martes, 22 de marzo de 2011

la hora de oro

Se suele decir que en tiempos de crisis el oro es un "valor refugio". También goza de un gran prestigio (sobre todo entre algunos) la elegante y desvergonzada expresión "paraísos fiscales". Sin embargo yo siempre me he sentido más atraído por expresiones como "ciudad abierta", "puerto franco", "aguas internacionales", "valija diplomática", "país de acogida", "salvoconducto..." Todo eso me viene del cine y de la literatura, claro está, y cualquier psicólogo medianamente argentino me diría que la fascinación por esos términos denota una tendencia psicótica a la huida; un anhelo de ir más allá de los límites de lo convencional; una sublimación de los territorios imposibles, fuera de toda jurisdicción, ajenos al castigo, el dolor, el paso del tiempo... En otras palabras: "¿sabés lo que vos buscás, loco? El paraíso perdido." Y quizá no estaría yo del todo en desacuerdo con el diagnóstico. Pero a continuación empezaríamos a hablar de Borges. Y de libros,  frases, versos, cuentos, tigres, bibliotecas... Volviendo a la cuestión, ¿hay algo acaso más sugestivo y tentador que los paraísos perdidos? Esos territorios (ámbitos) pueden tener lugar entre dos parpadeos, o en 15 minutos, o en 48 horas ininterumpidas. Hay quien aspira a estar en ellos cada dos por tres, o cada noche loca, o en lo que tardan dos cuerpos en producir una descarga eléctríca y dejar la mente en blanco, en negro, en fuego anaranjado. Aunque también es cierto que los paraísos no se someten fácilmente a fórmulas, a normas, a métodos de recuperación; no basta un GPS para llegar a ellos y recobrarlos. Casi me atrevería a decir que somos nosotros los que debemos estar listos para que sean los propios paraísos quienes se nos acerquen como las sirenas se acercaban a los barcos a la hora de la siesta y de las ensoñaciones más azules... La dulce, sensual y navegable hora de oro. (Quizá mañana más)

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