jueves, 20 de diciembre de 2012

500

"Hoy, lunes, 27 del 9, ha sido un buen día." Esta fue la primera frase que escribí en este blog, hace ya más de dos años. Esa primera entrada llevaba por título "Diario de un copy... en crisis", y no recuerdo si el post dio nombre al blog o fue al revés. Lo cierto es que en esa época -septiembre de 2010- trabajaba en el departamento creativo de una agencia de publicidad, y por aquellos días yo era precisamente eso: un copy en crisis, y también en medio de la crisis. Desde entonces, la crisis ha ido a más y a peor. La agencia desapareció hace ahora un año. Yo he dejado de ser copy, o al menos de ejercer como tal, cosa que viene a ser lo mismo. Digamos que he pasado 'a la reserva activa'. Sin embargo, no por ello me he deprimido ni abrumado en exceso, sino que, por el contrario, he sentido un cierto alivio. Y este blog, que hoy cumple 500 posts, me ha servido de gran ayuda: terapia ocupacional, disciplina, ejercicio, divertimento, comunicación con el exterior, alguna nueva amistad... Pero 500 páginas o 500 noches es una cifra que invita, casi obliga, a detenerse y reflexionar. Hace tiempo que vengo pensando en ello, y creo que ha llegado el momento de escribir la palabra 'fin'. O bien, 'fin de la primera parte'. De momento, me voy a tomar un tiempo para pensar qué hacer con este blog. Tengo varias opciones: la primera y más sencilla sería hacerle un tuning, un lifting, un restyling... y volver a ponerlo en circulación; una segunda consistiría en transformarlo en otra cosa, en otro blog, en algo que aún ni siquiera sospecho; pero también podría darlo sensatamente por concluido y decir aquello de 'fue hermoso mientras duró'. Veremos. En cualquier caso, creo que este silencio le sentará bien al blog. Y a sus lectores. De un tiempo a esta parte, estoy demasiado airado, indignado, furioso a veces ante el actual estado de cosas, y eso me dificulta cada vez más el mantener aquí las formas sonrientes de un cierto estilo, de una cierta elegancia. Sí, confieso que cada día me cuesta más evitar la tentación de convertir este diario en un panfleto contra la barbarie. Dicho de otro modo: todas las noches, antes de acostarme, le pongo una vela a Robespierre. Bueno, dejémoslo ahí. Hoy es 20 de diciembre. Dentro de un mes, el 21 de enero, lunes, me paso por aquí para informar de cómo están las cosas y cuáles son mis planes. Hasta entonces, gracias a todos por la compañía y... feliz Navidad.

miércoles, 19 de diciembre de 2012

esperando la nieve

Anteayer, lunes, hablaba yo aquí del espacio en blanco, del libro en blanco, del cuadro en blanco. Sin darme cuenta, esa especie de rapsodia en blanco estaba despejando el panorama para recibir como es debido a la blanca Navidad: sin nada que entorpezca el discurrir de las ideas  y de los sentimientos. A la vez que colocamos en el salón las figuritas del belén -con mula y buey incluidos, se pongan como se pongan-, conviene asimismo ir retirando ruidos, estorbos, acumulaciones, botellas vacías, palabras de más. Doce meses llenos de días nos dejan grandes excedentes que obstaculizan el tráfico y dificultan  la ventilación. Por eso hay que ir llenando bolsas de basura con todo aquello que excede, ya sea materia orgánica, envases de ideas caducadas, artefactos inútiles u obsoletos, broza del alma, jarrones insufribles, cuadros recargados de ciervos... Fuera, fuera. Hay que despejar el paisaje y dejarlo listo para recibir la nieve, la benéfica nieve de las navidades blancas, y para entrar en el nuevo año limpios de polvo y paja, aunque quizá no sea esta la expresión más afortunada. No es casual que, tradicionalmente, el 1 de enero, cuando nos levantamos de la la cama, siempre están televisando desde Insbruck o alguna otra estación alpina el campeonato de saltos de esquí. Es una manera simbólica de empezar el año en blanco, sin contaminaciones ni herencias recibidas, como si nos hubiéramos perdonado todo lo anterior y la vida nos diera una nueva oportunidad, un folio en blanco. Pero también, frente a la contaminación acústica, se extiende ante nosotros como una llanura el silencio que habita en el blanco. Quizá por eso, cuando algo extraordinario hace que nos quedemos 'sin palabras', decimos que nos hemos quedado 'en blanco'. Bienvenido pues sea el color blanco que vuelve siempre por Navidad. A pesar de que tenemos sobradas razones para sospechar que es una tregua que concede el sistema (o quien sea), acaso una tregua-trampa, para que nos confiemos y nos volvamos, como dijo el poeta, "santamente bobos". Aunque ya sabemos que esa blanca tregua dura lo que dura: pasados los  Reyes, se reanuda el tiro al blanco.

martes, 18 de diciembre de 2012

el gris tiene su encanto

A esta hora, normalmente, tengo ya el post muy avanzado o casi listo para publicar. Mientras venía hacia aquí, iba pensando "hoy no hay blog, no tengo tema", pero, a falta de ideas, lo que sí me surgían eran no menos de media docena de disculpas irrebatibles, de esas que le eximen a uno por completo de cualquier obligación. Como la plancha que, al menos una vez al año, se dejaba encendida en casa un director creativo amigo mío, y tenía que salir de la agencia a toda velocidad para tratar de evitar una tragedia. "¡¡¡Hostia, la plancha, la plancha!!!", exclamaba de pronto, llevándose las manos a la cabeza, y todos, conocedores de lo despistado que era, lo entendían y se hacían cargo de la dramática situación. "¡Corre, Fernando, corre, pilla un taxi!" Creo recordar que ya lo conté aquí en alguna ocasión. Pero, sí, lo cierto es que se me venían las disculpas como las olas a la playa, una tras otra, para justificar, mañana, el post que hoy no iba a escribir. Y lo cierto también es que he llegado tarde porque... me he dejado llevar por ahí, por el centro, mirando escaparates y portales, alguna librería (Antonio Machado, Blanquerna) o el aspecto y las caras de los transeúntes que me salían al paso. Una de esas mañanas crudas de invierno en las que se pasaría uno las horas muy a gusto dejándose llevar por las calles... y por las divagaciones. Hoy el color gris dominaba la escena por completo, un gris muy transitable y con el grado idóneo de humedad en el ambiente. Creo que, en realidad, quería retrasar mi vuelta para, de ese modo, llegar tarde a un post para el que no tenía tema. Y estando en esas -con las manos en los bolsillos del chaquetón, mientras esperaba que el semáforo se pusiera en verde-, me he acordado de una vieja canción que siempre me gustó: Tot és gris (Misty), en versión de Núria Feliu y Tete Montoliu. Una hermosa canción para escuchar de memoria mientras observas, del otro lado del semáforo, las caras de las personas que dentro de unos segundos se van a cruzar contigo. De pronto, se enciende la luz verde y, los de este lado y  los de enfrente echamos a andar, como formando parte de una coreografía gris. Todo es jazz.  
Tot és gris - núria feliu i tete montoliu - goear.com

lunes, 17 de diciembre de 2012

¿un banco en blanco?

Desde luego, es un anuncio muy notorio: una doble página en blanco, o casi, no es algo que pase desapercibido. Es la campaña con la que sueña todo creativo de publicidad. Como el libro sin palabras es el sueño de todo escritor, y más aún si está en crisis. O el cuadro en blanco (que no es lo mismo que el 'Cuadro blanco sobre fondo blanco' de Malévich) lo es para todo artista. Sin embargo, los creativos de esa campaña (o los ejecutivos de la cuenta, o alguien) no se han atrevido a ser consecuentes del todo y le han obligado al copy a romper el pacto de silencio y claudicar: "Hemos comprado este espacio para que no contenga noticias ni opiniones. Este tiempo es para ti." Lástima. Esa concesión innecesaria se ha ganado perder un león de Cannes (Festival de Publicidad). El Cliente habrá quedado muy satisfecho con la inclusión de ese pequeño texto, pero estoy seguro de que el copy, obligado a escribirlo, lo considerará una derrota, una triste renuncia a la creatividad. Lo siento, compañero, pero, cuando te las prometías tan felices... te la han vuelto a meter doblada. Aunque no me sorprende. Yo intenté hacerlo varias veces, y en distintas modalidades, pero mi esfuerzo hacia el puro blanco de escritura siempre resultó infructuoso. En alguna ocasión propuse a la agencia ahorrar tiempo y esfuerzo (o sea, dinero) en la presentación de la campaña al cliente. Una presentación sin argumentarios ni razonamientos ni estrategias creativas ni nada: la idea y punto; eso sí, precedida de apenas diez palabras: "nuestra campaña es tan irrebatible que... sobra todo lo demás." Pese a la fuerza argumental, mi sugerencia no fue admitida a trámite. En otra ocasión, y en otra agencia, propuse que, puesto que el concepto creativo era tan potente, y haciendo mío eso de que nadie lee el cuerpo de texto de los anuncios, ¿por qué no rellenar el body copy con el texto figurado de un impecable lorem ipsum? Y rematé la argumentación con una media verónica bien gitana: 'donde esté un buen lorem ipsum, que se quite cualquier vulgar opera omnia.' Pero no coló. Como tampoco cuela el vergonzante "hemos comprado este espacio", etcétera, de ING Direct. Es verdad que se han acercado, y mucho, al anuncio perfecto de un banco, a la cuña de radio o la doble página que menos molesta o enfada en estos días, pero, al final, cuando estaban a punto de conseguirlo, sintieron vértigo y... dieron un paso atrás. Claro que tampoco podemos pedirles demasiado: aunque sean holandeses y tengan por color corporativo el orange, al final son un banco. Y un banco siempre es un banco, de igual modo que en Gilda "un dólar es un dólar en cualquier idioma."

viernes, 14 de diciembre de 2012

vagar

Salir sin rumbo ni objetivo a esa hora imprecisa que solemos llamar 'entre dos luces'. Salir para dejarse uno llevar a ninguna parte por las calles más feas o menos frecuentadas, vagando por ahí como perro sin collar. Ayer volví a hacerlo. Ir por donde nunca o muy rara vez vamos. Observar la cara B de los bloques de pisos, las ventanas más descuidadas, las cuerdas con ropa tendida, todo ese paisaje urbano donde nadie se haría nunca fotos con la familia. Tiene algo de inconfesable ese vagabundeo de quien observa sin permiso todo aquello que no está ahí para ser observado. Para hacer eso, conviene pasar desapercibido en lo posible, como quien se mimetiza con el entorno hasta formar parte del paisaje. La realidad tiene rendijas, pequeñas grietas por donde pueden verse sus interioridades, sus partes más íntimas. Detectar esas rendijas es la tarea y el anhelo de todo buen mirón. Hay contenedores de basura, locales cerrados, carteles de 'se vende', un gato que cruza la acera... Ayer descubrí, ya casi de noche, que no hay mayor soledad que la de una peluquería de barrio con las luces encendidas y sin nadie dentro. Es una una imagen desoladora. Yo creo que el peluquero se metió en la trastienda por pudor, para no dar pena ni añadir más motivos a la desolación. Aunque también pude mirar y ver silencios y quietudes a los que nadie más que yo asistió a esa hora, en ese instante. Aquí, en este barrio, los bloques de pisos suelen tener jardines a la entrada. Con las primeras luces del alumbrado eléctrico, observé un ciprés más alto que su sombra y que se elevaba por encima de la ventana más alta, más sereno que arrogante, más orgulloso que soberbio. Un ciprés, sí, bien educado y como procedente de las mejores familias toscanas. También algún magnolio quieto de hojas barnizadas que parecía haber acogido y escuchado minutos antes algún secreto inconfesable (nadie sabe lo que una discreta ama de casa es capaz de soñar o de poner en marcha, a sabiendas o no). Lo mismo cabe decir de un insospechado y gris conserje o subalterno próximo a la jubilación. No tenemos ni la menor idea del secreto mundo que callan las farolas y los jardines, y menos aún de todo cuanto pudiera producirse o está a punto de suceder a cada instante. Si de pronto sale de un portal sombrío un hombre de mediana edad y estatura mediana, sonriendo para sus adentros.. ¿qué pasa ahí? Ayer pasó eso mismo delante de mis ojos, y mi mala cabeza se puso en movimiento a toda velocidad. ¿Qué, quién, cómo y cuándo surgió? ¿Hasta cuándo durará? ¿Tendrán hijos ambos? ¿Cómo organizamos el período de entreguerras? Vale, bien, de acuerdo que todo eso queda en el terreno de la hipótesis, pero en todo caso conviene salir de casa sin teléfono que nos tenga pendientes o localizados. Para poder vivir todo eso hay que ser lo más parecido posible a un perro sin collar... y sin teléfono. El anuncio que aparece aquí es tailandés, sí, pero creo que aunque no habléis el thai en la intimidad, vais a entender el spot que os adjunto.  http://www.wimp.com/disconnectconnect/

