viernes, 28 de septiembre de 2012

alguien dejó un comentario

Alguien dejó un comentario al post de ayer en el que sugería que yo propusiera una visita de otoño a la Gran Vía madrileña. Vamos a imaginar una dulce mañana entre octubre y noviembre. Supongamos que hemos quedado a las 11 h. en Callao, concretamente en la librería La Central, que tiene bar y está muy bien. Una vez reunido todo el grupo (pueden ser cuatro o cuarenta), y hechas las presentaciones y compras que a cada uno le venga en gana, partimos hacia el Hotel Capitol, a unos treinta segundos de La Central, andando sin prisa, donde nos espera una visita a alguna de las habitaciones en las que si asomas al balcón te encuentras en primer plano con la parte posterior del célebre luminoso de Schweppes, aquel que Álex de la Iglesia cinematografió muy hábilmente en El día de la Bestia. De ahí pasaremos, con el vuelo de la imaginación, al desaparecido Hotel Florida, a un paso del Capitol, donde en el otoño de 1936 se reunían a la caída de la tarde 'el coronel' Malraux y sus aviadores brigadistas, y allí mismo, todavía polvorientos, en medio de una nube de corresponsales, espías, escritores, diplomáticos, hombres de negocios y curiosos de toda condición, el coronel trazaba en la pizarra para todos los públicos la estrategia a seguir al día siguiente, quizá en los cielos de Toledo o de Extremadura. Yo mismo leeré de viva voz una o dos páginas de la biografía de André Malraux, escrita por Jean Lacouture, donde se describe todo ese ambiente, esos momentos. Pero llevamos cierto retraso sobre el cronograma previsto. Hay que apresurarse, y quizá eso nos obligue a pasar por alto lo que fue el legendario Pasapoga y subir a alguna de las azoteas donde nos espera el cielo de Madrid (ese mar) y un punto de vista nuevo, desconocido para casi todos. Fatalmente, la expedición se divide en dos: Carmen, mi mujer, capitanea a aquellos que desean un poco de recogimiento en el Oratorio de San Felipe Neri; yo, mucho más profano, me dejo arrastrar por el resto del grupo a uno de los santos lugares, en la acera de enfrente, donde Ava Gardner enamoraba a medio mundo y se bebía botella y media de whisky cada noche, sin que su mirada perdiera ni un ápice de aquel ensueño, aquella promesa de perpetua felicidad: estamos en Chicote. Y hay que decidir ya mismo si nos pasamos directamente a los legendarios Chicote's Dry Martini o si tratamos de cumplir con el programa acordado, el cual tendría su penúltima visita allá arriba, en la terraza con vistas del Hotel Ada. Y desde allí solo caben tres opciones: o gintónic de Hendrick con pepino en el Círculo de Bellas Artes (y sea lo que Dios quiera), o nos vamos a un hotelito con encanto y spa, o hacemos merienda-cena en mi casa, a la espera de que el Madrid nos dé una alegría a algunos y un disgusto a otros. Todo es posible un sábado de otoño con amigos, tras una visita a la Gran Vía.

jueves, 27 de septiembre de 2012

demasiado tarde

Bromeo con una seguidora de este blog acerca de sus dotes como guía turística. Ese es un tema con el que vengo coqueteando hace tiempo (en la intimidad, claro). Hasta ahora nada he dicho al respecto. Veamos. Aunque tarde, demasiado tarde, hace tres años descubrí en Viena mi verdadera vocación. Mi mujer y yo tuvimos la suerte de disfrutar de un guía turístico excepcional, un canario atractivo y culto, algo bastante coqueto -es posible que bisexual-,  con una voz hermosísima y no falto de sentido del humor. Muy pronto advertimos que, por así decirlo, le gustaban las palabras. Un tipo que pronuncia de ese modo "Palacio de Schönbrunn", sólo puede ser un consumado actor de teatro, o un enamorado de la fonética y la fonología germánica, o un locutor vocacional de la sección de cultura / historia de, para entendernos, la 'BBC' austríaca. Había que oírle. Y no digamos ya cuando pronunció por vez primera el sintagma "imperio austro-húngaro". A punto estuve de ponerme en pie en el autobús y darle una cerrada ovación. ¡Con qué regodeo concupiscente pronunció todas y cada una de las letras de ese "austro-húngaro" inolvidable! En Viena, sí, encontré mi camino de Damasco; descubrí que todos estos años de marketing y publicidad, y previamente facultad de filología, habían sido el rodeo que da una verdad incontrovertible antes de manifestarse abiertamente, como una sentencia firme frente a la que no cabe recurso de apelación: yo-tenía-que-haber-sido-guía-turístico. Muy especializado, eso sí. Por ejemplo: yo podría mostrar y contar un pequeño tramo (apenas un par de kilómetros) del Canal de Castilla en uno de sus tres ramales; o la Gran Vía madrileña, aunque no toda: de Callao a la intersección con Alcalá; o la plaza de Santa Ana y sus alrededores: plaza del Ángel, Echegaray, calle del Prado, Huertas..., poco más; casi todo el Campo Grande, tan romántico y vallisoletano, con sus pavos reales y sus nieblas de invierno y de Adviento, junto a la Acera [de] Recoletos; también hubiera podido mostrar 'el mar de Campos' en primavera, desde un mirador que yo me sé, cerca de Ampudia (Palencia); incluso, haciendo un exceso sentimental, podría atreverme a contar a los japoneses y a los austro-húngaros Medina de Rioseco casi por entero. Me pregunto cómo se dirá en japonés "Juan de Juni" o "Capilla de los Benavente". Y en austro-húngaro (si lo hubiere), "retablo de Santiago de los Caballeros", "iglesia y claustro de San Francisco", "soportales", "bares", "vino", "amigos". Qué lástima. Veo la carrera de guía turístico que me he perdido... y no puedo evitar acordarme de aquel personaje de Buñuel, en su etapa mexicana, cuando dice esa frase inmortal (cito de memoria): "Pues ya ve, don Quintín, yo iba para cinemática... y me quedé en cabaretófila." Eso mismo es lo que me ha pasado a mí.

