viernes, 18 de marzo de 2011

viernes de gloria

Hay días de lluvia, días de paz, de expectativas, de rendición sin condiciones... Hoy es a todas luces viernes de gloria. Desde primera hora de la mañana el día salió alegre y luminoso como para echarse a la calle y estrenar un noviazgo. Una de esas mañanas de primavera anticipada en que diríase que todo conspira para que parezca que el mundo está bien hecho. Pues bien, no lo está. Japón, Libia, el paro, tantas cosas... Ayer mismo decía El Roto en su viñeta imprescindible: "¡Pretenden que dejemos la situación en manos de los expertos que nos llevaron a ella!" Y a pesar de todo hoy es uno de esos días en que da gusto ver una exposición magnífica, pasear al mediodía por Madrid, charlar, elegir sin prisa un restaurante, contar y escuchar cosas... Escuchar, por ejemplo, que la madre de una amiga muy querida viajó desde París, huyendo de los nazis, hasta llegar al Madrid sombrío de 1940... ¡¡¡en bicicleta!!! Y lo mejor de todo es que me entero ¡ahora!, después de treinta años de amistad, después de tantos buenos ratos y paseos, viajes, risas, comidas, cenas, copas, complicidades, pequeñas discrepancias... A veces la vida espera a que llegue un día como hoy para revelarnos un suceso tan extraordinario como el que me ha sido revelado hoy, en un bonito restaurante que hace chaflán, no lejos del Ateneo. Para llegar a esa confidencia ha sido preciso que las hojas de los magnolios del Paseo del Prado parecieran no ya brillantes sino barnizadas; que los bodegones de Chardin nos hubieran anticipado a Cezanne y a Morandi; que las terrazas de Santa Ana tuvieran la temperatura idónea, el sonido ambiente, la luminosidad adecuada para mirarnos sin prisa, sonreír, bromear, quedar no muy tarde y no muy lejos en un próximo encuentro, quizá allí enfrente, en el Teatro Español, para subirnos a un tranvía llamado deseo... Días como hoy se dan pocos; amigas así, no digo que no se den o no se tengan, pero, en el mejor de los casos... una cada treinta años.

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