jueves, 13 de diciembre de 2012

a sabiendas de que no tienen razón

Bien. No pasó nada ayer, o al menos nada grave o estrepitoso, que se sepa. Los más prudentes prefieren poner la fecha en cuarentena y esperar a ver qué pasa, pero yo no soy prudente y doy la fecha por vencida. Se me amontonan los periódicos, las canciones escuchadas, las frases o los versos que anoto en los papeles que tengo más a mano. Leo: "Los banqueros actúan como el crimen organizado, pero con licencia", palabra del cineasta mexicano Guillermo del Toro. Dos señoras de la limpieza conversan en una viñeta de El Roto; dice una: "Estoy pensando en robar un banco." La otra le responde: "Es inútil, eso ya lo habrá hecho el propio banquero." Leo en la sección semanal Sillón de orejas de Manuel Rodriguez Rivero, en Babelia: "...no me extrañaría que, de seguir así las cosas, a algún parado, defraudado, humillado, desahuciado o empobrecido se le escape cualquier día un tomate maduro dirigido a (...) Claro que, de seguir apretando las clavijas al respetable, el espontáneo tomatazo ocasional podría convertirse en una generalizada tomatina que dejaría la de Buñol en divertimento versallesco." Leo un verso antiguo de Juan Gelman: "Esa mujer se parecía a la palabra nunca." Recuerdo una canción muy conocida que empieza diciendo: "Se llamaba Alain Delon / el viajero que quiso enseñarme a besar / en la Gare de Austerlitz."  O escucho después de tantos años La Risa, de Neruda, en mi mala memoria: "No me quites la rosa, / la lanza que desgranas, / el agua que de pronto / estalla en tu alegría", cantaban Olga Manzano y Manuel Picón, cuando entonces. Leo una frase subrayada y anotada un mes atrás, como mínimo: "Hay un vicio en España alimentado por los partidos políticos que hace imposible casi cualquier debate." Y bien, ¿qué vicio es ése? Quizá el peor de todos: "defender a los tuyos aun a sabiendas de que no tienen razón." Quien lo suscribe es esa mujer inteligente y divertida llamada Elvira Lindo; quizá yo exagere, pero me parece lo más lúcido de cuanto he leído de un tiempo a esta parte. Sigo leyendo recortes, ahora de la última columna del maestro Vicent: "Aquella rebelión -dice- inauguró una forma de vivir, de amar, de crear, de morir. Tal vez el 15 M es nuestro mayo del 68, el que fermenta las uvas de la ira española."

miércoles, 12 de diciembre de 2012

números cantan

Ha llegado al fin la fecha de la que tanto hablaban los exégetas de los números: el 12 del 12 del 12. Desde primera hora estoy muy atento a los informativos de la radio, a Internet y a todo lo que se mueve, por si se produjera algo que justificara una reacción en cadena de  los cabalistas: "¡claro, ya lo advertí yo!" Es mediodía y aún no ha sucedido nada extraordinario (quiero decir 'no más extraordinario' que cualquier otro miércoles), aunque ¡ojo!, la jornada es larga y esto puede dar muchas vueltas y alguna sorpresa. Yo, la verdad, no soy nada fanático de los números (prefiero las letras, que son menos) pero entiendo que puedan resultar atractivos. Y misteriosos. Pondré un ejemplo. Hay noches en las que me despierto en varias ocasiones a lo largo de la madrugada, y cada vez que miro al radiodespertador coincide que son las 03.03, y vuelvo a despertarme a las 04.04, y a las 05.05, y así. ¿Por qué? Y eso sin entrar en algo que todos los aficionados a los casinos saben que existe: las rachas en el juego. A mí, el azar, el "redondo, seguro azar", que decía Salinas, siempre me ha parecido muy sospechoso. Pero dejemos eso ahora. Hay una canción de José Luis Rodríguez, El Puma, cuyo estribillo es lo más indescifrable que yo haya escuchado nunca: "Numerao, numerao, / viva la numeración", dice y repite. ¿Se puede saber de qué numeración está hablando y a qué se refiere con ello? Lo cierto es que todos estamos rodeados de números, como las islas están rodeadas de mar: los veinte dígitos de la cuenta bancaria, los nueve del móvil, los ocho del DNI, los cinco del código postal, el peso y las medidas de cada uno, los zapatos del 44, la talla 56, el 15 de septiembre, el 30 de octubre, El número Pi de Wislawa Szymborska... Después de todo, la vida es aquello que sucede entre dos fechas. Sin embrago, los que no tenemos bastante con una sola vida, necesitamos entrar en otras vidas, en las vidas de los otros, o sea, necesitamos ver películas, leer libros, disfrutar de cada nuevo capítulo de Downton Abbey. Por cierto, el pasado miércoles, la gran Maggie Smith -en el papel de la condesa de Grantham- soltó esta perla: "No hay triunfo mayor que el del exceso." Tal como adelanté aquí hace dos semanas, esta noche mi mujer y yo nos vestiremos adecuadamente para recibir en el salón de nuestra casa a los Crawley. Confío en que, aunque hoy sea 12 del 12 del 12, el azar o los mayas o los secretos de la kábala no nos echen a perder una velada tan singular como la que esperamos vivir en Antena 3. Y hablando de dígitos: es evidente que aquí toda televisión tiene su número: la 1, la 2, Antena 3, la Cuatro, la Sexta, Tele 5, Canal 13... Vamos que, salvo Telemadrid o Intereconomía (en el supuesto de que sigan existiendo a día de hoy), cada canal tiene su número, como cada día su afán.

martes, 11 de diciembre de 2012

de tanto mirarme en ti

De seguir por este camino, no pocos lectores van a acabar pidiéndome que abandone la furiosa actualidad, la realidad 'descalabrante' que nos apedrea, y que mienta dulce y amablemente. Todas las mañanas le digo al mundo y a los periodistas de radio que dejen un espacio para la irrealidad y bella mentira. En estos días, a todos nos vendría bien un espacio reservado para la ficción, el juego, la broma, el vuelo, la risa más que nunca... Así las cosas, me siento obligado a no incrementar la contaminación de la blogosfera. En otras palabras: me siento obligado a no joder en lo posible, ni amargar ni aburrir demasiado al buen lector paciente. Creo que fue en México donde los fieles priistas le gritaban a un candidato, antes de que empezara a hablar en un mitin: "no nos prometa más realidades, ¡queremos sueños!". Ha hecho falta llegar hasta aquí para entender a la primera esa frase de un mexicano bravo "¡Queremos sueños!" Pues claro que queremos sueños y tequila y bellas canciones de amor y de malas novelas en televisión por la tarde. ¿Sabéis cuántas personas de la tercera o cuarta edad esperan (o esperaban) cada día el capítulo de Amar en tiempos revueltos? No os lo imagináis. Balzac o Flaubert o Stendhal o Dickens jamás hubiesen ignorado ese lenguaje cinematográfico, ni menos aun esos millones de personas que miran y escuchan desde el sofá con toda atención. Quien atiende, lee; quien escucha, lee; quien mira, se deja  mirar o leer; quien lee, vive, escucha, atiende, duele, ama, pierde la cabeza, la recupera...Y después de todo eso, con un poco de suerte, descubre el flamenco. ¿Qué tal si para acabar vamos un poquito por alegrías? "¡De tanto mirarme en ti, / como tú me estoy volviendo./ De tanto mirarme en ti, /ay, que si el mar es tan azul,/ es de tanto mirar p'al cielo./ Corazones partíos, yo no los quiero, / que, cuando yo doy el mío, / lo doy entero, lo doy entero." Y dicho esto, ¿cómo explicar aquí el aire y el compás de una granaína, o de una bulería, unos tangos, una malagueña del Mellizo? No sé, doy por bueno que algún flamenco se acuerde de esta copla incomparable: "Que se ha muerto Caracol, / caminito de la gloria, / que se ha muerto Caracol, / también se ha ido Pastora, / y ahora, Artuto Pavón, / vaya gloria pa una gloria." Que tengáis buen martes.

lunes, 10 de diciembre de 2012

desigual

En otras circunstancias yo entraría aquí de lleno a comentar alegremente la campaña publicitaria de Desigual; incluso participaría con gusto en la polémica y tomaría partido en ella. ¿Es provocadora o simplemente machista, como dicen algunos?, ¿refrescante o evasiva?, ¿frívola o desafiante?, ¿mira hacia otro lado o es una saludable bocanada de aire fresco? A mí esos tres spots me hubieran alegrado, incluso 'divertido', hace no mucho tiempo. "¿Tienes un plan? Desigual. La vida es chula". Perfecto. Desenfadado. Casi que encantador. Eso sí, tiene un pequeño handicap: la realidad. El problema, creo yo, no es la campaña en sí misma sino el momento en que aparece y el país donde se ve. Viene al caso aquella anécdota tan brillante: tras el sonoro escándalo que desató el estrenó de Salomé, el autor fue preguntado por un reportero irónico, a la salida del teatro: "Mr. Wilde, ¿cómo valora el estreno de su obra?" La respuesta fue digna de un príncipe, de un dandy: "La obra, un éxito; el público, un fracaso".  Bueno, pues, salvando las distancias siderales, creo que esa campaña tan simpática, tan díver, no aparece en el momento más adecuado. Y no es la única, por cierto: a otras les ocurre lo mismo. La atmósfera que respiramos, el ecosistema en que nos movemos, condicionan la recepción de los mensajes publicitarios. Me explico: de igual modo que crecen cada día las cifras del paro, los escándalos políticos o financieros, las fabulosas fortunas, las evasiones y el fraude fiscal, las desgracias, etc, a la vez que eso sucede, digo, se ha ido generalizando una indisposición a dar por buenas algunas cosas leves que hasta hace poco nos hacían gracia, o al menos cierta gracia. Por supuesto que sigue habiendo un público encantado de recibir ese tipo de mensajes (yo mismo tengo no pocos momentos en los que el cuerpo me pide perder la cabeza y escapar, volar, quemar las naves...), pero compruebo que día a día se va reduciendo el número de simpatizantes de las encantadoras causas divertidas. Lástima. ¡Con lo bien que podríamos pasarlo! Bastaría con repartir beneficios, y con ir pagando las deudas en función de la capacidad de cada uno: tanto ganas, tanto aportas. Estoy simplificando, lo sé, pero una canción dura tres o cinco minutos, y un amor se extiende durante una noche o una semana, o se acerca a los noventa y nueve años. Tengo cincuenta y siete recién cumplidos, y esa es una buena razón para aspirar a casi cien de amor y de alegría, antes de que llegue el Alzheimer o la desgana de vivir. ¿Por dónde iba? Con la cantidad de cosas que hay por disfrutar, libros por leer, películas pendientes, pasadizos que llevan del otoño al invierno, y del invierno a la playa... ¿se puede renunciar a algo, a alguien, a una mirada o un modo de reír? Bueno, pues, llegado el caso, si a pesar de los pesares alguien decidiera escaparse a Tailandia (a vivir un trío, por ejemplo) o al mundo asimétrico de la Desigualdad, pues yo tampoco me pondría grave ni demasiado exigente ni muy severo.  El primer anuncio de Desigual en televisión | Desigual Blog: Atypical since 1984

