jueves, 21 de junio de 2012

ladrones de instantes

Ayer presencié un hecho que apenas duró unos pocos segundos. Eran las siete de la tarde y yo regresaba tras hacerme un montón de largos en la piscina. Al pasar junto a los campos de deporte que tenemos cerca de casa, me detuve un momento. El público llenaba las gradas y sonaba una música. Se estaba celebrando una competición de patinaje artístico. De acuerdo que no era sobre hielo, pero en la pista apareció una joven de bella figura elástica y preciosas piernas de patinadora austríaca; lucía un modelito negro que añadía elegancia a la elegancia. Por momentos pareció como si en lugar de estar en el Barrio de la Concepción de Madrid nos halláramos en Insbruck o en Salzburgo. La bella patinadora se desplazaba por la cancha como llevada en volandas por un ángel de música: pura euritmia. Unos aplausos del público subrayan y agradecen una graciosa pirueta, sin duda meritoria. No es el vals de la olas, pero lo parece. No es la barcarola de los cuentos de Hoffmann, pero lo recuerda. Ella es a la vez una barca y una ola. Y de pronto... De pronto el oleaje se interrumpe, la armonía se quiebra y la patinadora cae al suelo levantando una exclamación en las gradas que va de la sorpresa al dolor, del sobresalto a la lástima, algo entre el "¡oooh!" y el "¡aaah!", como si el golpe lo hubiera recibido cada uno de los espectadores, y el dolor también. Al punto, la joven se incorpora, se recompone y reanuda (entre aplausos) su armonioso oleaje por la pista. Sin embargo, en esa caída yo había percibido una belleza extraordinaria, distinta, incontrolable: en la descomposición de la figura, en la expresión desarticulada, en lo que ocurre entre esos dos parpadeos de vértigo en que el cuerpo todo descarrila de las líneas invisibles que la música describe. En esos instantes -tanto en el dibujo trazado en el aire como en la dolorida silueta perfilada en el asfalto- apareció la belleza más pura, el más puro arte. Arte efímero, es cierto, aunque no tanto como para que la mirada no llegue a registrar la maravilla, el visto y no visto de un prodigio irrepetible y fugacísimo. Es el sueño de todo fotógrafo. Y de todo aquel que gusta de andar y ver, de mirar y robar. Somos ladrones de instantes, cazadores de mariposas... y de rinocerontes.



1 comentario:

  1. Sutiles palabras llenas de encanto que arropan una escena ahora viva en nuestra imaginación. Yo también he visto a la patinadora, descompuesta su imagen perfecta y delicada, gracias a ti.
    Sigue mirando, sigue describiendo la vida tan bonito como lo haces siempre.

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