miércoles, 26 de septiembre de 2012

every time we say googbye

Miro a mi alrededor, leo los titulares de prensa, veo las fotogalerías de este 26 S y me entran ganas de mirar hacia otro lado. Hacia el lado cínico de las cosas, también conocido como la cara amable de la actualidad. Mejor así, porque si digo lo que pienso, lo que me parece todo esto, podría herir la sensibilidad de más de un lector de este blog. Sigo el sabio consejo de Ambrose Bierce -tan maravillosamente imprudente al final de su vida-: "Habla cuando estés enfadado y harás el mejor discurso que tengas que lamentar." No sé si lo digo con la boca pequeña o con el firme propósito de no ser un bocazas, pero, sí, quiero ser prudente. Para ello tengo que disimular mi enfado, casi que mi ira, y no mirar esas fotos, esa pornografía que desde la pantalla del ordenador entra por los ojos y agrede y ensucia este limpio espacio que yo procuro mantener a salvo de inmundicias y de malas babas. A nadie le sorprenderá si digo que disfruto mucho, acaso demasiado, con la mirada; pero también es cierto que hay ocasiones en que mirar duele. No es preciso ser más explícito y poner ejemplos; hoy basta con hacer clic en 'fotogalería'. ¿Qué está pasando? ¿Qué nos está pasando? Desde luego, nada bueno. Que a un tipo como yo -algo frívolo, risueño, hedonista- le duela la mirada... no es buena señal. No lo es. ¡Oooh, qué maravilla! ¡Qué oportuna maravilla! Yo soy agnóstico o austrohúngaro y no creo en cosas raras, pero tengo comprobado que el "seguro azar" del poeta acude en mi ayuda casi siempre que lo necesito. Acaba de entrar en la estancia limpia de este mediodía luminoso el corte 3 de este clásico de John Coltrane que siempre me alegra la vida, me limpia los ojos y me hace pensar en días mejores: Dear Lord. A ver si lo digo de un modo discreto que a nadie ofenda y todos puedan dar por bueno: Dear Lord es al jazz lo que la belleza al enamorado, lo que la noche al insomne, lo que Marlene a Dietrich. Creo que lo estoy consiguiendo: no minimizo, no permito que aparezca en pantalla el peor porno sucio del día. Es posible que esta tarde vaya a tomar un martini al Palace o al Ritz, y luego, a la salida, me arme de valor y  trate de conversar con esos policías que a buen seguro tienen problemas a fin de mes con sus cuentas corrientes, el colegio de sus hijos, las cosas que les dicen sus mujeres... Si yo fuera actor, me gustaría hacer el papel de esa guapa mujer casada con un poli honesto. Huyendo de alguna pequeña cosa, me he ido liando de tal modo que a ver cómo explico que ese  Dear Lord de Coltrane me  recuerda no poco un temazo que nunca olvido: Every time we say goodbye. Y ese título me parece tan bueno que ganas me dan de mirar hacia otro lado, hacia ti, hacia nosotros, cada vez que nos dicen 'goodbye'. Es un tema bellísimo. Es John Coltrane.

martes, 25 de septiembre de 2012

el amor, solo eso

Leí el otro día una crítica y fue suficiente para que me entraran unas ganas locas de ver esa película: The deep blue sea. A veces ocurre que lees un comentario, una sinopsis, algo, y sientes la necesidad imperiosa, o al menos un fuerte deseo de escuchar ese disco, leer ese libro, ver esa exposición. En esos casos, la intuición rara vez me falla. Tengo aquí delante esa crítica; empieza así: "¿Qué te ha pasado?", pregunta un personaje a la extenuada mujer protagonista? (...) Respuesta: "El amor, solo eso." De modo que la cosa ya empieza por todo lo alto. Pero la breve crítica -Javier Ocaña, El País- concluye más alto aún: "Amor en tiempo de paz, con recuerdo de guerra. Es el dolor de una mujer (...) que, entre el simbolismo de la ventana y las cortinas, no sabe si abrirlas o cerrarlas." Estas pocas líneas son en sí mismas puro cine, y del grande. Y si además resulta que la protagonista es nada menos que Rachel Weisz, pues ya está todo dicho: al cine. Aún no la he visto, pero cada día que paso sin verla disfruto recreándome en ese profundo mar azul que me espera, que nos espera. Es casi como aquello que cuentan del general Montgomery a su regreso al bar de oficiales, cansado y polvoriento, tras una larga jornada de combate frente al Afrika Korps de Rommel en el desierto de El Alamein, verano del 42. Dicen que Montgomery miraba y miraba su vaso de whisky con hielo sin decidirse a dar el primer sorbo. Alguno de los presentes se atrevió a decir: "¿Qué ocurre, mi general? ¿Acaso no está el scotch servido a su gusto, como siempre?" Y dicen también que el héroe de El Alamein, al oír esas palabras, esbozó un asomo de amago de sonrisa británica y, mirando su vaso lleno de whisky, respondió algo así como: "No cambiaría esta sed que ahora tengo por nada del mundo." Entiendo bien al general. Conozco esa sed, y conozco el placer de esa demora... Elegir la sala, el día, la sesión; dejar la cena preparada para los niños (el 'niño' mayor solo tiene 18, está en la universidad); vestirnos de cine, sacar las entradas, sentarnos y mirarnos con una mirada de película... a punto de empezar. Una mirada casi verde -la que yo recibo, claro- que se parece al mar azul profundo de los viajes venideros. En la penumbra de la sala, nos miraremos como se miraron, supongo, el vaso de whisky y el general. Y unos segundos antes de que se apaguen las luces, haremos lo posible por decirnos sin palabras: "¿Qué te ha pasado?" Y respondernos algo así como: "El amor, solo eso."

lunes, 24 de septiembre de 2012

haciendo números

Esta mañana, cuando he salido a caminar, me he dado cuenta de que era un día sin dueño, uno de esos días apátridas, o al menos sin nacionalidad conocida o declarada. Entre el final del verano y el comienzo del otoño suele haber días de nadie que desconciertan a los aduaneros de las estaciones. Al cruzar el parque he visto a los habituales paseantes y deportistas, pero llenos de dudas en la indumentaria: algunos se resistían a despedir al verano; otros le daban una bienvenida apresurada al otoño; no faltaba quien se había hecho un lío al vestirse y lucía una prenda de cada estación. La moda de entretiempo tiene su complejidad. La ambivalencia, el sol y sombra, es un territorio que produce un desasosiego sin límites a las almas francas y directas, esas que siempre tienen las cosas muy claras, y al pan pan y al vino vino. Yo no me tengo por mala persona (o no del todo, al menos), pero admito tener un punto de maldad o malicia que me lleva a disfrutar con los muy unívocos al verlos repentinamente desconcertados por la ambigüedad o la paradoja. Suelen ser personas serias, no hay duda, pero sin la suficiente flexibilidad y el humor necesario para nadar con estilo de una a otra orilla en viaje de ida y vuelta. Y no, no estoy hablando de la famosa flema británica ni de la imperturbabilidad de los gélidos: hablo de una cierta versatilidad que permite caminar del puente a la alameda sin dejar de sonreír simultánea o alternativamente al público congregado en ambas márgenes de la pasarela.  En este caso (y en otros) el sentido del humor es determinante, como lo es el sentido de la orientación, o el del equilibrio, o el del olfato. Cuando se habla de ambivalencias o de paradojas, siempre me acuerdo de las palabras de Gillo Pontecorvo acerca de Marlon Brando, tras rodar con él Queimada: "Es el único actor que conozco capaz de sonreír con un ojo y llorar con el otro." No sé bien si es sadomasoquismo o un desmedido afán por el arte de birlibirloque, pero siento una cierta inclinación hacia los animales anfibios y los futbolistas ambidiestros, como el incomparable Zidane; admiro, y en el fondo envidio, a los filósofos griegos presocráticos y bisexuales; adoro las ciudades que tiene a un lado Europa y al otro Asia; los monocultivos, las monomanías, los monólogos... mejoran mucho cuando se comparten o dialogan o vienen de dos en dos, como las cerezas. Y si dos es casi perfecto, ¡cómo será excepcionalmente la carambola de tres! ¡El enchufe trifásico! ¡La triple gemela en los hipódromos de Kentucky, de Ascott, de Long Champ! Ayer vi marcar un triple a Rudy Fernárndez de una elegancia suprema, y me dije: donde esté un buen triple... Pero no podemos hacer norma de lo excepcional. Y pasando del baskett al fútbol, un 'hat-trick' es una fiesta para un goleador, aunque sería excesivo si se convirtiera en hábito. Uno está bien para un rato y para algunas tardes; dos para casi siempre; tres para algunas fantasías y momentos muy gozosos pero difícilmente repetibles.


