miércoles, 30 de marzo de 2011

púrpura rosa

Es inolvidable la escena en que Jeff Daniels se queda mirando a una espectadora -Mia Farrow- en La rosa púrpura de El Cairo y sale materialmente de la película para reunirse con ella en el patio de butacas. El momento en que el protagonista cruza la pantalla y accede a la vida... es de los que se quedan para siempre en la memoria cinéfila, y en la emocional también. Esa inocente y soñadora mujer, con la que la realidad y su marido no se portan nada bien, de pronto se ve indultada de la mediocridad por un hecho prodigioso. Pura justicia poética. O sea, la vida como debería ser. Pero ¿qué tal si invertimos el orden de la rosa púrpura y "entramos" en los momentos más deseados de nuestras películas preferidas? O de las más odiadas, o temidas, o que más nos han hecho sufrir (aunque ya sabemos que sufrir o pasar miedo en el cine es otra forma de disfrutar). Se me ocurre que, así, para empezar por todo lo alto, yo entraría en una escena (bueno, en varias) de Historias de Filadelfia; más que nada por añadir enredo al enredo, y gastarle alguna broma a Cary Grant, y conocer de cerca, oh cielos, la belleza inteligente de la genial Hepburn. También me colaría en una secuencia muy concreta de Grupo salvaje, de Sam Peckinpah, aquella en que William Holden, Warren Oates, Ernest Borgnine y los demás salen del poblado mexicano al amanecer, uno tras otro, con sus caballos, y todos los indiecitos les hacen pasillo y les cantan a su paso una hermosísima canción de despedida... Lo confieso: no puedo ver esa escena sin que se me humedezcan los ojos, qué le vamos a hacer. En fin, para compensar (y aun a riesgo de salir seriamente trasquilado), me metería en alguna escena disparatada y vitriólica con Chico, Harpo y Groucho Marx, en compañía de la imprescindible Margaret Dumont. Si hay que morir, que sea de risa. O a lo grande, como en Grupo salvaje. O de amor, como en... (Continuará)

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