miércoles, 5 de diciembre de 2012

¡esto es la guerra!, decía groucho marx

Paul Krugman, además de Premio Nobel de Economía, es un gran comunicador. Lo compruebo cada domingo en el artículo semanal que publica en las páginas salmón del suplemento Negocios, de El País. El último empieza así: "El día de las elecciones [en EE.UU], informaba The Boston Blobe, el aeropuerto internacional Logan, en Boston, se estaba quedando sin sitio para aparcar. Pero no para los coches, sino para los aviones privados. Los grandes donantes estaban acudiendo en tropel a la ciudad para asistir a la fiesta de la victoria de Mitt Rommey." La imagen es de tal elocuencia que no requiere pie de foto. Ese artículo lo titula Krugman La guerra de clases en 2012, y viene a coincidir con algo que declaró el multimillonario norteamericano Warren Buffett: "Durante los últimos 20 años -dijo- ha habido una guerra de clases, y mi clase ha vencido." ¿Se puede decir más claro? Aquí, en la patria, ha pasado y está pasando lo mismo: la lucha de clases es brutal, pero no la de los de abajo contra los de arriba, como sería previsible, sino al revés. No hay un solo día en que no oiga, lea o vea en los informativos noticias y declaraciones ante las que no sienta pasmo o incredulidad: es el mundo al revés. Ver hoy o mañana un telediario es una práctica de riesgo, porque pone en peligro la salud del espectador y acaba con la paciencia de cualquiera. Intento evitarlo, de veras que lo intento, pero raro es día en que lo que se dice en los informativos (y peor aún, ¡lo que se deja de decir!) no me produce un serio cabreo que me lleva a soltar dos o tres barbaridades de las que me arrepiento y me avergüenzo en silencio a los cinco segundos de haberlas pronunciado; y no por ellos, ojo (que en otra época les estaría esperando la 'guillotina eléctrica' de Valle Inclán, con público en las gradas), sino por el hecho de verme rebajado, envilecido por momentos, a ese nivel tan feo, tan falto de elegancia moral, y de la otra, al que me llevan durante varios interminables minutos. Y me digo entonces: si ellos supieran que un tipo tan templado y diletante como yo se siente tan furioso (o casi) como Orlando, con esta indignación momentánea, y no digamos ya esa mala baba sorda que cada día crece, que gana terreno a mi alrededor... Si ellos supieron todo esto, ¿no tomarían medidas, precauciones? No sé, quizá es que van tan sobrados, se sienten tan seguros de su fuerza incomparable -en proporción 1/1000- que ni siquiera se plantean la mera posibilidad de dudar un instante. Así las cosas, 999 de cada millar estamos rodeados. Por tanto, tenemos dos alternativas: 1) rendirnos sin condiciones; 2) mirar hacia otro lado y abrir una botella del mejor reserva que encontremos en Lavinia o en El Corte Inglés. Hay una tercera opción, claro está, pero yo soy un prudente padre de familia, un discreto ciudadano que no quiere problemas con los tribunales. Pese a todo, mi resignación estratégica coincide con los análisis más acreditados, como el de Adolfo García Ortega: "Nos están preparando para esto, para aceptar sin violencia estas duras condiciones, y para que nos parezcan una necesidad inevitable." Y que Dios nos coja confesados, ¿no es así? Pues casi que no. Si hay que perder... mejor perder por todo lo alto, como aquellos aventureros que se unían y galopaban alegremente junto a Emiliano Zapata. Después de todo, de perdidos... al río grande.

martes, 4 de diciembre de 2012

¿bailamos... o pedimos champagne?

Hoy el cuerpo me pide swing. Y el alma también. Por eso está sonando ahora, con ese clarinete tan inconfundible, "Si tu vois ma mère", el tema central de la deliciosa comedia de Woody Allen Midnight in Paris. Alguna vez ya he hablado aquí de esa película, y es probable que también de esta música cadenciosa y evocadora como pocas. Para mí ese tema de Sidney Bechet es perfecto, lástima que sólo dure tres minutos y catorce segundos. Y lo es porque me lleva volando sin esfuerzo, me hace ver las imágenes de un mundo que no es, una música que se eleva por encima de la realidad y me sugiere cómo debería ser, a mi parecer, la vida: un baile ligero, amable, desenfadado, perpetuo; con diálogos chispeantes y risas y esbelteces dignas de los mejores anuncios de fragancias. En esa música, en esa fantasía (que me acompañará hasta el final, o eso creo), la vida es bella. Y además en varios idiomas. Es bella porque se parece mucho al cine más alegre y enamoradizo, quizá un poco rosa, sí, ma non troppo: también tendría sus dosis de travesuras y transgresiones. Es bella esa vida porque en ella se da un cruce de géneros: tiene parte de musical, parte de comedia romántica, parte de 'la materia de que están hechos los sueños'. O sea, como el dry martini en la versión de Hitchcock: dos partes de ginebra y una rápida mirada a la botella de vermut. Hay veces en que, por momentos, parece que lo estuviéramos consiguiendo; y es tan maravilloso y tan fugaz que no sabe uno bien en esos casos si abrir mucho los ojos, para no perder detalle, o cerrarlos, para aspirar a fondo ese milagro... y retener la maravilla mientras sea posible. "Si no habitarla, / ah, quién pudiera al menos retenerla", dice Claudio Rodríguez. Pero es tan breve el instante, el beso, el baile, el juego... Y así, bailando, bailando, hemos llegado a este insuperable swing perteneciente a Hannah y sus hermanas. Por el camino, mientras escribía, ha habido otras bandas sonoras, otras películas. Todavía tengo por delante los temas de Manhattan, La rosa púrpura de El Cairo y otras maravillas. Quiero decir con esto que, si nos empeñamos, la vida puede ser bella... por momentos, y el mundo estar bien hecho durante 3' 14", o incluso durante noventa minutos o dos horas. La vida es breve: hay que procurar vivir y hacer vivir una película cada día. O al menos una canción, una banda sonora de cine que dure lo que un martini rosso en una pérgola muy blanca frente al mar de los anuncios, mientras decidimos si bailamos o pedimos champagne. En fin, que hoy estoy generoso y, por haber llegado hasta aquí, te voy a regalar un clip muy ad hoc que no tiene precio. http://www.youtube.com/watch_popup?v=mz3CPzdCDws

lunes, 3 de diciembre de 2012

más alegre que combativo

Lo admito sin demasiado rubor: soy más alegre que combativo, y estoy mejor dotado para la fiesta que para el duelo; si fuese actor, luciría con más brillo en la comedia que en el drama, y entonaría mejor en la lírica que en la épica, en la erótica que en la ascética. En otras palabras: río mejor que lloro; por eso elijo a Demócrito y dejo a Heráclito para cuando sea mayor y no quede más remedio. No niego que me gustaría ser dramático y profundo, pero en cuanto me relajo un poco, tiendo más al humor que al honor, más a la superficie que a la hondura, prefiero tomar algo con Edgar Neville que con don Miguel de Unamuno, a quien tanto respeto. ¿Y bien? ¿Adónde quiero llegar con todo esto? Pues muy sencillo: a que a alguien así, con todas sus limitaciones y querencias, la realidad que le rodea le viene extraña. O le resulta algo ajena, o  impropia. ¿Qué hace un tipo como yo -pacífico, hedonista y todo eso- con este feo estado de ánimo que siente y ve a todas horas, por todas partes? ¿Y qué debe uno hacer en este caso? ¿Pegarle fuego a la Bolsa, a la sede de Bankia (y a otras), a varios ministerios, consejerías, bares o clubs o lugares de alterne y encuentros diseñados al gusto de estafadores multimillonarios, de prestigiosos evasores, de patriotas declarados, con número de cuenta oculta en Bahamas, Zurich, Bermudas, Islas Caimán, Jersey, Fijii, Gibraltar? ¿Qué debería uno hacer, además de maldecir o blasfemar en silencio? ¿Dejar de hablar para siempre? ¿Dar la justicia por perdida? ¿Ponerse al servicio del desorden? ¿Pedir consejo cada noche al 666 y rendir culto al Príncipe de las Tinieblas? La cuestión es muy básica: ¿de parte de quién nos ponemos? Si os digo la verdad, a estas alturas de mi vida me apetecen más los ricos y los cínicos; prefiero un perfume carísimo en lugar de poner mi firma al pie de una causa justa o una gente a la que nunca he visto ni veré, quizá con enfermedades y malos rollos. Lo prefiero, sí. Pero, dado que todo eso me impide dormir como quisiera, no me queda otra que ponerme de parte de los perjudicados, de los que se quedan en casa (o si ella) sin remedio, mirando la tele y a la espera de las cifras oficiales de manifestantes: la última vez llenamos los kilómetros que van de Atocha a Colón, pero como en Madrid somos tan amplios, tan abiertos, logramos lo imposible: con apenas 35.000 personas (o sea, el estadio del Rayo Vallecano) conseguimos llenar y bloquear todo el centro de Madrid. Jorge Guillén hablaba de "maravillas concretas." El poeta de Cántico no tenía ni idea de las concretas maravillas que nos pueden llegar en los informativos de RTVE, o en siete de cada ocho periódicos, en nueve de cada diez emisoras, en once de cada doce think tanks. Como para no creer en los milagros.

viernes, 30 de noviembre de 2012

la alegría del viernes gris

Los días grises como hoy -esos que mucha gente califica de 'tristes', sin motivo ninguno en mi opinión- a mí me alegran la mañana, sí, porque me da por pensar en la alegría. Es una vieja controversia que mantengo con mi mujer y con quien haga falta: no hay días tristes; de igual modo que el ciprés no es triste en absoluto, como tampoco existen los días fríos, sino la ropa inapropiada. Para mí, si el día se levanta gris y crudo y a cero grados, no lo asocio en modo alguno a la tristeza sino al romanticismo alemán. Si la niebla todo lo envuelve desde primera hora, lejos de una imagen triste, eso me evoca brumas del septentrión, películas de misterio en Londres,  paseos de invierno por el Campo Grande de Valladolid. Y si las temperaturas alcanzan los cinco grados bajo cero, o más allá, yo me siento feliz: imagino a las patinadoras austríacas sobre hielo en Insbruck; pienso en una casita de madera en los bosques de Finlandia o Canadá, con chimenea, por supuesto; escucho canciones de Sinatra o Tony Bennett mientras, en la pantalla, la pareja de enamorados camina abrazada y feliz por las aceras de Manhattan y entra en las tiendas más encantadoras para comprar los regalos navideños. Aquí, el clásico Fly me too the Moon es perfecto. Claro que yo conozco bien algunos temas de Melody Gardot, Diana Krall, Joni Mitchell, Norah Jones, Madeleine Peyroux, la gran Abbey Lincoln... que darían para un invierno de película y cena de viernes todas las noches. ¿Quién dijo 'tristes días grises'? La tristeza es otra cosa, es posible que irremediable. Me acuerdo ahora de Liz Taylor ante el cristal empañado de la ventana, al final de Quién teme a Virginia Woolf, cuando concluye: "...triste, triste, triste." Aquello sí era triste; los días grises, no. Y menos aún si es viernes y hay amor y canciones adecuadas, ninguna prisa, un tinto de crianza a su temperatura idónea , una película bien escogida, una buena calefacción en casa. Y el lunes... ya veremos.

jueves, 29 de noviembre de 2012

ladies & gentlemen

El post de hoy tenía toda la pinta de ser una diatriba de lo más desagradable, de esas que le hacen perder a este copy en crisis (o lo que sea) no pocos lectores y algún amigo. Pero anoche, por sorpresa, me salvó Antena 3: ha vuelto Downton Abbey, en su tercera temporada, y además a lo grande. Qué alegría volver a encontrarnos con los Crawley, con lady Mary, que se casa con su primo Matthew, el heredero, con la insuperable lady Grantham, con el señor Carson, el mayordomo, y, en fin, con todos los demás miembros de la familia y del servicio. El palacio sigue espléndido y todo parece indicar que nos esperan días de gloria, a pesar de que atravesamos por algunas dificultades económicas. Aun así, en Downton Abbey siempre nos sentiremos seguros: allí el mundo está bien hecho y el césped que rodea la gran mansión es de una calidad extraordinaria. Los juegos de té son realmente exquisitos, como los modales de la familia, como la disposición de las flores en los jarrones. Y cuando, ocasionalmente, un coche se aproxima a la entrada del palacio, el plano resulta de un estilo incomparable. Pasar una temporada en Downton Abbey es lo mejor que nos puede suceder en estos tiempos. Mi mujer y yo hemos decidido que, de ahora en adelante, las noches de los miércoles nos vamos a vestir de un modo adecuado para la ocasión, a fin de no desentonar con los personajes y el entorno. Y a poco que nos lo propongamos, acabaremos hablando como ellos, ¿no es así, querida? Tengo que revisar mi fondo de armario para ver qué decido ponerme el próximo miércoles. Quizá, para ambientarme, espere la llegada de Robert, Cora y los demás leyendo unas páginas de algún autor inglés de la época. Retorno a Brideshead, de Evelyn Waugh, sería algo apropiado, ¿no es cierto? Ah, pero qué largos y tediosos se nos van a hacer estos días hasta llegar la noche del miércoles. Además, intuyo que lady Carmen, mi esposa, me tendrá reservada alguna sorpresa, algún detalle deliciosamente encantador.