viernes, 21 de septiembre de 2012

¡viva el dadá!

Hoy he leído en el periódico una noticia realmente maravillosa. Titular: "Apple sitúa el Ebro en Río de Janeiro." Resulta que Apple Maps, con su flamante sistema operativo iOS16, no sólo hace desaparecer estaciones de metro, y sacarse aeropuertos de la nada, y llevarse el delta del Ebro entre Ipanema y Copacabana, es que además sitúa la Costa Brava en Sudáfrica, nada menos. Y la Alhambra de Granada en Granollers, dónde si no. ¿Y el Museo Picasso? Pues en Buitrago de Lozoya, que también es muy bonito. Alguien pensará que estoy de coña, pero no, no me invento nada. Aunque he de admitir que siempre me ha atraído la idea de sacar de su sitio las ciudades y los nombres y los monumentos, para a continuación barajarlos al azar, lanzar las cartas al aire y... que caigan donde caigan. De modo que en esa película bajas alegremente por la Gran Vía madrileña y en lugar de confluir con Alcalá te encuentras con Madison Avenue, pero ya antes el edificio de la Telefónica había sido sustituido por la romana Villa Borghese, y el Círculo de Bellas Artes por el Hermitage de San Petersburgo. Todo eso y otras simulaciones pueden hacerse hoy en cine o televisión sin mayores dificultades. Subes a la terraza del ABC de Serrano y lo que ves no es lo que esperas -La Castellana, el barrio de Salamanca, etc- sino la Costa da Morte, la Avenida de los Tilos (Unter den Linden), con la cordillera andina al fondo; y donde debería estar el Bernabéu, ¡ese templo!, pues resulta que aparece La Sagrada Familia de Gaudí. Y en Barcelona pasaría otro tanto: vas en busca de la Sagrada Familia y en su lugar te encuentras La Chocolatería de San Ginés. Claro que la numeración de las calles también tendría su correspondiente desbarajuste: del número 23 pasaríamos directamente al 32, y del 96 al... a un multicentro con espectáculo en vivo, cabinas perfumadas, peep show, mazmorras sado-maso, etc. Las nacionalidades y los topónimos se mantendrían (en principio), pero los gentilicios serían alterables, según el gusto o el capricho de cada cual. Yo mismo (sin renunciar jamás a mis orígenes venecianos) me asignaría el neogentilicio 'madrisoletano', que tengo registrado (demostrable) desde mediados de los 90. Y bien mirado, no es extraño que me gusten estos juegos: frente a los nacionalismos yo siempre he preferido el internacionalismo; frente a los monoteísmos, los templos paganos de la antigua Grecia luminosa; frente al blanco o el negro, todo el pantone del arco cromático. ¿Te imaginas que en pleno chinatown de San Francisco apareciera el barrio judío de Praga? ¿Que Shakespeare hubiera leído a Cervantes? ¿Que Gardel fuese francés? Si por un momento así fueran las cosas, el mundo cambiaría por completo y la Enciclopedia Británica habría de reescribirse de principio a fin. La historia del cine, desde Murnau a Griffith, de Eisenstein a Dreyer, de Chaplin a Lubitsch o a Fritz Lang, empezaría de nuevo. El primer traveling de la historia daría comienzo cuando los Lumière emplazaron la cámara en el ascensor de la Torre Eiffel... y este empezó a subir, a subir. ¿Qué se ve desde lo alto de la Tour Eiffel? Se ve a madame Bovary horas antes de envenenarse; las Torres Gemelas todavía levantadas; Édith Piaf cantando a Leonard Cohen por soleá en el Cotton Club. Basta introducir un pequeño desorden, un cambio de fechas o de cifras, para que el mundo comience de nuevo, a una hora en la que no estaba previsto.

