miércoles, 20 de junio de 2012

y caminar con brío

Esta mañana no tenía tema para el post de hoy. Eso me ocurre a menudo, pero siempre confío en la caminata matutina para ventilar el cerebro y permitir que alguna idea se pose en él. Sin embargo, hoy, ni por ésas. Pensé que no me iba a quedar otra que una divagación acerca de la sequía creadora, la página en blanco, el no-tema, la perfección del cero (0) que es el número redondo por antonomasia, en fin, todo eso. Pero, mira por dónde, ya de vuelta a casa, mientras cruzaba el parque, vi a una mujer de unos... 30 años que paseaba despacio por la sombra fresca, a la altura de los magnolios. Caminaba delante de mí. Es importante este dato porque resulta muy distinto ver venir alguien que contemplar el modo en que se aleja esa misma persona. Ella iba en sus pensamientos, no había más que verla, pero tampoco me atrevería yo a decir que 'ensimismada' (maravillosa palabra, por cierto); el ensimismamiento impone un caminar mucho más reconcentrado que apacible, y esta mujer esbelta llevaba unos andares relajados, armoniosos, desprovistos de toda estridencia o tirantez; no, no estaba inquieta, ni impostaba, ni se sentía observada. O al menos eso daba a entender su manera de caminar, ese lenguaje corporal que todos tenemos (queramos o no) y que habla de cada uno de nosotros mucho más de lo que imaginamos. Como soy muy mirón, me fijo en los andares de la gente, o de alguna gente. Son tremendamente delatores. La pesadumbre, el pesimismo, incluso la culpa o la mala conciencia, la tensión nerviosa, las ganas de gustar, el narcisismo, la arrogancia, el enojo, la ira, la timidez no superada, la disciplina de la milicia o del gimnasio, el abandono de uno mismo, la agresividad mal contenida, la borrachera indisimulable, la escoliosis que uno lleva a la espalda... Todo eso y más se ve, se lee -somos libros abiertos- en la manera de andar de cada uno. Yo, cuando veo unos andares que me gustan de veras, los miro con avidez (los robo) mientras puedo, y después, ya desaparecidos de mi vista, no puedo evitar un pensamiento melancólico: lo que me pierdo al no conocer a la persona que camina de ese modo. Es mejor no pensar en ello. A veces -como ahora- me vienen a la memoria unos endecasílabos muy musicales del poeta modernista cubano José Martí: "El infeliz que la manera ignore / de alzarse bien y caminar con brío, / de una virgen celeste se enamore / y arda en su pecho el esplendor del mío." Y dicho esto, silencio, corazón; solo silencio.

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