miércoles, 28 de noviembre de 2012

mou

Yo no sé si el tipo que se encuadra por derecho propio y con todos los requisitos exigibles en la categoría de 'los muy bordes', no sé, digo, si ese individuo nace o se hace. Es el viejo asunto del artista genial: Shakespeare, Mozart, Maradona, Greta Garbo, Caravaggio, Morente, Camarón, Wislawa Szymborska, Marion Cotillard... ¿nacieron así... o se hicieron? Como no soy determinista, prefiero pensar que todo hombre o mujer acaba siendo responsable de sus obras, actos, aciertos y errores; no al cien por cien, pero sí en buena medida. Y a ese pequeño espacio donde el azar gobierna sin permiso, a eso me aferro para no condenar sin apelación a los desagradables hombres bordes. Y a día de hoy, el paradigma del borde por antonomasia se llama José Mourinho. Hay que reconocerle al personaje que, aparte de otras virtudes que le adornan -mala educación, frecuentes faltas de respeto, ningún cuidado con las tradiciones del club que le paga, y no mal, por cierto-, Mou tiene la habilidad de poner a medio estadio de su parte. Pero es precisamente eso, el ser borde, muy borde, lo que atrae misteriosamente a una parte del estadio y de la sociedad. Qué importa que tu rival te saque a estas alturas de la Liga once puntos; qué más da si ignoras la cantera, si desprecias o pasas por alto los símbolos y los números sagrados (¡Carvalho con el 11 a la espalda!). Bueno, vale, bien, lo que tu digas, pero lo aplauden a rabiar en una parte del Bernabéu. Y ahí está el asunto, queridos míos. Parece que la vida estuviera diseñada para ser Mou. O sea, ser un borde de toda bordería. Y además sin resultados. Llevando el tema a otros terrenos: ¿por qué los políticos más bordes del mundo, los más objetivamente antipáticos y desagradables (incluso en los gestos, en la voz, en la obscenidad de la boca, de la sucia sonrisa) son capaces de generar tanto entusiasmo entre sus fieles? ¿Por qué? En principio, no debería ser así. ¿Dónde está pues el misterio? No lo sé, pero me temo que aparte de la crisis y de la mala baba española (en Granada lo llaman 'mala follá'), el rencor ciega nuestros ojos. Quizá alguien piense que respiro por la herida, aunque no es así: debo decir aquí, una vez más, que soy de buena familia y he tenido una infancia favorable a la risa y al divertimento. A lo que iba: ¿por qué en un país tan luminoso y desenfadado prospera tanto el odio y se fabrican tantas navajas? ¿Qué tal si seguimos mañana?

martes, 27 de noviembre de 2012

sofisticalia

Tengo aquí delante un lujo de 'Alta Cosmética 100% Natural', elaborado por Alqvimia. Su nombre: Sensuality. Su definición: Body Nectar Woman. Su eslogan: Redescubre el placer de ser mujerEsta joya aromática de alto standing se la ha regalado a mi mujer una buena amiga suya (y mía), una persona inteligente y atractiva que conoce bien el mundo de lo sensorial, el saludable bienestar "del Cuerpo y del Alma", como dice la contraportada del desplegable de Alqvimia. Por cierto, me sorprende que ese copy exquisito y desbordante, quizá joven poeta, no haya utilizado en sus textos la palabra 'ungüento', tan cargada de voluptuosidades, y si nos ponemos semicultos: 'los ungüentos de Perséfone', que también tienen su aquel. Pero no quiero distraerme del asunto principal: vayamos a los ingredientes de que están hechos los sueños de Sensuality. Leo por su orden, sin quitar ni añadir una tilde: 'Rosa de Bulgaria, Jazmín de Mysore, Neroli de Marruecos, Geranio de Egipto, Ylang Ylang de Indonesia, Palmarosa de India'. Aspirando las fragancias de esos nombres, he vuelto a sentir aquello que anhelaba el caballero Giacomo Casanova en el poema de Antonio Colinas que siempre cito: "Sueño con los serrallos azules de Estambul." Mientras esto escribo, escucho distintas versiones del clásico Sophisticated lady, de Duke Ellington, un temazo de los grandes-grandes que Ella Fitzgerald le regaló al mundo con esa elegancia suya de gran dama (aunque, claro está, yo, hombre leal hasta la muerte, prefiero sin remedio la versión de Billie Holiday). Dejemos eso ahora. Vuelvo a los efectos producidos por ese "Ylang Ylang de Indonesia." Me transporta. Me hace perder la cabeza por su aroma. Todo en mí es naufragio. Si me dejo llevar por su fragancia o me abandono o "me enveneno de azules tintoretto" resulta que, como una cosa lleva a la otra, estoy escuchando por azar este desconocido para mí I Fall In Love, grabado en vivo en Tokio, hace casi diez años, por Keith Jarret. Pero es que cuando Keith Jarret acierta... olvídate del Köln Concert y de todo lo demás, coge las llaves, da un beso a los niños, cierra al salir y apaga el móvil. Quizá estemos de vuelta mañana, felices y cansados, a la hora del desayuno. Dicen los que saben, que Sensuality, bien aplicado a lo largo del cuerpo de la mujer, levanta pasiones a su paso y libera feromonas en plena vía pública, mientras un semáforo en ámbar permite en la pituitaria una aventura de pocas palabras y de algún éxtasis. Pero no vuelvas la mirada y déjate llevar o perderte por esa fragancia que te ciega los ojos y te abrasa el cerebelo. O como dijo Vinicius de Moraes en La Fusa, recordando a aquella garota que caminaba despacio por la playa de Ipanema: "Creo que sentí toda la Terra rodar." Lo que añado aquí es un regalo para los leales amadores del jazz, para las guapas e inteligentes seguidoras de este blog que, quién sabe si durará o no más allá de dos o tres semanas. Keith Jarrett Trio - I Fall In Love Too fácilmente - YouTube

lunes, 26 de noviembre de 2012

donde no extrañe el olvido

Para seguir escribiendo, ¿basta con querer hacerlo? ¿Y para dejar de escribir? Anteayer leí un reportaje en El País que hablaba del tema, a raíz del adiós a las armas anunciado por Philip Roth. A mí no me sorprende que llegue un momento a los 80, a los 90 o a los 25 años en que un escritor deje de escribir. Es más, lo que me parece raro es que no deje nunca de hacerlo. Recuerdo que Jaime Gil de Biedma, cuando le preguntaban una y otra vez por qué un gran poeta como él insistía en no escribir, solía responder: "lo normal es leer, no escribir." Y no le faltaba razón, creo yo. Además, esa pregunta tan persistente parecía ignorar algunos de los versos más significativos y testimoniales de JGB: "... No leer, / no sufrir, no escribir, no pagar cuentas..." dice en su célebre De vita beata. ¿Por qué llega un momento en que alguien deja de escribir, pintar, componer, dirigir? Esa sería la cuestión. Volviendo al reportaje que mencionaba al principio, yo no creo que escribir o no escribir dependa solo de la voluntad de hacerlo o de renunciar a ello, casi de igual modo que las lluvias no dependen de la Agencia Estatal de Meteorología. Los pronósticos aciertan muchas veces, sí, pero en la naturaleza hay una cierta holgura (ver La elocuencia del defecto, Vicente Verdú), un espacio abierto por donde se cuela el principio de incertidumbre, la desobediencia civil de lo imprevisible. De poco sirve que tú quieras escribir diariamente un post o un soneto o una sonata o un capítulo... si la página en blanco se niega a dejar de permanecer en blanco; puedes llenar la papelera, agarrarte un cabreo del 9 largo, refugiarte en el whisky, acudir a una iglesia vacía, arrodillarte y exclamar: "¡Señor, Señor, por qué me has abandonado!" Y viceversa, claro. Yo intuyo que hay una sensualidad muy tentadora en el no escribir, de igual modo que existe, o eso dicen, la ebriedad del abstemio o el vicio de la virtud sin mácula (véase El condenado por desconfiado, de Tirso de Molina, que es el colmo de la mala suerte y de la desgracia inmerecida). Pero también existe el caso contrario. En ese reportaje de El País al que aludo, Caballero Bonald, a sus 86 años confiesa: "Dije que dejaría de escribir, claro, ¿pero qué haces si te viene un poema?" Disparar, naturalmente. Ahora bien, si llevas seis meses, seis semanas y seis días intentándolo, y no hay modo de dar a la caza alcance... Pues, chico, cambia de escopeta o de aficiones, pero no te amargues la vida ni se la amargues a nadie. "La vida es breve, divórciate", recomendaba el anuncio de un despacho de abogados en Chicago. Qué bien estarían a veces el verso y la prosa y la familia si nos retiráramos por una temporada y nos fuésemos a vivir al silencio, o a un monasterio, a un lugar no declarado donde no extrañe el olvido.

viernes, 23 de noviembre de 2012

con la boca abierta

Me llega un flyer (o sea, un buzoneo barato en bicolor DIN A6) de Segurident Clínicas en el que aparece un titular en forma de pregunta: "¿Miedo al dentista?" Y eso me ha recordado una nueva técnica que apareció la semana pasada en algún telediario. Consiste en poner al paciente unas gafas panorámicas con vistas al paraíso mientras permanece con la boca abierta y dejándose hacer. Lo que me sorprende es que la industria haya tardado tanto tiempo en algo tan sencillo: yo te hago las mayores perrerías mientras tú estás viajando por los mares del sur o ascendiendo al séptimo cielo. No sé cómo está de desarrollado ese programa, pero supongo que existirá (o estará previsto) un variado menú donde el paciente pueda elegir el tipo de imágenes que desee en cada sesión. Así, por ejemplo, para una hora de desvitalización y endodoncia, muchos optarían por una música muy atmosférica acompañando imágenes de gran armonía en el espacio interestelar. Eso durante los primeros 30 minutos; después, para compensar tanta evanescencia, bajaríamos al planeta Tierra y veríamos en high definition algún documental impactante de National Geografic, pongamos por caso el de uno de los últimos tigres de Bengala esperando primero, sigiloso, y abalanzándose después sobre el cazador furtivo y millonario. Cuando los colmillos del gran macho  hicieran presa en la garganta del cazador sin escrúpulos, la cámara superlenta obtendría uno planos de altísima resolución y sobrecogedora belleza. Pero no nos engañemos, todo el mundo sabe que, pagando un plus, el paciente tendrá acceso a un catálogo exclusivo para adultos (también conocido como Serie Paradise) con el mejor porno arty  de calidad en 3D. Claro que entre los frikies del género arrasa últimamente la tendencia vintage: las cintas X de los años 70, con su inconfundible estética golfa, mal iluminada y sin depilación. Y ese sector también se hace empastes y limpiezas bucales cada seis meses. Ahora con mayor motivo. De modo que los dptos. de marketing de Vital Dent, Unidental, Segurident, etc, ya pueden ir cambiando su estrategia de comunicación y adaptándose a la palpitante actualidad. Olvídense de esos "¿Miedo al dentista?" y pasen directamente a "el placer de una buena ondodoncia", "date el gusto de un implante en 3D", "no te prives de una laaaarga limpieza de boca", "visita nuestra web y elige tú programa favorito", "absoluta confidencialidad", "y si no quedas satisfecho/a, te regalamos una suscripción a Private y/o una consulta gratuita en Boston Medical Group".

jueves, 22 de noviembre de 2012

cosas que tengo por aquí

Sobre la mesa, entre los libros, en las estanterías, por aquí y por allá aparecen fotos, postales, tarjetas asociadas casi todas a exposiciones o museos visitados. Como este sereno bodegón de Chardin cuyo título describe su contenido: Naranja amarga, copa de plata, manzanas Api, pera y dos botellas. Más personal es esta bonita postal bostoniana que me envió un amigo en 1994 con un texto muy suyo: "Así es la primavera en Marlborough Street, pero cuando los primeros copos empiecen a caer, y la acera se cubra de nieve, será tiempo de ver cómo Montgomery Clift detiene su carruaje y, quitándose el sombrero de copa, llama en la casa de Miss Marpple, que aguarda temblorosa en su cámara." Aquí aparece una muy bella santa Cecilia prerrafaelista, de Burne-Jones, que reproduce un fragmento de vidriera de la catedral de Oxford. La compré a la salida, entre otras. Esta es una colección de 18 postales de Shanghi, 1902-1940, me la regaló una amiga a la vuelta de un viaje; son unas imágenes muy sugerentes que me recuerdan películas, libros, otras ciudades, Saigón, Marguerite Duras, Somerset Maugham... Aquí tenemos un elegante posado de un joven y atractivo W.H. Auden, con sombrero, pipa, estudiada indumentaria casual, las manos en los bolsillos del pantalón color claro; está hecha en 1928, cuando el poeta tenía apenas 21 años; su rostro nada tiene que ver con aquel Auden devastado, cuyo aspecto, según escribió él mismo, era el de "una tarta de bodas olvidada bajo la lluvia." Compré esa foto una mañana de verano en la National Portrait Gallery de Londres. La siesta, de Romero de Torres, es una estampa luminosa y sensorial que en nada se parece a sus cuadros más célebres; me recuerda la poesía del primer Juan Ramón. Nada que ver con el mundo de esa siesta voluptuosa, esta pesadilla de la serie de Max Ernst titulada La cour du dragon, donde una mujer de buen porte, con negras alas de ángel caído en algún pecado infame, se lleva las manos al rostro, en un gesto entre el arrepentimiento y la consternación; al lado está el bicho; tras la puerta entreabierta, alguien observa la escena. Debe ser que a los mirones nos gustan estas cosas. Claro que también tengo aquí el retrato que Rafael le hizo, 'hacia 1514', a il bello banquero florentino Bindo Altoviti. Nada en común con otros banqueros más actuales, es probable que más acaudalados, pero, sin duda, menos bellos. Pobres banqueros nuestros. (Continuará, uno de estos días)