jueves, 20 de septiembre de 2012

lux

Ahora entiendo por qué "nueve de cada diez estrellas prefieren Lux" y no Palmolive. Por el nombre, desde luego, pero ahora también por la magia. Por el nombre porque es radiante, se pronuncia sin esfuerzo y da gusto decirlo: Lux. Además, la sílaba 'lux' es el inicio de algo secretamente deseado, la promesa de un concepto tan apetecible como luxury, o sea, 'lujo', y también, por proximidad ineludible, 'luxuria', que viene a ser una especie de erotismo fino, de lujuria ligth, aceptable como tema de conversación en el club o en el gimnasio. Todo ello induce a una cierta actitud favorable o predisposición. Es decir, cuando, en el silencio del vaporoso cuarto de baño, la esponja rebosante de gel Lux recorre todo tu cuerpo, demorándose aquí y allá, lo que te está ocurriendo es, más que un baño o una ducha, una experiencia íntima, un masaje tántrico no declarado. Por eso, hace ya muchos años que nueve de cada diez estrellas usan Lux. Pero ahora, la magia, además de por los poros, entra por los ojos. Vamos a suponer que tú, mujer dinámica y cosmopolita, asistes a una convención de empresa en Singapur. Tras una larga jornada de powerpoints, charlas motivacionales, teambuilding, etc, decides relajarte un rato en el gimnasio o el spa del hotel antes de cenar y conectarte con tu marido para preguntarle cómo están los niños, qué han comido hoy, si ya están dormidos... y el resto del cuestionario. Pero sucede que, tras la sesión de spinning o gymjazz, te introduces en la ducha como el pecador arrepentido se arrodilla ante el confesionario. Buscas la paz. Lo que no puedes imaginar es que, tras abrir el grifo y cerrar los ojos, van a empezar a ocurrir cosas a tu alrededor. Magias, orquídeas, jardines fragantes. Bajo el agua tibia o cálida, entreabres los párpados y entrevés pétalos, corolas, peristilos... Cierras los ojos para así poder decirte "pero si no he bebido ni fumado ni..." Cuando, tras unos segundos de duda y asombro, abres los ojos de nuevo, te encuentras no ya con una orquídea en los azulejos sino con el mismísimo jardín de Venus a tu alrededor. Y ahora sí, aspiras hondo la fragancia, sientes la espuma y la esponja en tu vientre, en tus ingles, cierras despacio los párpados... y te dejas llevar por un mar de dulzura, un espacio en blanco, unos minutos sin testigos. Luego, cuando regresas, quizá algo fatigada, todo parece en orden, aunque expectante, como si nada hubiera sucedido, tal que a la espera de que decidas si te duchas o te bañas o te vas a la cama y apagas la luz. La lux. Después de una experiencia así, está claro por qué nueve de cada diez estrellas sueñan, soñamos, con lluvias, olas, ríos, cascadas, corrientes, océanos, espumas... La publicidad multisensorial es el futuro. Si no hay experiencias diversas, placeres múltiples, sinestesias... no hay nada que hacer. Ni que vender.
Una ducha con sorpresa | Blog de Noticias - Yahoo! Noticias Chile

miércoles, 19 de septiembre de 2012

la maravilla de las cosas

Ayer me quedé con ganas de más. Más nada flotando en el vacío. Más silencio viajando entre las constelaciones. Y también su contrario: me atrae mucho esa imagen de aquello que sucede para nadie, sin testigos, en medio del bosque o del espacio, o en una región del tiempo deshabitada que aún no se ha producido. Imaginemos que, al cabo de dos o tres décadas, iTunes (o quien sea) necesita deshacerse de sus excedentes de archivos sonoros y los lanza al espacio exterior, lejos de nuestro alcance. Y puestos a imaginar, imaginemos que por algún error o azar esos archivos 'desobedecen' la programación, el mandato de destruirse, y empiezan a sonar y a sonar en un desorden aleatorio, y lo hacen en el silencio estelar de Alpha Centauro o de Casiopea. ¿Cómo sería un concierto de Mozart para flauta sonando a solas en las proximidades de Orión? ¿Y la voz de María Callas atravesando los espacios interestelares como una daga de fuego platino en la oscuridad? Mientras esto escribo, Cecilia Bartoli está cantando para mí en este preciso momento el bellísimo "Parto, ti lascio, o cara", perteneciente a Germanico in Germania, de Nicola Porpora. Recuerda inevitablemente "Lascia ch'io pianga", de Hendel. Me pregunto cómo sonaría este registro dentro de mil años (eso no es nada) en... los Anillos de Saturno, por ejemplo. ¿Seguirá vigente para entonces el 'efecto mariposa'? ¿En qué medida quedaría alterado el devenir del universo si cierta secuencia de Kind of Blue -ese momento en que Miles Davis y Coltrane coinciden en un cerrar de ojos- sonara sin motivo y sin objeto en un agujero negro... o en la punta de la flecha celeste de Sagitario? Sin necesidad de ir tan lejos, ¿qué tal el insuperable "The Man I Love", de Gershwin (enhorabuena a los creativos de El Corte Inglés por recuperarla), cuando todos se hayan ido del último bar, del último club, y no quede nadie para contarlo, para bailarlo? Qué lástima: cuánta maravilla para nada. Dios debería existir, aunque solo fuera para recoger alguno de estos milagros. He leído recientemente que el compositor Beck Hansen, o sea, Beck, ha sacado un disco sin sonido -Song Reader, el título es honesto-, donde el artista sólo entrega las letras y las partituras de las canciones. Me parece perfecto, y además incontaminante y sostenible. Hace unos días he conocido, gracias al poeta Vicente Gallego, un pensamiento de la tradición zen que dice: "el verdadero vacío, la maravilla de las cosas."

martes, 18 de septiembre de 2012

nada de esto quedará

No lo voy a negar: me impresionó, aunque solo durante un par de minutos, la noticia de que la biblioteca digital que uno haya podido adquirir a lo largo de su vida, desaparecerá a la vez que su dueño. Se trata por tanto, entre otras cosas, de un adiós a la herencia. Así pues, todos los libros o discos comprados en Amazon o en iTunes se desvanecerán -como la memoria, como lo vivido- en alguna galaxia sin nombre del ciberespacio. De aquí a cien años, el universo será un gran cibercafé con billones y billones de páginas leídas y por leer que pasaron de este mundo virtual al otro mundo. Los historiadores, los sociólogos, los estudiosos, dispondrán de detectores de bibliotecas digitales desaparecidas que hablarán de quienes fueron por un tiempo no ya sus dueños sino sus huéspedes usufructuarios. La posteridad de cada uno de nosotros será un listado de títulos de libros, de canciones, de películas. Y todo ello estará concentrado, acaso encriptado, en algún punto microscópico de Andrómeda o de Cibermemory. No sé qué pensarán de ello mis hijos el día de mañana -dentro de cincuenta años aprox- pero yo percibo una especie de justicia poética en esa extinción de  los archivos digitales. Vinimos al mundo sin nada, y sin nada habremos de abandonarlo. Dicho de otro modo: de la nada vinimos y a la nada regresaremos. Lo que pueda haber entre una nada y otra es una fiesta y es un lujo incomparable, un privilegio que solo uno entre un billón (más o menos) tiene la suerte de disfrutar, solo por el hecho de haber nacido, de haber vivido. ¿Qué pasa? ¿Que con nosotros desaparecen las novelas que más hemos amado, los poemas más sentidos, las canciones de amor más juveniles, las películas que nos han arrebatado lágrimas en la oscuridad? Bien. ¿Y qué? Que se vengan a la nada con nosotros. Después de todo, a cada uno lo suyo. Hay un pasaje en la Biblia que siempre me ha impresionado: Sansón, ya ciego, encadenado en el templo y objeto de mofa, pide fuerzas a Dios: "Señor, acuérdate de mí y devuélveme las fuerzas por una sola vez". Entonces, Sansón apoya el brazo izquierdo en la columna izquierda, y el derecho en la columna derecha del templo. Y exclama: "¡Muera yo, y conmigo todos los filisteos!" Ya sabemos lo que ocurrió. El templo se desplomó, y después de la hecatombe y de los gritos, y de las lamentaciones que iban a menos, se fue haciendo el silencio. Ese silencio será el mismo que habite en el ciberespacio entre un libro y otro, entre canción y canción sonando para nadie por un camino de estrellas.

