jueves, 17 de marzo de 2011

breverías

El vídeoclip, el eslogan, el aforismo, la greguería, el microrrelato, el sms, la short list, el up & down, el ligue exprés, la tapa, el mail... Todo tiende a las pequeñas o muy pequeñas dosis, al concentrado, al comprimido, a lo breve pero intenso, a lo poquito y a menudo, al toma y daca, al ping-pong. Hace tiempo que menos es más. Que lo micro es mega. Lo mini, macro. No hay un minuto que perder. Por eso en las encuestas callejeras ya nadie dice aquello de "¿tiene unos minutos para responder a unas breves preguntas, por favor?" Ahora la superdinámica joven se pone a tu altura y sin dejar de caminar te suelta: "¡medio minutito, porfa! ¿Quieres ganarte un i Phone con 3 meses de llamadas gratis?" Y es que todo un minuto ya no se lo concedemos a nadie así como así. Un minuto de nuestro tiempo vale su peso en oro. O eso queremos creer (o hacer creer). Y lo curioso es que a veces es verad. Un minuto bien aprovechado puede ser un puro milagro sostenido. En un minuto puedes cerrar los ojos y notar que el tibio sol de un jueves de marzo al mediodía se posa en tus párpados y te lleva lejos. O abrirlos y descubrir "los matices del azul" en un lienzo de Monet o en una marina de Rafols Casamada. Puedes respirar por la boca y sentir el placer de la fatiga tras el intenso placer. Puedes recrearte en un pecio de Ferlosio y celebrarlo con un sorbo de buen crianza. Te da tiempo a ponerle una vela a Dios y otra al Diablo. A robar en silencio una sonrisa, una mirada, un gesto... como quien roba un vermeer, un turner, un secreto de Estado. Puedes revisitar de memoria un poema de fray Luis, o de fray Jorge Luis,  incluso guardar un minuto de silencio para evocar aquello que más te apetezca recordar, aunque sabemos por experiencia que los mejores y más gozosos recuerdos son aquellos que no han sucedido... todavía. Sí, es verdad, tenemos la necesidad de ganarle tiempo al tiempo (clips, claims, micros, mails, etc) para luego poder perderlo muy gustosamente.

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