miércoles, 21 de noviembre de 2012

grietas

Hay días en que el invierno entra en el otoño, como si se hubiese colado por una grieta, un resquicio invisible pero real que tienen todas las estaciones. El invierno entra en el otoño y se queda a pasar el día, y se retira después, quizá por el mismo sitio que entró. La mayor parte de la gente no lo percibe: nota algo, sí, al levantar la persiana, o al salir a la calle, pero eso solo dura un instante y no se le da más importancia. Son muy pocos realmente los que detectan lo sucedido, los que advierten que el día de hoy ha sido ocupado por otro día, perteneciente este a otra nacionalidad. Ese fenómeno silencioso no les pasa inadvertido a dos pequeños grupos humanos: los pastores y los poetas (aunque no a todos los poetas, solo los de la facción meteorológica). Pero las grietas también están en otros ámbitos: entre la materia y el espíritu, entre la realidad y el deseo, entre la ficción y el periodismo, los sentimientos y los presentimientos. Y más. Por ejemplo, entre lo invisible y la evidencia. O entre los ángeles y los maridos. Hay resquicios, eso es lo cierto, aunque aún no del todo probado. Yo me siento cómodo en ese terreno intangible, valga la paradoja. Es más, tengo por ahí, desde hace cinco o diez meses, un poema a medio hacer que dice más o menos algo como (cito de memoria, o sea, mal): "me gustan esos resquicios por los que apenas pasa el aire de perfil". Y lo cito aquí no solo por tonta vanidad de poeta escaso sino porque creo que ese verso refleja algo verdadero y bastante mío. Quiero decir que no todo está cerrado como una perfecta esfera fría de titanio. Hay fisuras, resquicios, grietas... por donde se producen trasvases en la oscuridad. O a plena luz. Creo que fue el Beau Brummel quien dijo aquello de que (vuelvo a citar de memoria) "un hombre elegante es aquel que cruza Picadilly Circus al mediodía sin que nadie se percate de ello." Pues sí, hay un constante ir y venir de transferencias, un trasiego continuo que va del sólido al líquido y del líquido al gaseoso. Del amor al odio -dicen- solo hay un paso (¿y viceversa?); el chiste fácil y chusco diría que 'del no ser al ser, solo hay un polvo'. Lo cierto es que todo aquello que a simple vista nos parece incomunicado y estanco, luego resulta que no son tan así las cosas. ¿Qué sucede en silencio entre la víctima y el verdugo, entre la ciencia y la poética (y ahí hay mucho tomate), entre la derecha y... la extrema derecha? Che, che, che, un momentito, que aquí hay para todos: ¿qué sucede, queridos míos, entre alguna izquierda y el sopor de la siesta o la falta de coraje? Se me acaba el espacio, pero se abren nuevos resquicios. Quizá otro día. A ser posible, un día de invierno en medio del otoño.

martes, 20 de noviembre de 2012

la noche americana

Esta mañana había niebla. No una niebla cerrada, como las que suelen caer en Adviento, pero igualmente válida a efectos decorativos. Ni que decir tiene que el parque estaba 'de película'. Las hojas caídas tan artísticamente, el color crudo de la luz, la paleta de grises y ocres, los escasos paseantes a esa hora, la humedad del aire, dos finos galgos de alta elegancia -como el galgo Judas, todo un campeón que saca de paseo con mucho estilo a su dueño, un primo de mi mujer, en Palencia- que parecían puestos ahí por el atrezzista o por el art director que decide a cada hora cómo ha de estar el parque, siempre listo para que alguien diga 'silencio, motor, ¡acción!', y dé comienzo el rodaje. Como en aquella maravillosa película: La noche americana. Hace tiempo que me apetece volver a verla. Volver a ver aquella plaza, aquella señora del perrito, aquella bofetada repetida, el modo tan sutil en que el director le explica a Jacqueline Bisset (¡oh, cielos, cómo era!) la manera en que debe colocar los dedos de las manos... El mundo está bien hecho, por momentos, cuando Truffaut dice 'acción' y la realidad (de la película) se pone en marcha... durante un plano secuencia. Vale, de acuerdo, solo son 30", pero qué 30" para siempre. Mientras duran, tenemos tiempo para sentir que la vida es o puede ser bella; desde luego que breve, y dolorosa a menudo, pero bella en verdad, y emocionante algunos ratos, algunas mañanas con niebla, algunos anocheceres de invierno en que un encuentro casual (no digamos ya una cita en la cafetería del Hotel Inglaterra, en Valladolid) era el comienzo de una posible novela de 500 páginas o de dos horas y media de película. A qué negarlo. Desde Ben-Hur y Los Diez Mandamientos, siempre me han gustado las buenas películas largas. La noche americana no llega a dos horas de metraje, pero su recuerdo, por lo que voy viendo, da para toda una vida. ¿Le faltaba algo a esa película que yo quise ver o intuir esta mañana en el parque? Sí: le faltaba la música. Casi siempre tengo canciones preparadas, pero hoy, martes, 20 N, me apetece dejarme llevar por la música. ¿La escuchamos?  La noche americana -Trailer - YouTube
Francois Truffaut's La Nuit Americaine Theme - YouTube

lunes, 19 de noviembre de 2012

demuestra que no eres un robot

Esa es la frase que aparece cada vez que intento dejar un mensaje en algún blog. Y aparece, como todo el mundo sabe, junto a dos dígitos y varias letras borrachas que nada significan, o eso creemos. En mi ignorancia, me pregunto qué se pretende evitar con ese tonto trámite. ¿Acaso piensan los de Blogspot, o quienes sean, que si yo fuese un robot iba a tener por ello la menor dificultad en reproducir en un milisegundo media docena de letras? Al contrario: como no soy un robot (o si lo soy, pertenezco a un modelo de lo más rudimentario y que dejó de fabricarse hace décadas), a veces tengo dificultades para discernir si, dada la deformación tipográfica y el desenfoque, se trata de una hache o de una be minúsculas, o si estamos realmente ante una eme o ante una ene precedida de una erre (o sea, rn). Bien. Suficiente. A lo que voy. Si yo fuera ese artefacto de última generación, un replicante diseñado en Silicon Valley para un futuro pluscuamperfecto (y reproducido en Taiwan para el mercado low cost), con billones de circuitos integrados bajo el cráneo, capacitado por tanto para realizar cálculos infinitesimales, generar creatividades vertiginosas, albergar pensamientos cuánticos, soñar, reír, amar mucho más allá de lo imaginable... Quiero decir que si yo fuera en verdad ese robot, esa máquina antropomórfica capaz de repentizar endecasílabos de fósforo y titanio en medio de la noche, transformar al hombre que aparento ser en vampiro o en arcángel, alterar la trayectoria o el destino de de una copa que cae, sentir y compartir orgasmos semejantes a las explosiones de las supernovas, conseguir que los olvidos regresaran a la memoria... como si los amores imposibles nos dieran una segunda oportunidad. Está claro que si  yo fuese ese robot, esa industria,  mis comentarios escritos serían infinitamente más inteligentes, interesantes, interestelares. Con lo cual, los blogs comentados ganarían en prestigio, y con ello en lectores, en seguidores, en anunciantes. Lo triste del caso es que, en efecto, yo no soy, y bien que lo siento, el aparato que pretenden evitar. Y ese malentendido es el principio de todos los males, de todos los errores. Una vez escribí: "qué hermoso hubiera sido todo aquello que nunca sucedió." Es posible que siga siéndolo.

viernes, 16 de noviembre de 2012

paraísos artificiales

Qué mundo el de los olores fuertes de los productos de limpieza, el de la química doméstica y narcotizante. Una buena inhalación de amoniaco puro puede hacernos ver las estrellas de nuestro interior laboratorio. El alcohol de quemar es más agudo y penetrante que el golpe de gasolina que aspiramos, pistola en mano, en el surtidor. La lejía es algo repugnante para mí, pero a todo se acostumbra uno. Sin embargo, el olor más sugerente y sofisticado del hogar es el de la acetona  quitaesmaltes de uñas: yo lo encuentro muy oriental, pero del Oriente novelesco, refinado, cosmopolita, muy a lo Yakarta años 30, muy a lo Dragón Lady de Belver Yin, con esas largas uñas y esa calma perversa de quien puede pasarse toda una tarde en el tocador, entre los cosméticos y las fragancias, esperando que llegue la noche y sus hechizos para bajar como una boa ondulante y displicente al casino o al burdel. El limpiacristales es demasiado higiénico y algo dulzón para mis gustos. El limpiatapicerías y alfombras 'con Oxígeno Activo' ya es otra cosa, tiene otro punto más descarado, aunque no llega a la intensidad penetrante del Politus, 'especial para todas las superficies barnizadas'; si pulverizas en un paño un par de disparos de Politus, te lo llevas a la nariz y aspiras profundamente, por momentos resulta como un chute narcotizante del legendario cloroformo. O de la no menos legendaria trementina, en los estudios de los pintores. Y luego está uno de los platos fuertes y más ignorados, solo al alcance de los sibaritas y de los patanegra del haevy metal olfativo: la 'loción Cupex ZZ pelicudicida, que elimina piojos y liendres con una sola aplicación'. Este es en verdad la hostia: lo hueles un instante... y es toda una promesa (casi un anticipo) de la gran narcosis. Luego lees las indicaciones y lo primero que te dice el fabricante es que 'no conviene ingerirlo'. Yo creo que la recomendación está de más: parece evidente que si te bebes un chupito de loción Cupex  ZZ... su efecto puede ser semejante al de una botella de absenta, sorbito a sorbito, mientras sube y sube el colocón de peyote + elixir paregórico (ver William Worroughs). Y todo esto no sería más que el primer párrafo del preámbulo al prólogo de las mil páginas que vendrían después, para introducirnos en el laboratorio de nuestros paraísos artificiales de andar por casa.

jueves, 15 de noviembre de 2012

¿qué dije yo?

Esto de ser adivino es la leche. Yo mismo me asombro ante mi clarividencia y dotes prospectivas. Cada día tengo más claro que me equivoqué de profesión: tenía que haber orientado mi vida y mi hacienda hacia el tarot, la cartomancia, las líneas de la mano, los posos del café... En fin, las ciencias ocultas. ¡Qué acreditado depto creativo, qué gabinete de anticipación hubiese creado! Y no es porque esté yo delante, pero, cómo negar que mi mente las ve venir y se anticipa a los acontecimientos con una puntería matemática. Bien es verdad que ese acierto no lo tengo en todos los campos: en la quiniela, por ejemplo, fallo más que una escopeta de feria (qué expresión tan antigua, ¿no?). De modo que las que se van por las que se quedan, pero en lo tocante a verlas venir, a anticipar las portadas de los periódicos, soy insuperable, pese a que mi vanidad murió "una noche de luna en que era muy hermoso..." etcétera, etcétera. Y conste que no hago nada extraordinario para conseguirlo, ni me fumo ninguna yerba, ni bebo absenta ninguna, pero he de admitir que sí, que tengo una especie de programa informático en algún rincón del alma que me faculta para ver, leer y oír lo que dirán pasado mañana o dentro de un mes algunas mentes preclaras en los medios de comunicación o de agitprop (para los más jóvenes: vieja palabreja que fusionaba agitación y proppaganda). Claro que, como siempre, habrá personas desconfiadas, y no faltará quien sospeche que me estoy tirando el pisto. Lo entiendo. Ahora bien, ¿qué dije yo en este humilde diario hace más de un mes, concretamente el pasado 10 de octubre, miércoles todo el día, haciendo gala de un sentido visionario que corta la respiración? Pues escribí ni más ni menos que "no se quieren enterar, yeee-ye". Aunque los hechos demuestran que no solo me manejo en las medias y largas distancias: anteayer puse en juego mi prestigio y aventuré en este blog el siguiente vaticinio: "nueve de cada diez telediarios tratarán de convencernos de que la huelga ha sido un fracaso." Y quien dice 'huelga' dice 'manifestaciones' al anochecer. Está escrito, ¡ojo!, y por tanto no me invento nada, ni soy ventajista, ni le hago trampas al solitario; no, no, no: lo publiqué a las 14 horas y 18 minutos del martes 13, como puede comprobarse. ¿Entonces? ¿Tiene o no tiene mérito lo mío? ¿Para cuándo la creación del Premio Nacional de Prospectiva? No quiero parecer un visionario al uso, pero es cierto que más temprano que tarde se abrirán las grandes alamedas de la razón, y la Academia de los pensadores y de los futuristas se rendirá a la evidencia. Y dicho esto, amigos, me retiro al Aventino con todo el prestigio acumulado. En Roma lo llamábamos sencillamente auctoritas.