lunes, 17 de septiembre de 2012

rafael y compañía

Ayer, domingo,  revisitando en el Museo del Prado la exposición el último Rafael, recordé algo que había leído recientemente acerca del posible paralelismo entre el taller de Rafael Sanzio en la Roma renacentista y el de Andy Warhol -The Factory- en el Nueva York de los años 60 y 70.  Viendo esas sagradas familias, esas alegorías y retratos, y lo que de ellos se nos cuenta, queda claro que el joven maestro y sus discípulos se repartían el trabajo con criterios de productividad y eficiencia. Sin duda eran muchos los encargos -del Papa, de las nobles familias, de cardenales y banqueros- y no había tiempo que perder. Optimizaban los recursos, sí, porque un cliente es un cliente y siempre hay que mantenerlo satisfecho, tal como nos advirtieron Simon & Garfunkel en aquella canción, precisamente en los días en que The Factory funcionaba a pleno rendimiento. De modo que Rafael distribuía las tareas: 'yo me ocupo de la concepción general y de los personajes centrales del cuadro; tú, mio caro Giulio, te haces cargo de los secundarios, pero no te distraigas con i ornamenti, capito? El fondo, el paisaje, queda en tus manos, Gianfrancesco, va bene? E ora, a lavorare tutti!' Dicho así, parece como si fuera la cosa más rutinaria, casi como lavar y planchar, pero no es tan sencillo ser Rafael, ni tampoco Giulio Romano y Gianfrancesco Penni, entre otros discípulos (llegó a tener en su taller más de cincuenta, dicen, aunque dicen también que el número de amantes rafaelescos debió de ser infinitamente superior). La mayoría de sus poderosos o acaudalados clientes han pasado a la historia no por sus obras y ejemplo sino por haber sido 'clientes' de Rafael. ¿Se puede pintar tanto y tan bien en tan poco tiempo? ¿Se puede amar y ser tan amado como él, y tener tanto éxito y tantas celebrities llamando a sus puertas? Qué moderno, Rafael Sanzio. Intuyo que hubo de ser un excelente marketiniano, un gran comercial, un vendedor incomparable. Sin duda que sí, pero a la vez fue el artista inmenso y verdadero que amó la belleza como pocos y nos dejó (antes de cumplir los 37) momentos estelares como el Ritratto di Baldasarre Castiglione, y, cómo no, este banquero florentino y ya universal que tengo aquí delante: Bindo Altovitti. ¡Qué tiempos aquellos en que los banqueros parecían (alguno acaso lo era) bellos poetas enamorados! En fin, a veces es cierto que cualquier comparación con la actualidad resulta improcedente. No sé por qué, estoy imaginando una obra de teatro que reuniera a Rafael (1483-1520) y a Miguel Ángel (1475-1564) en un encuentro imaginario como el de La cena, de Jean Claude Brisville, donde Talleyrand y Fouché (Flotats y Carmelo Gómez) nos hicieron pasar en el Bellas Artes una noche que recordaremos siempre.
Mantener al cliente satisfecho ~ Simon & Garfunkel | DJ Allyn - La banda sonora de mi vida

viernes, 14 de septiembre de 2012

tal vez soñar

Qué mala noche he pasado, dándole vueltas y más vueltas al precio de mi alma. Todo era una mera hipótesis, claro, un supuesto, por si se diera el caso de que el señor de la noche, el príncipe de las tinieblas, se me apareciese en sueños y me hiciera una proposición. Resistirme nunca ha sido mi fuerte. Y negociar, tampoco. En el regateo, en lugar de tirar hacia abajo, siempre acabo subiendo el precio de salida de lo que me venden. Por eso los gitanos del mercadillo me reciben con entusiasmo en cuanto me ven aparecer. Pues bien, si eso me ocurre cada verano, cuando me compro dos o tres pares de alpargatas en el mercadillo de mi pueblo, es mejor no pensar qué negociación haría si Luzbel me ofreciera un dry martini para "acercar posiciones". Me temo que le acabaría entregando mi alma a precio de saldo. Y eso es lo que me ha quitado el sueño esta noche hasta más allá de las cuatro de la madrugada. Durante esas horas en blanco, he barajado exigencias diversas: una larga vida plena de amor y viajes, cenas de viernes, buena música, buen vino, guapos biznietos... era condictio sine qua non de la opción A. Placeres nazaríes, lujos bizantinos y fiestas babilónicas constituían el núcleo duro de la opción B. El éxito y la fama (con todo lo que ello implica: fans, televisión, entrevistas, saras carboneros...) me tentó durante quince o veinte minutos, pero lo descarté, sabedor de que la vanidad es un placer efímero que exige mucho a cambio de muy poco, casi nada. Ya muy fatigado, en la alta madrugada en blanco, acabé por rendirme y pedir a cambio de mi alma dormir en paz cada noche de mi vida, y disfrutar de felices y placenteros sueños hasta el amanecer y más allá. Y ya puestos a pedir, yo elegiría un sueño cada noche, tan reales estos que superarían con creces la realidad de la vigilia. La vida despierto no podría competir en intensidad, en color, en peripecia, con las ocho horas de sueño continuado de mis noches. Yo mismo, cada tarde, describiría el sueño de la noche. Y así, un día, verdes praderas donde pastaba el búfalo; otro, Bugatti años 30 por la costa monegasca y la riviera italiana, bailando fox lentos junto al mar en pérgolas muy blancas  hasta el amanecer; hoy, por qué no, un sueño algo turbio y cinematográfico con visita a los casinos y los fumaderos de opio en Shanghai, en compañía de Gene Tierney con un vestido de lamé muy ajustado; quién sabe si mañana mi mujer y Marion Cotillard se disputarán mi compañía (ya que no mi amor, que solo a una pertenece) y tendré que poner paz y  concordia. Todo se puede arreglar. Y donde cenan dos, cenan tres. Pobre diablo, no sabe con quién se está jugando mi alma.  Ni a qué precio.

