jueves, 10 de marzo de 2011

vino, rosas, cines...

Hace años que dejé de fumar, y me alegro de ello, pero eso no impide que disfrute viendo "fumar bien" en el cine, y especialmente bien en algunas películas; valga como ejemplo Good night and good luck, donde el humo de los cigarrillos merecería haber ganado, como mínimo, un oscar a los mejores efectos especiales. Aunque también me gusta ver beber en la gran pantalla. Y ahí se llevaría la palma de oro, claro está, Entre copas. Pero, ojo, hay que ver a Annette Benning en Los chicos están bien, proclamando, copa en mano, las benéficas propiedades del vino. Y a propósito de esa película, ¿qué decir de la secuencia en que Annette, en medio de una cena familiar, se anima a cantar el All I Want de la gran Joni Mitchell? Momentos como ese son los que le reafirman a uno en la idea de que ir al cine es una de las mejores cosas que se pueden hacer cualquier día de la semana a partir de las siete de la tarde. ¡Ir al cine! ¿Cómo renunciar a algo tan maravilloso? (OK, Mariscal) Por supuesto que existe el vídeo, el ordenador, el sofá... Pero elegir bien la película, la sala y la sesión, dejar en el horno la pizza de los niños, compartir el espejo del cuarto de baño, intercambiar en él una sonrisa antes de salir de casa... Todo eso ya forma parte de los títulos de crédito, de la aventura incomparable de ir al cine. Y luego, a la salida, después de una película como Los chicos están bien, percibir que las chicas están aun mejor; y que la mujer con la que compartías espejo tres horas antes, si te mira a los ojos con su media sonrisa esmeralda, es la promesa y el tráiler (el mejor trailer posible) de todas las películas que vendrán. Queridos, queridas: no os quedéis perezosamente en casa: despertad, elegid una película, poneos guapos, guapas, jóvenes, apagad vuestros teléfonos, encended todo lo demás, y, si la cosa va mal..., llevadme a los tribunales. O donde queráis.

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