martes, 5 de junio de 2012

examen de selectividad

Hoy en esta casa vivimos en estado de excepción; mi hijo Luis está examinándose de Selectividad a esta hora en que escribo. Yo -puesto que soy como soy-, no puedo hacer nada (brujería, magia blanca, dados, horóscopos, hechizos...) para favorecer o alterar el devenir de los hechos o hacerle trampas al curso de los acontecimientos académicos. Bueno, en fin, a la espera de que suene el teléfono, pondremos música y miraremos a otro lado. Es bonito mirar hacia otro lado. Imaginar el puente de Brooklin mientras suena la BSO de Manhattan o de La edad de la inocencia es algo que invita a viajar y a exagerar, a no pedir perdón por los errores cometidos. Ignoro si viene a cuento o es del todo extemporáneo, pero anteayer, domingo, tras ver la exposición de Diego Lara en La Casa Encendida, leí un verso de José Miguel Ullán, allí mismo, en el piso de abajo: "Quisimos comprobar que el secreto es la llave." No sé, a lo mejor pasa el tiempo y celebramos un millón de cosas o de besos no besados, o de calamidades que aún no han sucedido, o de sabe Dios qué desastres, cuántas tristezas, qué bellas canciones... Pero pronto se nos va la alegría, la broma, el juego que jugamos, la juventud, las ganas de reír... Sin embargo, yo quería hablar aquí de la Selectividad. Hoy han empezado a ponerse a prueba en Madrid más de 30.000 jóvenes. Lo tienen todo: son guapos, alegres, divertidos, y saben más que yo de aquello que más sé. Para distraerme, estoy pensando en las posibles selectividades a las que todos deberíamos estar sometidos. Selectividad en nuestro comportamiento como padres y como maridos, como amantes, como amigos del alma, como caballeros de la tabla redonda. Cada tres meses (por no decir cada tres semanas, cada tres días, cada tres... besos) deberíamos someternos a examen en todo aquello que ejercemos. A veces me pregunto si realmente somos como deberíamos, como nos gustaría ser. Mucho me temo que no; yo no al menos. Si por unos segundos -una cuña de radio, un spot- pienso en todo lo que no he hecho o hago mal, me sale una campaña de publicidad merecedora de varios leones en Cannes. No sabéis cómo envidio a  toda esa gente que asegura no arrepentirse de nada cuanto ha hecho o dejado de hacer. Pero hoy es martes, cinco del seis, a las 17. 37 de la tarde, y yo estoy esperando la llamada de mi hijo (que no va a producirse) o el sonido de la lleve en la puerta. Gracias por estar ahí, queridos. Hasta mañana.

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