jueves, 13 de septiembre de 2012

príncipe de las tinieblas

Anteayer, martes, decía yo que hay días en que el 'guionista' de la actualidad diríase que fuese el diablo en persona. Una seguidora de este blog comentó que unos curas polacos editan una revista dedicada "a la caza del diablo." Peliagudo asunto. No he leído aún ese artículo al que alude María Jesús, pero yo creo que la mayor dificultad está en averiguar quién es hoy el diablo. Y quiénes trabajan para él. Puestos a jugar a ese juego, lo fácil (aunque apasionante, claro) sería señalar las catacumbas del Vaticano, pero resultaría demasiado obvio, y tengo al diablo por más sutil, por más sinuoso: no sería quien es si estuviese donde todo el mundo sospecha que puede estar. Confieso que durante un tiempo creí que el diablo era Berlusconi, pero cuando empezó a evidenciarse que su templo supuestamente tenebroso de Villa Certosa no era sino un puticlub hortera de abuelo millonario hasta arriba de viagra, comprendí que su satánica majestad jamás se rebajaría a encarnarse en alguien tan vulgar. El 'divino marqués' de Sade nunca le hubiera consentido disfrutar ni una sola noche de sus 120 jornadas de Sodoma. El diablo será lo que sea, pero en cuestiones de estética y refinamiento es toda una autoridad, y Berlusconi solo un mamarracho podrido de dinero que quizá haya conseguido vender su alma al diablo, no digo que no; como cliente, vale, pero ni un paso más. A no ser que el príncipe de las tinieblas esté pasando por tales dificultades que se haya visto obligado a disfrazarse de alguien tan grotesco como il cavaliere. Así las cosas, ¿qué candidatos merecerían ser tenidos en cuenta por el gabinete del doctor Mefisto? Todos tenemos nuestras sospechas, nuestras preferencias, pero no seré yo quien dé el primer nombre. Prudencia, amigos, prudencia. Además, ¿quién me asegura a mí que uno de estos días no me veré en la necesidad de venderle mi alma? Y tal como están las cosas, la Bolsa, los Mercados... ¿a qué precio? Olvidémonos de pedir a cambio el paraíso en la tierra ni la eterna juventud ni nada por el estilo. No quiero improvisar aquí una lista apresurada de cuestiones a poner sobre la mesa en esa supuesta negociación. Prefiero meditarlo detenidamente y, si acaso, esperar al post de mañana para descubrir mis cartas. Estas cosas conviene no improvisarlas ni dejarse llevar por los arrebatos, los odios, las pasiones, la belleza inalcanzable.  

miércoles, 12 de septiembre de 2012

entre otras cosas

Ayer me acordé de una expresión que había oído no hace mucho en la radio: "los martillos lo ven todo en forma de clavo". Supongo que eso es así por deformación profesional.del martillo. Al hilo, me pregunté de dónde vendrá la expresión "no dar ni clavo", y seguí removiendo la caja (mejor dicho, el cajón) de las herramientas en busca de un par de escarpias de pequeño tamaño. Como cabía esperar, allí había de todo, absolutamente de todo, menos lo que yo buscaba. Había escarpias, por supuesto, pero de las de rosca, o sea, de las que requieren taco y, previamente, taladradora para agujerear la pared. No era ese el caso: se trataba de colgar un corcho de apenas trescientos gramos, no una estantería para quinientos libros. Durante un buen rato me entretuve sacando del cajón cables coaxiales, enchufes múltiples de ambos sexos, destornilladores de todas las tallas, pernos, llaves inglesas y de las otras, alicates, tarros de cristal repletos de tornillos, tuercas y arandelas de diversas procedencias y distintos tamaños. También había cinta aislante, viejos cargadores de teléfonos desaparecidos, un cenicero triangular de Zinzano (nadie más que yo sabe dónde lo robé), una cajita transparente con puntitas doradas que casi parecían para practicar la acupuntura, escuadras, casquillos, más cables, ladrones, mucha morralla y un sinfín de cosas sin nombre, o que yo no sé nombrar. Ante toda aquella multiplicidad de ferretería comprendí que allí, en ese desorden de cajón heterogéneo, estaba la historia de la mitad de mi vida, de los últimos veintitrés años de mi vida. Casas, mudanzas, cuadros que pasaron de una pared a otra pared, conexiones del vídeo a la tele, rosetas de teléfono, alargadores que nos acompañaron de acá para allá... por si había que echar un cable. Todo eso y más estaba allí. El cajón de las herramientas ha ido creciendo con nosotros. Y va a seguir haciéndolo: tengo que comprar escarpias. Seguro que el martillo se alegra al verlas. Ya decía Pedro Navaja que "si naciste p'a martillo, del cielo te caen los clavos." Eso... de cajón.

martes, 11 de septiembre de 2012

666???

El escritor y periodista Jacobo Timerman, director del diario La Opinión de Buenos Aires, preguntado en los 80 si era pesimista sobre el futuro de su país, respondió: "No, en relación con la Argentina yo no soy pesimista: soy apocalíptico." Pues bien, en relación con España, hay días en que ya no sabe uno si ser apocalíptico, escéptico, indignado, jacobino, optimista terapéutico o directamente cínico. Las palabras más repetidas en los medios, en la red, en las conversaciones, son profundamente negativas. Incluso ya hay quien ve paralelismos entre la situación actual de España y "el desastre" del 98, con la pérdida de Cuba, el Estado en ruina, la desmoralización, etc. Existe en el ambiente mediático algo así como una competición tácita para ver quién se muestra más pesimista, quién hace el pronóstico más desolador, quién resulta más brillante anunciando lo que se nos viene encima. Y lo peor de todo es que no faltan razones  para ello: la actualidad se encarga de abonar las tesis más alarmistas. Ya lo he dicho en algún post, creo, pero es cierto que a veces tiene uno la sensación de que el 'guionista' de toda esta historia fuese el propio diablo. Empiezas a sumar declaraciones, telediarios, recortes, titulares, majaderías, corrupciones y desvergüenzas... y al final el resultado siempre es 666. Mefistófeles sonríe mientras se lima las uñas. Pero no desesperemos, queridos míos, porque Madrid, "rompeolas de las Españas", lleva camino de convertirse al fin en la muy cabaretera y burlesque ciudad de Mahagonny. Eso contraviene mi optimismo pedagógico de padre que trata de educar a sus hijos (sin que se note mucho) en valores y en respetos, en ciudadanía, en democracia, en generosidad. Sin embargo, el proyecto Madrid Mahagonny alienta el lado oscuro de mis sueños más inconfesables. La ecuación canalla Berlín 1930 + Shanghai casinos y fumaderos de opio + El ángel azul + "han sido necesarios muchos hombres para llegara a ser Shanghai Lily" se aproxima al imaginario de mis fantasías. ¡Cómo nos lo vamos a pasar! Ya sabéis que la suma de los números de la ruleta da 666. Así pues, no todo está perdido: la vida puede ser o parecer bella, y el mundo y España también, ¿por qué no? Por eso recomiendo aquí estas canciones maravillosas que están sonando para mí desde minutos antes de empezar a escribir: Ella Fitzgerald interpreta, como si el mundo estuviera bien hecho, The George & Ira Gershwin Song Book.

