miércoles, 23 de marzo de 2011

echado a perder

La verdad es que se pasaría uno la vida buscando paraísos perdidos. Y encontrándolos. En los libros, en el cine, en la memoria, en los sentidos, en la imaginación, en el deseo, en las más locas e inconfesables fantasías. Esas breves incursiones en los paraísos (no pueden ser de otro modo) nos dan la medida de lo que nos falta, de lo que no somos y pudimos ser. Pero una vez que aspiramos su brisa ya no deseamos otra cosa que no sea beber sus vientos; tras probar el fruto de ese árbol, apenas nada, un instante, un parpadeo, ya sólo queremos el paraíso a todas horas. "¿Qué hemos perdido que tanto nos duele?", se pregunta Jesús Ferrero en Las experiencias del deseo. Pues lo que nos duele tanto es haber perdido los planos del paraíso. Y ser conscientes de ello. A veces, por puro azar, o por instinto remoto, ingresamos fugazmente en él, en algún  recodo de sus laberintos. Y es entonces cuando reconocemos la minúscula condición de ángel que aún nos habita. Yo no creo que el paraíso sea la felicidad sin más; es otra cosa: la plenitud, el vuelo en plenitud. Pero no hay fiesta que cien años dure ni cuerpo que lo resista. Y entretanto, aquí andamos, trampeando, buscando un poco por allí, picoteando un poco por allá, metiendo la nariz (o lo que sea) donde no deberíamos meterla... Y todo para paliar en lo posible el ardoroso anhelo de imposible, esa absoluta ebriedad de los sentidos, ese vértigo apenas probado del vuelo a la velocidad del éxtasis...
Es inútil, lo confieso. He tratado de reconstruir aquí mal que bien lo escrito y perdido en este mismo espacio, hoy, a la hora de costumbre. Lo tenía prácticamente concluido, y en todo momento me había acompañado, oh milagro, el ángel inspirador; de tal modo que el post era ágil, ligero, aéreo, musical, hermoso... Casi que no era yo quien lo había escrito. Y en una décima de segundo todo se fue al diablo. Es penoso admitirlo pero este post es en realidad más mío que el otro, el desaparecido. Éste no vuela, pesa, le cuesta, se esfuerza... y se le nota el esfuerzo. Me devuelve a mi vulgar condición de hombre. Acaso a mi condición de hombre vulgar. Paciencia. Aunque no me resigno.

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