martes, 13 de noviembre de 2012

que sí, que voy, que quiero

  • Hace algunos días le dije a una amiga que hoy, martes 13, dedicaría el post a la huelga general de mañana, miércoles 14. Y no es que haya cambiado de opinión o de postura o de chaqueta. No es el caso, aunque podría serlo, ¿por qué no?, estamos vivos, y por tanto sujetos a alteraciones climáticas de todo tipo. Reclamo el derecho a cambiar de opinión, a pensar hoy lo contrario de lo que pensaba ayer, a levantarme monárquico del todo, si me peta, y hasta carlista-legitimista, llegado el caso, como un Bradomín extemporáneo y feo, además de agnóstico, gamberro y sentimental. ¿Pasa algo? Tenía intención de hablar hoy de la huelga general de mañana miércoles,  y de los motivos que nos sobran para apoyarla, y levantar todas las banderas patrióticas o apátridas de todos los colores y de todas las ideas, indignaciones, desahucios, justificadas demagogias, alguna blasfemia... Tenía intención de hablar de todo eso y más. Pero, mira por dónde, hoy,  martes con luz de gloria, no me apetece otra cosa que no sea sonreír o bailar o gastar una broma. El parque estaba tan animado esta mañana; mi hijo Ignacio es tan generoso y tan guapo; Luis es tan brillante; me gusta tanto este disco de Abbey Lincoln... Dadas las circunstancias, ¿cómo hablar aquí y ahora de la huelga general? ¿Cómo no mirar hacia otro lado para que la vida sea más bella, o al menos lo parezca, horas antes de que nueve de cada diez telediarios traten de convencernos de que la huelga ha sido un fracaso, gracias a Dios y a los servicios mínimos? Bueno, bien, me arriesgo a una sanción disciplinaria del sindicato, y también al reproche de los compañeros del metal, pero hoy hace un día tan luminoso... ¿Qué quieren, que me ponga triste, amargo, turbio? Pues no, para qué vamos a andarnos con elipsis y floristerías. Yo no tengo la culpa (ni el mérito) de ser de buena familia, en el mejor sentido de la palabra 'buena'. Por tanto, ni odio ni sabría odiar: eso es propio de gente a la que  no le han dejado otra. Lo que pasa es que me siento obligado a sacar la cara no solo por mí y por los míos sino por todos esos que cualquier día me dirán 'gilipollas'. En definitiva, copy, ¿vas o no vas a la huelga? Mójate de una vez, y que sepamos dónde estás y a quién leemos. Bueno, tampoco está claro que haya que tomar una postura drástica, ni que ello nos beneficie, ni que la belleza y el porvenir dependan de que digamos sí o no a la huelga. Pero como la vida es riesgo y apuesta y ganas de cambiar las cosas y pasarlo bien, digo que sí, que quiero, que voy a la huelga general. 

lunes, 12 de noviembre de 2012

qué buen rato pasamos

El sábado noche fuimos a ver En la casa, de Fraçois Ozon, adaptación cinematográfica de la obra de Juan Mayorga El chico de la última fila. Qué buen rato pasamos, y qué buena película, caramba. El cartel lleva un antetítulo orientativo: "Siempre hay una forma de entrar." Tranquilos, que no voy a revelar nada importante, ni siquiera daré una pista sobre si el mayordomo es o no el asesino. La película trata de un tema que a mí me excita particularmente: cómo la realidad entra a formar parte de la ficción y el modo en que esta -la ficción, alterada por la realidad-, condiciona y modifica el devenir de los hechos. En otras palabras: alguien observa a alguien y convierte lo observado en materia narrativa, en relato, y por tanto en 'ficción'. A su vez, esta entra en la realidad de la que procede e incide en ella; lo cual da lugar a una nueva ficción que tiene en cuenta lo sucedido en la vida real tras la entrada en escena del anterior relato. Y como una cosa lleva a la otra, y la nueva dará lugar a la siguiente, la que surja tendrá una relación directa con lo que venga a continuación. Y tras cada nuevo paso, con cada vaivén de lo escrito a lo vivido, y viceversa, hay una interrupción que a su vez es un nexo, y, entre paso y paso, aparece la palabra continuará. Todo está concatenado, todo es causa y efecto de nuevas causas que traerán consecuencias. Pondré un ejemplo tonto y tópico: si yo tuviera allí enfrente una vecina exhibicionista que algunas noches se desnudase para que yo la observara; si ello me diera pie a escribir un relato de ficción inspirado en ella; si yo, desde el más ciego anonimato, le hiciera llegar a mi atractiva vecina el primer capítulo escrito; si ella respondiese a mis sugerencias con nuevas audacias a las tres de la mañana; si yo; si ella; si un tercero entrara en escena... ¿Quién responde de lo que pudiera suceder en adelante? ¿El autor o el editor? ¿El narrador o el protagonista? ¿El fantasioso Ginés o la traviesa TT? A veces me pregunto hasta dónde es aceptable fantasear con la vida de los otros. O bien, ¿qué derecho tengo yo a imaginarme situaciones o momentos de tu vida? Ya sé que el mirar es libre (¡faltaría más!), pero ¿qué pasa si dentro de unos años la ciencia descubre que mis fantasías han condicionado tus comportamientos? ¿Quién paga las cuentas, y en qué medida? ¿Quién es el responsable último de tu amor y de mis silencios? ¿Quién lo será de mis olvidos o calamidades? ¿Seguimos... o lo dejamos aquí? Está claro que por cada respuesta posible hay más de cien preguntas probables. Corto y pego: Qué buen rato pasamos, y qué buena película, caramba.

jueves, 8 de noviembre de 2012

gracias por ayudarnos

"Solo quiero dar las gracias a Todd Akin por ayudarnos a perder el Senado", fueron las palabras de Jason B. Whitman -Presidente del Comité Nacional del Partido Republicano- dirigidas al candidato a senador por el estado de Misuri, el mismo que dijo aquellas majaderías sobre la violación como voluntad de Dios, etc. La frase no oculta un cabreo sordo del 9 largo. Lo que el indignado dirigente del Partido Republicano le estaba diciendo con ese sarcasmo al candidato -que al parecer tenía la elección asegurada- era algo así como "hace falta ser un gilipollas redomado para soltar semejante sandez en plena campaña electoral." No consta que mister Whitman hiciera amago de desenfundar el colt con intenciones inequívocas. No, eso no figura en ninguna crónica periodística, pero que se quedó con las ganas... lo tengo muy claro. De todos modos, hay que reconocerle al autor que la frase de agradecimiento le salió impecable; es como ponerle a uno la cruz: queda políticamente inhabilitado. O tres cruces: una  por tonto, otra por sucio y otra por malo. Tipos que albergan en la cabeza semejantes desarreglos no deberían estar en disposición de legislar, ni siquiera de representar a una parte del electorado. Volviendo aquí, a la patria, raro es el día que, por sus palabras, un gobernante, un político conocido, no merece el sello de "no apto" para desempeñar puesto alguno en la res publica. Y no es tanto una cuestión de extravagancia ideológica como del mínimo sentido del decoro exigible para ejercer casi que cualquier cargo de responsabilidad. Bueno, bien, puesto que mañana, 9 de noviembre, "como siempre sin tarjeta", es fiesta aquí en Madrid, me voy a alargar un poco, una pizca, para compensar(me) de lo que no escribiré. Todos los días tenemos que oír no menos de media docena de cosas infames, y además a la hora de la ducha y el aseo personal. Y eso por no citar a algunos articulistas o contertulios animadores de nuestro ruedo ibérico. Examinándolos desde la distancia, creo que muchos no pasarían un control de alcoholemia. O bien el disco duro se les ha desconfigurado por completo. Los hay que está claro que en algún momento de su vida "se les jodió el Perú." Y esa es la parte contratante que a mí más me conmueve. La vida es dura, qué coño. Aunque no todos resistimos igual. Dice Woody Allen  que si le amenazan con retirarle la American Express, lo canta todo. Lo suscribo. Hablando de averías y calamidades, estoy pensando en un articulista de apellido germánico (no daré nombres, no vaya a ser el demonio, que tampoco está uno para muchos juicios) que no hay día en que no disparate en los media con toda impunidad. Aunque, claro, le pagan por eso -y no mal, por cierto- en estos tiempos de austeridad y recortes en buena educación. Me encantaría ser él durante 24 horas, ni una más, para saber qué se siente. Le conozco, como lector, desde hace muchos años. Con la guerra de Serbia y sus crímenes étnicos empezó a jodérsele el Perú, o lo que sea. Ahora tengo la impresión de que ya es tarde para intentar arreglar el estropicio. Lo diré claro y simple: creo que ese hombre está como una puta cabra. Y además, lo está todos los días. Aunque los cuerdos le pagan por ello. Por algo será.  

miércoles, 7 de noviembre de 2012

amistad amorosa

Vaya nochecita que hemos tenido, pendientes de los recuentos en Ohio y en La Florida. Dado que conviene disponer siempre de una buena disculpa, diré que todavía tengo los biorritmos alterados por la diferencia horaria de la Costa Este. Dejando eso aparte, ayer escuché en la radio una excelente entrevista con Antonio Garrigues Walker. Por cierto, qué nombre tan bien construido: español y norteamericano, elegante, cosmopolita, jurídico y comercial, demócrata, ilustrado, y en el buen sentido de la palabra, 'liberal'. No 'neo-liberal', ni 'ultra-liberal', ni 'liberal-conservador'; sencillamente, 'liberal', como George Clooney o como Robert Redford o como Salvador de Madariaga. Bueno, a lo que voy. En esa entrevista, AGW fue preguntado por la famosa relación de su padre, el diplomático Antonio Garrigues y Díaz Cañabate, con Jackeline Kennedy (supongo que después de que esta enviudara, y antes de matrimoniar, y patrimoniar, con Aristóteles Onassis). La respuesta fue a la vez atrevida y elegante: la relación de mi padre con Jackie Kennedy, afirmó,  fue una 'amistad  amorosa.' Y lo matizó acto seguido repitiéndolo en francés: "un aimer amitié", dijo, aunque ahora dudo si pronunció "aimer" o "amour". Qué buen concepto, ¿no?, el de 'amistad amorosa'. Al menos a mí me parece sugerente, sutil, enriquecedor, lleno de matices... Y además es compatible con casi todos los formatos y soportes. Una amistad amorosa  debería estar recomendada, bien vista socialmente y exenta de impuestos, como una FFF (fundación con fines filantrópicos). Pienso que una buena amistad amorosa favorecería las relaciones de pareja  en todas sus variantes, como la cita semanal de los amigos/as para charlar, reír, tomar los vinos. Sí,  la verdad es que, bien mirado, una o dos amistades amorosas sabiamente administradas (entiendo que media docena resultaría difícil de gobernar y un punto estresante) nos harían más alegres y acaso más felices, más tolerantes y respetuosos con la biodiversidad emocional y el medio ambiente. Claro que para eso habría que cambiarlo casi todo, y partir de nuevo, y crear una asignatura de educación para la convivencia (mejor así, en minúsculas) en la que los padres tendríamos que aprender no poco y familiarizarnos con ella (¡Marina, échanos una mano!) para repasarla en casa con nuestros hijos, antes de los partidos de la Champions, que siempre serán maravillosos. Y dicho esto, se acabó el estudio y pónganse en pie, amigos, que estamos hablando de Wembley, de San Siro, de Old Trafford, nada menos, del Parque de los Príncipes, del Allianz Arena de Munich, del Camp Nou, del Estadio de La Luz, de Stamford Bridge, de Anfield, del Santiago Bernabéu. ¿Se me permiten unos segundos de emoción? Punto y aparte. Una vez tuve la suerte de escuchar, en Valladolid, al maestro don Santiago de los Mozos afirmar que "la poesía es... palabras mayores."  No lo podemos negar: somos europeos, amamos el fútbol y la belleza, tenemos o quisiéramos tener una amistad amorosa con algunos viajes, algunos sueños, canciones, libros, películas..., algunos recuerdos de cosas o de goles imposibles que aún no han sucedido.