lunes, 10 de septiembre de 2012

tan reales que parecen falsas

Sephora, además de ser el nombre de la esposa más bella de Moisés, es una conocida marca francesa de cosméticos y productos de belleza perteneciente al grupo Louis Vuitton. Pues bien, este fin de semana he visto en una revista femenina (y masculina también) un anuncio firmado por Sephora que tiene su gracia. Anuncia "una nueva máscara de Benefit" cuyo secreto es "un cepillo innovador para aportar un volumen que supera la realidad". Y añade, no sin cierta malicia: "¡Sólo mirarán tus pestañas!" Gran parte de la página la ocupa una mujer supersexy, pero más biónica que real, más de cómic que de carne y hueso, con un escote que deja ver unos pechos imposibles. De los labios de esta fantasía erótica sale un fumetti que es lo mejor del anuncio; dice: "Tan reales que parecen falsas..." Se refiere, claro está, al "volumen que supera la realidad" de las pestañas, eso sí, jugando al equívoco con otros volúmenes que también superan la realidad. Al ver ese anuncio, y en particular esa frase destacada, no pude evitar sonreír, y a continuación preguntarme si esa creatividad es descaradamente machista o si se trata de una burla al machismo, hecha con la inteligencia que siempre va implícita en el humor. Supongo que habrá opiniones para todos los gustos. Pero el "tan reales que parecen falsas" me lleva más allá de los límites de la página y de la propia campaña publicitaria. Siempre lo he pensado (lo hemos pensado todos, supongo), pero recuerdo haber leído en algún artículo de Javier Marías algo así como que la realidad es una pésima novelista, porque si lleváramos a una novela las cosas que pasan realmente en la vida... sería un desastre: nadie se creería esa historia. La realidad es excesiva, disparatada; la novela exige al menos una cierta verosimilitud. Más aun: creo que la novela es el invento más sensato para suavizar y hacer digeribles las cosas que pasan casi a diario, o que podrían pasar. Hay realityshows televisivos que no se los cree ni Dios. Y viceversa: hay malas novelas y peores películas que, de puro inverosímiles, se parecen más a la sucia o mediocre realidad que todo cuanto pretende honestamente reflejarla. Cuántas veces el buen periodismo resulta pura literatura fantástica. Este es un viejo tema. Como las pestañas tan reales que no te dejan mirar hacia otra parte.
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viernes, 7 de septiembre de 2012

parole, parole

Últimamente tengo la sensación de que vivimos algo así como un intento de crear una realidad paralela, de que asistimos a un espectáculo de suplantación donde una especie de realidad virtual se superpone a la verdadera realidad y trata de hacerse pasar por ella. Se basa en un método muy sencillo: eliminar los nombres de las cosas y sustituirlos por otros, más acordes a la nueva apariencia que se pretende inventar. Las palabras crean realidad de igual modo que la función crea el órgano. Lo que no tiene nombre, no existe. Lo que se deja de nombrar, desaparece a todos los efectos. No llamar a las cosas por su nombre es una falsificación, una impostura, es robarle su esencia y sustituirla por otra. O sea, lo que entendemos por ‘dar el cambiazo’. Esa vieja práctica adquirió notoriedad en España hace algunos años por obra y gracia de los legisladores y los asesores ministeriales. De pronto los vertederos empezaron a ser “estaciones de transferencia de residuos sólidos”, el recreo de los colegiales se transformó en “segmento de ocio”, la pizarra del aula ascendió a la categoría de “panel vertical de aprendizaje”, el comportamiento dejó de ser mero comportamiento para adquirir el rango de “contenidos actitudinales”, tal como nos ilustró en su día Muñoz Molina. Ahora, con la crisis, estamos asistiendo a un momento estelar de la suplantación semántica. Ya he perdido la cuenta de los distintos circunloquios oídos para evitar decir la palabra ‘rescate’, algunos ciertamente brillantes (en esto, De Guindos es insuperable, aunque día a día se supera a sí mismo). A los recortes se les llama de todo menos recortes. Al saqueo de las cajas de ahorros, al abaratamiento del despido, al estado de malestar... A qué seguir. Más vale tomárselo con humor, como aquella manera de maquillar una humillante desbandada de las propias tropas en el frente convirtiéndola en “ofensiva en repliegue estratégico hacia la retaguardia.” En fin, para evitar susceptibilidades, seremos educados y no hablaremos de la 'contrarreforma' en marcha sino del 'retroavance' progresivo. No hay duda de que si hubiera que elegir el musical que mejor representa este tiempo, ganaría por goleada Más de 100 mentiras.

jueves, 6 de septiembre de 2012

medias verdades

Quizá sea una coincidencia reiterada -se dan a veces- pero, desde hace algún tiempo, cada vez que llamo a algún servicio de atención al cliente, ya sea de una empresa grande, mediana o minúscula, invariablemente salta una grabación que dice "en este momento todos nuestros operadores están ocupados; por favor, permanezca a la escucha; en breves momentos le atenderemos." Y entra la música, se supone que para amenizar la espera. Todos hemos visto mucho cine y muchas series americanas, y claro, cuando uno oye esa expresión tan apabullante de 'todos nuestros operadores' no puede evitar imaginarse por un instante un ejército de teleoperadoras con pinganillo respondiendo simultáneamente y sin parar a las incesantes llamadas de cientos de usuarios o clientes que solicitan información. Esa imagen, queramos o no, está en nuestro imaginario. Entretanto, te pones a la cola y formas parte del overbooking. Si hay suerte, permaneces a la espera tan solo un minuto, pero a menudo son dos, tres, cinco, diez o más minutos de amenizada espera, porque, una y otra vez, "en este momento todos nuestros operadores..." Y entretanto, claro está, la compañía telefónica sigue haciendo caja. Pero la realidad es muy otra. Yo no digo que en algún caso no haya una docena de operadores ocupados -las llamadas telefónicas, como el tráfico, también tienen sus horas punta-, pero la mayoría de las veces el 'todos nuestros operadores' se reduce a una recepcionista que, además de atender el teléfono, debe gestionar el correo, hacer café, reservar mesa en el restaurante, ocuparse de las visitas, etc. Eso explica mejor que nada los minutos acumulados de demora y de permanecer 'a la escucha'. Es verdad que esa pequeña fanfarronada empresarial, la de tener a todos los operadores ocupados, tampoco es algo ante lo que escandalizarse, dadas las circunstancias; nos gusta presumir y hacernos los importantes, eso es todo. Pero es sintomático. Aquí y ahora, raro es el que no alardea de ser y tener más de lo que tiene y es. O de ocultar la realidad a base de disimulo y trampantojos. Y entre medias mentiras y verdades a medias se va construyendo un edificio equívoco que no es lo que parece. Eso sí, somo unos virgueros en el  arte de birlibirloque. Tanto que a veces resulta casi imposible distinguir dónde acaba la realidad y empieza la ficción. Aquí todos somos creativos. Quizá ese exceso de 'creatividad' sea uno de nuestros problemas.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

