viernes, 1 de junio de 2012

pilar burgos

Jueves, 31 de mayo, 18.20 h, Barrio de Salamanca, 32º. Mi mujer y yo salimos del Café & Te de Goya esquina Velázquez y entramos en la zapatería Pilar Burgos, a unos pocos metros, pared con pared. Es un espacio casi cuadrado, ni muy grande ni demasiado reducido: suficiente para albergar entre veinte y treinta mujeres moviéndose con toda libertad y curioseando entre la variada oferta de la colección primavera / verano con la que Pilar Burgos desafía la crisis y el desánimo. Me senté en una butaca azul muy cuadrada y muy incómoda, con el bolso de mi mujer y el mío propio en el regazo. En esos momentos yo era el único varón presente en la tienda, discretamente sentado, observando el panorama sin decir una palabra. Centré toda mi energía en mirar y no perder detalle de pies, tobillos, piernas que se cruzan, gesto ante el espejo, andares, cintura que se ondula, mujer que se mira y se gusta, bonitos muslos ya dorados, bolsos de mano o al hombro (Salvador Bachiller, algún Prada), móvil que suena y rostro que se ilumina al ver el nombre o el número que aparece en su iPhone. Y todo esto sucede en apenas 25, 30, 40 segundos. Yo estaba feliz y en mi elemento; mi mujer se movía libre, despreocupadamente, probándose sandalias por allí. Durante varios minutos asistí a una serie de movimientos sincronizados que parecían responder a una secreta coreografía, a una invisible partitura aprendida y puesta en escena para mí, casi que en exclusiva para mí. Un tacón alto y un vestido por media pierna pueden dar lugar a una ensoñación o fantasía, acaso a un poema de juventud recuperado. Unas alegres piernas de mujer andando pueden ser para la vista casi tanto o más que un ramo anónimo de rosas recibidas. Me gustan las mujeres. Amo a las mujeres. Mas no soy mujeriego. Es una cuestión de estilo. Punto y aparte. Pero ver andar en todas las direcciones pies que van y vienen, zapatos recién calzados, caderas que se bambolean como flamboyanes mecidos por la brisa en Camagüey... es algo que merece un respeto.Quizá esté equivocado, pero creo que solo quien mucho ama y desea mucho es capaz de respetar y amar a manos llenas. Mientras escribo, se ha puesto a sonar, como por su cuenta, una descomunal granaína del más grande cantaor que haya habido en el mundo y en Granada: "Y de pronto, no estaba el pájaro en la rama."  Oyendo esto que ahora suena, ganas dan de cerrar los ojos, olvidarse uno de ser quien es y sentir la Tierra entera rodar. Morente desborda el mundo. Lágrimas caen, pero con gusto.

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