martes, 6 de noviembre de 2012

excusatio non petita

En la cocina hay que estar a lo que se está y no distraerse uno más de la cuenta; de lo contrario, si nos olvidamos de los tiempos, la intensidad del fuego, etc, corremos el riesgo de que se nos pase el arroz o se nos queme la salsa o se nos vaya la olla. Y eso fue lo que me sucedió ayer en este blog: que me distraje con unas cosas y con otras y se me fue la olla. Primero pequé de ingenuo, o de arrogante, cuando -aprovechando que tenía otros documentos abiertos y alguna idea en la cabeza- se me ocurrió hacer en el post un 'experimento', que no voy a tratar de explicar aquí porque sería largo y además no aclararía nada. El caso es que el tema iba bien encauzado y prometía un final feliz, o al menos bien resuelto, pero el juego de textos cruzados y provocaciones no acababa de funcionar, y cuando treminó el disco que estaba sonando -Pitingo con Habichuelas- me di cuenta de que el tiempo se me había echado encima. Eran ya cerca de las tres, y como no veía clara la solución (no estaba yo muy inspirado, eso es lo cierto), me tomé una copa de vino, la segunda, y rematé la faena con un bajonazo infame, en una mezcla de falso rencor y desplante chulesco. Vamos, como para lanzarme a la salida todas las almohadillas. Y en efecto, poco después, alguien con muy buen criterio dejó un comentario impecable: "Criatura, ¿qué te ha pasado hoy? Estás un poco rarito, ¿no?" Es lo menos que cabía decir. Tras leerlo, decidí cortar por lo sano y arreglar en lo posible el desarreglo: me cargué de un tajo varias líneas 'experimentales' y desafortunadas; después, un par de retoques mínimos, una pizca de sal o pimienta... y a publicar, así, como si nada. El plato no quedó muy lucido, eso es cierto, pero tampoco para acabar en comisaría. Conclusiones: 1) los experimentos, con gaseosa; 2) si vamos a setas, vamos a setas, y si vamos a Rolex, vamos a Rolex; 3) si bebes, no conduzcas: una segunda copa no da más reflejos sino que reduce la capacidad de análisis y rectificación. En consecuencia: humildad, hermanos, mucha humildad, porque cuando uno se hace el listo acaba resultando el más tonto de la clase; o sea, un bobalán.

lunes, 5 de noviembre de 2012

que para saber cantar

El viernes pasado, en una cena entre amigos (entiéndase el genérico como amigas y amigos), alguien de fiar elogió muchísimo la obra del escritor Mircea Cartarescu (Bucarest, 1956), para mí un desconocido del que solo sabía lo leído esa mañana en la entrevista publicada en El País. En ella, Cartarescu dice cosas como esta: "Yo creo que todos somos andróginos, todos somos bisexuales, aunque solo sea mentalmente." Al leerlo tuve la reconfortante sensación de que alguien, a miles de kilómetros, confirmaba mi sospecha mantenida no del todo en secreto durante años. Y añade nuestro amigo rumano: "Todos los hombres llevamos dentro una hermana reprimida, y todas las mujeres a un hermano reprimido, y yo muchas veces he sentido que tenía que liberarla de mí y darle voz." Leerlo y salirme un pareado fue todo uno: "Mircea querido, / yo también lo he sentido." Después de todo, entre 'hembra' y 'hombre' hay mucho en común; pero también es cierto que las diferencias fonéticas y anatómicas, entre otras, son significativas, favorecen la biodiversidad, facilitan la gustosa convivencia, hacen posible en este mundo loco la alegría de "vivir en los pronombres." Nos pasamos la vida (sin saberlo, casi siempre) queriendo salir de quienes somos para entrar en quien no nacimos, aunque por poco. Tengo clarísimo que por un pelo no nací sueca en Malmoe, o austrohúngaro en el exilio, o esclavo en Alabama, o Niña Chole en el Yucatán. Pero sé también que el hombre macho que soy (bromas aparte) tiene momentos y gustos de mujer. La verdad, no me inquieta ese punto mío femenino que de vez en cuando asoma; al contrario: me alegra la sonrisa de hombre irremediable, y también esa hermana que al parecer sale conmigo en secreto de copas. Está claro que ella es la mujer que no fui... hace ya tantos años. Mujeres... hombres. Si bebemos y reímos, si nos desembarazamos de tantas cosas tontas, y hablamos y bromeamos y nos queremos un rato... El plural masculino, el genérico, no dura un suspiro, no soporta un beso grande y fuerte y alto entre la mujer que quisieras querer y el hombre que la besa durante 45" de amor sin palabras. Bueno, bien, dejémoslo. Es verdad que somos mitad ángel, mitad arcángel, mitad risa, mitad dolor. Y "como dijo Salomón, / y eso le salió muy bien, / que para saber cantar /basta con saber querer." Aunque no sea verdad.

miércoles, 31 de octubre de 2012

internet

A mí no deja de asombrarme. Como casi todo el mundo, soy usuario de Internet; es cierto que un usuario muy básico pero persistente. Todos los días hago varias incursiones, más bien sencillitas: prensa, libros, novedades, YouTube, consultas diversas. Alguna vez, no lo niego -¿por qué iba a hacerlo?-, me aventuro hacia algún puerto remoto e inconfesable. Lo más asombroso para mí de este juguete es lo que tiene de 'pídeme lo que quieras y te lo concederé'. Internet me recuerda a las tentaciones de Jesús, cuando Lucifer le transportó "a lo más encumbrado y, mostrándole todos los reinos del mundo y la gloria de estos, le dijo: Todas estas cosas te daré si, postrándote ante mí, me adoras" (Mateo 4, 1-11). No sé ante quién o quiénes nos hemos postrado, pero lo cierto es que todos los reinos y las glorias de este mundo están al alcance de nuestros ojos y oídos. Todavía no al de nuestro olfato, gusto, tacto... Pero tiempo al tiempo, a pesar de los disparatados recortes en Ciencia y en I + D+ i, entre otros. Bueno, a lo que iba. Eso de llegar y decir: en este momento me apetece, pongamos por caso, el Concierto para violín (Op.14) de Samuel Barber; y vas, lo escribes, lo pinchas y, en unos segundos... aquí está, con Gil Shaham y la London Symphony Orquestra. ¿No es un prodigio maravilloso? O bien, esas tardes en las que solo Billie Holiday nos sirve de consuelo... y escribes en Google su nombre seguido de Solitude o de Moonligth in Vermont. Poco después, la vida y la tarde empiezan a ser ya otra cosa, no sé si mejor o peor pero sí más tolerable. O tienes la curiosidad de saber lo que ocurrirá mañana en el mundo y a qué temperaturas. O conocer los planes cinematográficos de los hermanos Wachowski. O mirar con ojos de mirón las fotos de Greta Garbo durante el rodaje de El velo pintado. 'Pídeme lo que desees y te lo concederé', me dice todos los días Google. A veces trato de ponérselo difícil, pero Mr. Google siempre se las arregla para decirme al punto e voilà!, y ofrecerme un montón de páginas y direcciones donde saciar mi curiosidad o mis vicios... de conocimiento. Hoy podría decirse aquello de 'dime qué buscas en Google y te diré quién eres'. Si buscas sonetos, contactos, dietas de adelgazamiento, carteleras de cine, compañeros de colegio,  minijobs, lugares de encuentros, discos descatalogados, sitios fuera de horario... Si buscas algo de eso, deberías matizar un poco tu búsqueda,  para que la segmentación sea más certera y acorde a tus sueños. Por ejemplo: busco mujer de una belleza singular, cuarenta y pocos años, ojos verdes oceánicos, mirada inteligente, bonita figura, no mal carácter, buena mano para la cocina; una mujer que además baile bien, ame los libros, le guste el martini los domingos al mediodía y ría como nadie cuando baña su cuerpo el vaivén de las olas. Solo es un supuesto. Internet tiene respuestas para millones de millones de ejemplos. Pero entre millones elijo, hoy, miércoles, 31 del 10, 'entre las voces una'. De acuerdo que es solo un enlace, pero, además de escuchar esa canción, miradle a la cara a esa mujer, y en particular a los ojos, más que a la boca hermosa. ¿Y yo que veo en ella a una gitana inmensa de entonces, como Carmen Amaya, como Pastora Pavón (¡esos pendientes grandes, redondos, esa soberanía!), trasplantada a orillas de un río Mississippi o a alguna plantación de tabaco en Virginia o de algodón en Alabama? Qué manera de cantar, y de abrir los ojos sin prisa, y de mirar en calma hacia uno y otro lado, de bajar los párpados y después abrirlos de nuevo. Mirad la sombra de BH al final del clip y veréis en ella algo tan antiguo como una diosa egipcia.
http://www.youtube.com/watch?v=-dX0pdsLVb0&feature=autoplay&list=PL1B48D5975BB15D35&playnext=1

martes, 30 de octubre de 2012

un minuto de silencio

A veces sucede, y esta mañana lluviosa se ha producido uno de esos paréntesis en que por momentos la realidad parece como si hubiera quitado el sonido de la calle mientras la imagen seguía su curso sin interferencias. Caminaba yo bajo el paraguas y de pronto he percibido que no había ningún ruido a mi alrededor: ni cláxones de coches, ni acelerones de autobús, ni la chapa de un comercio que alguien levanta con estrépito. Nada. Y no es que el mundo se hubiera detenido unos segundos, como sucede en el cine o en algún spot cuando la imagen queda 'congelada'. No, ya digo que todo seguía su curso con rutinaria naturalidad, por así decirlo. Observé cómo las luces de un semáforo pasaban del verde al ámbar  y del ámbar al rojo, y esto sucedía para nadie, sin que ningún vehículo estuviera allí en ese momento para seguir sus instrucciones. Por la acera de enfrente pasaba una madre con su hijo camino del colegio bajo un paraguas amplio. Y detrás otra, ésta junto a dos niñas con chubasqueros amarillos. Caminaban en silencio. Delante de mí, a unos pocos metros, cayeron despacio tres, cuatro hojas de un árbol; nadie salvo yo asistió a ese hecho quizá insignificante. Un poco más allá, un coche de la policía cruzaba muy despacio, y también en silencio, como si el motor (para no alertar a los delincuentes) estuviera insonorizado. Eran las nueve menos cinco de la mañana y todo estaba en orden, casi diría que en orden y en concierto. Pero en silencio, como en un sueño. O como si en la pista de hielo -generalmente en Innsbruck- la bella patinadora austríaca se deslizara con toda la armonía del mundo siguiendo una música inexistente que solo sonara en su memoria. Hay una escena inolvidable en El pianista, de Polanski, en la que Adrian Brody, refugiado en una casa de Varsovia -donde, si quiere salvar la vida, el único sonido que se puede permitir es el de su respiración-, se sienta ante el piano, levanta la tapa, acerca sus dedos a las teclas y empieza a tocar una balada de Chopin... en silencio, mentalmente, sin llegar siquiera a rozar esas teclas quietas. Creo que es una de las escenas de cine que más me han emocionado. Otras veces imagino la situación inversa: un sendero en el bosque, a finales de octubre, poco después de la lluvia, donde, de pronto, en el silencio limpio de la tarde, empieza a sonar para nadie este The Man I Love, de Gershwin, que ahora no escucho. Quizá, mientras suena, asome una ardilla (a ver qué pasa ahí) o caigan tres, cuatro, siete hojas que no tienen prisa ninguna por llegar a suelo. Y luego, tras las últimas notas de esa canción, y de casi un minuto de silencio, empieza a llover de nuevo en el bosque.

lunes, 29 de octubre de 2012

lo que no dije el viernes

El jueves llovía en Valladolid al anochecer y cuatro amigos leíamos ante un público diverso poemas de Luis Ángel Lobato. Siempre que leo sus versos tengo la sensación de que hubieran sido escritos bajo la incesante lucidez de los 40º de fiebre. Leí: "pasado y futuro / se abrasan / en las gasolineras de la nieve". Leí: "un recuerdo / puede ser también futuro". Leí: "Perdóname: / quiero ocuparme de tu vida." Y varios años después: "ayer imaginé que tú nunca exististe / pero al término / de la palabra / 'diciembre' / el lacre de la escritura / continuaba anexionándote." Y unos versos más adelante doy fe de que "acaba de estrellarse / un avión / en otro sueño." Aunque antes de eso advertí: "pero, ¿quién descomprime / la espoleta de una narcosis?" Y acabé confesando de viva voz que "lo he soñado / y es real. / Respondo: / sí / pero fui yo quien tuvo ese sueño. / Tú dices: / no: / olvidaste las lámparas." A la salida, bajo los paraguas, caminamos hacia los bares. Con mi cuate Jesús Capa -artista ascético y riguroso: solo silencio, la biblioteca blanca,  circus museum... y algo más- siempre acaba saltando la chispa de la conversación entre copas. A propósito de Niemeyer, me dice, más o menos: "sí, es estupendo, claro, pero Brasilia hoy es un fracaso total: es una ciudad vacía, muerta..., la está devorando la selva." Desde siempre, esa imagen me produce fascinación. Y siguiendo por ahí, ayer me encuentro un reportaje en el dominical de El País sobre la capital norcoreana. Leo en él que Pyongyang es hoy "una ciudad con grandes avenidas desiertas, monumentales construcciones de hormigón y hoteles de lujo que nadie ocupa." Se me dispara la fantasía y veo las raíces oscuras apoderándose de los aparcamientos subterráneos, las enredaderas cegando los ventanales de los hoteles abandonados, las colosales estatuas de King Il-sung o de Kim Jong-il corroídas por la lluvia ácida y estranguladas por lujuriosas boas constrictor de quince metros de eslora procedentes de la Amazonia; veo tigres patrullando los templos desiertos de la democracia ideados por Niemeyer en el trópico; plantaciones de bambú reventando los mármoles, los frisos, los vanos proyectos de eternidad. Cien días y cien noches de lluvias torrenciales, de bóvedas caídas, de retablos desplomados, de dinastías, de quimeras. Todo ello abolido. La otra noche alguien aludió a Empédocles, en relación con la poesía de Lobato, para decir de este que apaga un fuego poético con otro fuego; un poemario con el siguiente. Y quizá esto valga para todo creador, incluso para todo amante: un fuego apaga el anterior, y este da lugar a uno nuevo que ilumine el amor que está surgiendo, o el poema en ciernes, o a los ofidios mutantes en la umbría, o esta música que "ya la toqué mañana", porque "un recuerdo puede ser también futuro."

