por la Ecobola, y hace tiempo que me muero por pedirla para empezar a ahorrar furiosamente. Aunque tampoco puedo invadir de golpe la jurisdicción de mi mujer, pues ella es la titular de esas competencias (inversión en nuevas adquisiciones) y, en este aspecto, se muestra inflexible. Está convencida de que compra siempre mucho más barato. Me tiene por manirroto cuando en realidad, de un tiempo a esta parte, estoy poseído por el espíritu de un monje cisterciense: austeridad y ascetismo. Pero, claro, con un pasado de hedonismo y alegre derroche como el mío no es fácil hacer creer a nadie este rigor monástico y casi vegeratiano de mi actual vita beata. En los pecados del ayer  llevo la penitencia de hoy.