megafonías

Acaba de pasar por delante de mi casa la furgoneta del tapicero. Es como una cuña de radio ambulante: "Atención, atención", dice una voz femenina y profesional, aunque un poco a la antigua, "ha llegado Tapizados García  y está a la puerta de su casa." Luego viene una larga parrafada pormenorizando sus servicios. Es una comunicación tan básica, tan meramente informativa, sin amaneramientos ni almibaradas ondulaciones de voz, algo como de toda la vida, sí, pero que transmite una especie de honestidad artesanal de otra época. No puedo negar que siempre me han llamado la atención las megafonías, con mensajes que van de 'nuestra amplia gama de productos' a 'una oportunidad que no te puedes perder' y a 'unos precios que te sorprenderán'. Dejando a un lado los contenidos (casi siempre variaciones sobre el mismo tema), me atraen esas voces habitualmente femeninas, dulces, sugerentes o animosas que me prometen o insinúan pequeños paraísos domésticos. Y mientras desgrana todo ese 'abanico de posibilidades' y 'ofertas únicas' que yo no debería perderme,  me pregunto quién habrá detrás de esa voz, cómo será ella, dónde vivirá, cuáles serán sus gustos, sus debilidades, sus manías. Cada voz, cada entonación, cada prosodia sugiere un mundo propio, una manera de caminar, una mirada diferente. Algunas no pueden ocultar una cierta tendencia a la coquetería; otras son estrictas y meticulosas, acaso algo frías, o tal vez rígidas en exceso; las hay ligeramente acatarradas y deliberadamente voluptuosas; aunque también, a veces, la oferta del día en menaje del hogar suena mecánica, robotizada, como si la chica que habla hubiese puesto el piloto automático y le diese igual ocho que ochenta. O quizá sea la única manera que ella tiene de protestar por un trabajo sin contrato, sin derechos, pésimamente remunerado. Quién sabe. Hay tanto abuso por ahí, tanta gente amenazada con el "si te gusta, bien, y si no... ya sabes donde está la puerta" que todo es posible. Aunque en esos casos de la voz mecanizada prefiero creer que a ella se le ha ido el santo al cielo por culpa de un novio que la tiene loca, o de un viaje al Caribe que al fin se va a hacer realidad. Esas cosas que a veces pasan.   .    

martes, 4 de septiembre de 2012

qué arte

Cuando llega septiembre, además de buenos propósitos para el curso que viene, en las casas se suele hacer limpieza general y se llenan bolsas con ropa vieja, trastos inservibles, revistas y papeles acumulados durante la temporada anterior. Y si hay colegiales en la familia, con mayor motivo. Ya he contado aquí que mis dos hijos son más que aficionados al fútbol y al deporte en general, y eso influye en sus estudios, aunque de un modo no necesariamente negativo. De los papeles destinados al contenedor, he rescatado un folio cuadriculado que contiene un curioso ejercicio de memorización, en este caso de artistas del Renacimiento italiano. Veamos. El folio tiene una línea horizontal  que lo divide en dos mitades, un círculo central, dos rectángulos (o áreas) y dos porterías. Pues bien, uno de mis hijos había elaborado en él dos alineaciones irreprochables: una de ellas la denominó "Squadra Cinquecento"; la otra, "Quatrocento Team". Tengo ese folio aquí delante. La portería del Quatrocento está defendida por nada menos que el florentino Brunelleschi; la zaga de cuatro en línea la forman Donatello, Michelozzo, Ghiberti y Alberti; a continuación tenemos un doble pivote de plenas garantías formado por Fra Angelico y Verrochio, los cuales serían el enlace con los  tres medias puntas: Piero della Francesca, Ucello y Massaccio; arriba, un solo hombre, un auténtico 'bota de oro' que se basta y se sobra: Botticelli. La alineación en su conjunto está muy equilibrada e infunde un serio respeto. Claro que el equipo rival también está plagado de cracks. En la portería, Bramante; Palladio, Tintoretto, Tiziano y el Giorgione constituyen una defensa difícilmente superable; pero es en el centro del campo donde aparecen las rutilantes estrellas del Cinquecento:  Miguel Ángel, Da Vinci y Rafael, eficazmente escoltados por Allegri; y arriba, dos puntas temibles: Mazzola y el Veronés. Desconozco el resultado final de ese partido, solo sabemos que la calificación en el examen de Historia el Arte fue excelente. Quizá el método no sea el más ortodoxo, pero cuando alguien despliega ese arte...

lunes, 3 de septiembre de 2012

volver

Buenos días. Ya sabemos que la realidad es quien nos hace incumplir nuestros programas y proyectos, pero hagamos como si la realidad no existiera y septiembre fuese el paisaje más bello del año. Regreso a este diario en un estado no muy distinto al de los futbolistas cuando vuelven a los entrenamientos tras unas largas vacaciones de sol y playa y mucho relax; o sea, pasados de peso, bajos de forma, faltos de chispa y de velocidad. Algo parecido. Y es que cuatro semanas en blanco, sin pasar por aquí, le dejan a uno con la sensación (solo la sensación) de estar gordo como una tapia y torpe de movimientos, como si ambas manos fuesen zurdas. Sin embargo, retomo este blog como quien acude a un país de asilo, un lugar de acogida, con buen clima, buenas vistas y amables ciudadanos. ¿Agosto? Bien, sin grandes sobresaltos: holganza, paseos, lecturas, algunas cenas suculentas, amigos, amigas, familia y siestas de guardar. Y en estas, llega septiembre e irrumpe la realidad. ¿Qué hacer con ella? Con la realidad, con la política, me pasa algo parecido a lo que cantaba Sabina en aquella canción: "yo quería quererla querer y ella no."  Pero, aun así, mantengo contra todo pronóstico un optimismo terapéutico, sin duda injustificado, y probablemente injustificable. Por algún motivo que desconozco, tiendo a creer que lo mejor (o al menos algo bueno) siempre está por llegar, y que cualquier día de estos puede ser un  gran día, plantéatelo así, etc. De acuerdo que las cosas están mal, y además de mal están feas, pero, precisamente por eso, tiendo al optimismo: la fealdad persistente es tan desagradable (y al cabo tan insoportable) que llega un momento en que el hartazgo nos lleva, nos llevará, a cambiar las cosas, a cambiar de realidad. Y hablando de cambiar, yo mismo tengo pendientes algunos cambios en este blog, ya insinuados en algún post del mes de julio. Bueno, por hoy ha sido suficiente. Cuando yo era estudiante se decía que el primer día de clase no se da y el último se perdona. Un saludo y gracias por volver.