jueves, 25 de octubre de 2012

adivina quién es ella

Para describir ese cuerpo, más que hablar de anatomía hay que emplear el lenguaje de la topografía. Recorrer sus dimensiones es toda una expedición, como quien se va a la Amazonia o a la Región de los Grandes Lagos. Por el camino nos encontraríamos prolongados ríos caudalosos que van del empeine a las ingles, ondulaciones del terreno, promontorios, profundos valles, dunas, extensiones inexploradas, desfiladeros, oasis muy frutales donde el agua mana y corre...  Ese cuerpo es el de Sofía Vergara: una mujer inteligente, divertida, audaz, con un gran sentido del humor. La descubrí, como casi todo el mundo, en el exuberante papel de Gloria, en la genial serie Modern Family donde es un volcán latino en ebullición, un monumento que debería ser declarado ya mismo patrimonio de la humanidad. Sofía Vergara es una mujer de 41 años y de una belleza que arrebata. Tuvo un hijo a los 19 y nunca se ha operado, ni maldita falta que le hace. Bueno, más que una belleza, ese rostro es un bellezón que si se deja contemplar en primer plano -oh, mis queridos colegas mirones- uno le sería infiel (por momentos, claro) a todas sus musas y sus diosas. Lo siento, Marion, ya sabes que soy un hombre voluble pero leal hasta la muerte; lo siento Ava,  Laetitia, Angelina, Greta Lovisa Gustafsson, Lou Andreas Salomé... Lo siento, Carmen, yo te invitaría a participar en esa fiesta de apenas unos minutos, más o menos lo que dura una canción como Lía, por ejemplo, aunque sé de tus reparos ante mis promiscuidades, por supuesto que imaginarias. Pero, volviendo a Sofía, si además de dejarse contemplar te mira fijamente unos segundos, amigo mío, entonces nadie te libra del babeo bobo, ni de ir licuándote, desvaneciéndote, dejando de ser quien eras: un bobalán en extinción. A veces, en la tierra media de las noches desveladas -de tres a seis, generalmente-, mientras me hago el distraído para que llegue el sueño sin obstáculos, trato de imaginarme a Sofía Vergara caminando sin prisa hacia mí, cien metros más allá, más acá. Nadie se imagina cómo camina esa mujer. A ver si me explico. No es que venga como quien va del puente a la alameda -que también-, es que parece como si llevara una partitura que ordenara el compás y el vaivén de sus caderas. En algún punto de su cuerpo, de su cerebro, Sofía lleva un músico, un compositor (quizá un profesor de gimnasia) que le marca los pasos y la euritmia que deben tener sus andares. La estoy viendo venir a finales de octubre, en un día medio lluvioso, caminando bajo los castaños. Nos cruzamos. Ni se fija en mí.Yo espero unos segundos, unos metros, para volverme y ver cómo camina ella de espaldas, cómo se aleja hacia noviembre la figura, la silueta, la música que suena y va sin prisa de Sofía Vergara. Yo también me voy. Tengo esta tarde noche una deliciosa obligación en Valladolid. ¿Y mañana? Mañana ya veremos.

miércoles, 24 de octubre de 2012

si de verdad me mientes

Por lo que veo en las estadísticas de blogspot, la entrada de ayer -si de verdad me amas, miénteme- tuvo un notable éxito. Pudo ser casualidad, claro, pero también es posible que ese incremento fuese debido a que el tema nos mola, o que nos pone, por así decirlo. José Miguel Ullán contaba con mucha gracia que la palabra 'bolero' viene de bola, o sea de 'mentira', y que ese género consiste en cantar mentiras con sentimiento, y por eso las letras de los boleros dicen cosas como "solamente una vez amé en la vida" y trolas semejantes. Fernando Vallespín -un hombre elegante en todos los sentidos- ha publicado un libro cuyo título es La mentira os hará libres. Realidad y ficción en la democracia. Sostiene Vallespín que "los políticos de hoy apenas necesitan recurrir a la mentira" -cito una reseña aparecida en hoyesarte.com- "¿Para qué hacerlo si es posible engañar por otros medios? Entre estos, el más eficaz es la construcción de la realidad a la medida de sus intereses." La 'construcción' de la realidad. Así de claro. Lo que no existe se cambia y punto. ¿Que la realidad no nos gusta o no nos conviene? Pues se inventa otra. O sea, el crimen perfecto. La realidad desmiente todos los rumores, y al cabo se demuestra que eran meros bulos interesados. Recientemente he leído una cita de Umberto Eco que viene al caso: "...producir su propia verdad contando mentiras." Así las cosas, el ovillo se lía, se lía... (qué bella canción aquella: "lías tus miradas a mi falda, por debajo de mi espalda / y digo yo que mejor que el ojo pongas la intención"; si me doy a tararear, me lío y lío "a la pata de la cama" y pierdo el hilo de lo que estaba diciendo o iba a decir). ¿Por dónde íbamos? Kafka aparte, no sé si esa canción me ha distraído o me ha salvado del naufragio. Creo que, por algún error cometido en el camino, amo la ficción tanto como la realidad. Y a veces más. Y cuando la realidad me gusta más de la cuenta, la llevo al terreno seguro (?) de la ficción. La ficción nunca me engaña, ni siquiera lo intenta; la realidad sí, y para ello se sirve (permítaseme un poco de demagogia) de los telediarios, del FMI, de la Troika en pleno, y de esa chica rubia alucinante que es la Delegada del Gobierno en Madrid, una mujer a la que, a mi juicio, no se le da el espacio que merece en los medios. Cristina es total. Los compositores pop no deben andar muy finos cuando todavía no han hecho media docena de canciones inspiradas y dedicadas a Cristina Cifuentes. Sin ella saberlo, se ha convertido en lo más cool que nos haya deparado este tiempo loco que nos deja sin palabras... y sin futuro. En fin, que "lías cada día con el día posterior, y entre día y día..." ¿Hay algo mejor que una buena canción y esperar a que llegue a casa la mujer de tus sueños, o el hombre, con quien pulsar play y empezar a bailar? Líame un poco, anda, y si tienes por ahí algo de beber... "no te quedes con las ganas de saber / cuánto amor nos cabe de una sola vez".  

martes, 23 de octubre de 2012

si de verdad me amas, miénteme

"Si de la noche a la mañana la gente dejase de mentir, no existiría ningún matrimonio en la tierra, y en cierto modo eso sería el final de la civilización". Esta frase la pronuncia el protagonista de la obra de teatro La Verdad, de Florian Zeller, adaptada por Josep Maria Flotats. No tengo que hacer el menor esfuerzo para imaginarme a Flotats diciendo esas palabras. Parecen escritas para él, para su voz, su ironía, su prosodia culta y ligeramente impostada, así como a la francesa. No sé si me explico. Ya el subtítulo es toda una declaración de principios: La Verdad: de la las ventajas de callarla a los inconvenientes de decirla. Aparte de la gracia y el juego que lleva implícito, el asunto... se las trae. Yo no quisiera pasar aquí por un cínico redomado, ni por un frívolo evanescente, pero menos aún por un brutal dogmático de los de "muera yo, y conmigo todos los filisteos" en aras de la verdad. No, no creo que la verdad consista en contarlo todo-todo-todo, caiga quien caiga. Evacuar el 'todo-todo-todo' está muy bien para el confesionario (que con ese fin se inventó el secreto de confesión) y para el diván del psicoanalista argentino: lo sueltas, lo pagas y te vas. Pero fuera de esos evacuatorios que tanto alivian nuestras almas, contarlo todo es un grave error en muchos casos, y una crueldad sin objeto, sin recompensa ninguna en otros. Hay veces que decirle a alguien 'la verdad' no solo es contraproducente sino una canallada propia de un sádico. En esos momentos estelares de las grandes confesiones, alguien -Dios, il diabolo, un amigo, un ángel, un poco de sensatez- debería susurrarnos al oído: 'calla'. Esas verdades innecesarias que solo causan dolor, quizá le vengan bien al emisor para soltar lastre y sentirse limpio de polvo y paja (dejemos por una vez las bromas), renovado y absuelto por la diosa Sinceridad. Pero no. Sabemos que el esfuerzo sin recompensa produce melancolía. Sin embargo, qué pasa con el daño sin beneficio, con el dolor que solo ocasiona más dolor y más insomnio y amargura en los pliegues de los labios. Está claro que, con excepciones, el que hace daño con verdades es que busca hacer daño, o quizá es que no da importancia al daño que produce. En fin. Voy a tratar de salir de aquí lo mejor posible, ayudándome de otra obra, Wilt -la genial novela de Tom Sharpe-, llevada ahora al teatro en Madrid. Hay en ella una frase / moraleja que la cuña publicitaria utiliza, como no podía ser menos: "Miente para que te crean." Y añade por su cuenta: "A veces es la única manera." Para mí que le sobra la justificación. Qué afán por pedir disculpas no solicitadas. Me quedo sin espacio. Mañana más mentiras.

lunes, 22 de octubre de 2012

lunes, parque, niebla

Esta mañana el parque estaba desierto bajo la niebla protectora; un escenario perfecto para empezar un lunes con cierto estilo cinematográfico: la luz cruda y húmeda estaba muy bien puesta en escena, propia sin duda de un buen operador. Mientras caminaba, acudían a mí posibles escenas para imposibles películas. No es por presumir, qué va, pero tengo una cierta práctica en imaginar secuencias de películas que siempre dejo inacabadas (bueno, también dejo a medio hacer otras muchas cosas: desde un poemario que pintaba bien hasta un severo propósito de enmienda). La escena tiene lugar a primera hora de la mañana en una ciudad portuaria del norte, Rotterdam,  Montreal, acaso la libre y hanseática ciudad de Hamburgo. Mientras van apareciendo los títulos de crédito, alguien camina por un parque sin nadie; algo en ese hombre nos hace pensar que ha pasado la noche en blanco, aunque no sabemos aún si viene de una noche entera de amor recién inaugurado o de una madrugada de alcohol y garitos infames o de ocho horas de insomnio sin somníferos. Para el espectador, ese caminante puede estar dirigiéndose a denunciar un robo -coche, documentación, ordenador con material sensible- en la comisaría más próxima, o bien camina hacia su apartamento tras 48 horas de amor y sexo y proyectos sin descanso, o quizá a ninguna parte, si acaso a un bar de confianza donde el café sea bueno, fuerte y barato. A medida que avance la película iremos sabiendo, por ejemplo, por qué el guionista eligió la niebla de un lunes a primera hora. También tendrá sentido el piloto giratorio, silencioso y ámbar que aparece al fondo. Sabremos asimismo el por qué de la sonrisa del hombre que camina con las manos en los bolsillos del chubasquero verde olivo. Entenderemos la relación existente entre la música que suena mientras él avanza bajo los títulos de crédito; es probable que también entendamos que esa misma música que suena es la que él va escuchando a través de los auriculares de su i pood: es el Almost Blue de Chet Baker que, a mitad del parque, se funde con la versión de Diana Krall, tan inspirada esta vez. Pero la escena queda interrumpida porque esa música no es que 'ya la toqué mañana' sino que me lleva a ayer, domingo todo el día, por fortuna lluvioso, a considerar tres opciones: abandonar a la familia y esconderme hasta las medianoche en los cines Verdi; desaparecer en algún sitio que nadie conozca y del que no dar explicación ninguna; planchar exactamente 19 camisetas de hijos, media docena de chándals, 5 pantalones míos y 6 de otros, alguna sutil blusa, 8 camisas, 4 pijamas y medio. Ciertas prendas delicadas me las reservo para otras películas, otras tardes de domingo o posts de lunes.