martes, 19 de junio de 2012

money, money, money

Es como un castigo: solo oigo hablar de dinero. A todas horas, en todas partes, en todo momento o circunstancia no hay más tema de conversación que el dinero, la pasta, las finanzas... Conste que yo estoy de acuerdo con aquella frase célebre atribuida a la genial Mistinguett, diva de la belle époque: "el dinero no da la felicidad, pero aplaca los nervios." Eso es así, no hay duda, pero el dinero como tema constante de conversación no deja de parecerme de una vulgaridad insufrible. Bueno, y todavía cuando uno es Botín o Correa o Damien Hirst... pues tiene su explicación, pero que la gente normal y corriente -o sea, casi todos- nos pasemos el día a vueltas con la puta prima de riesgo, el Ibex, el TAE, el BCE, el FMI, así como otras denominaciones no menos pornográficas (con todos mis respetos para el porno), pues, la verdad, jode. Y no me gusta ser malhablado, pero es que ya está bien, hombre. Dinero por la mañana en la radio; dinero al mediodía en la barra del bar americano, a la hora el martini; dinero a la comida; en el café de sobremesa; en las noticias de las nueve, dinero y solo dinero; en las tertulias de la noche; en las ediciones digitales de la madrugada; en las cotizaciones de bolsa de Extremo Oriente al amanecer... Y luego, para rematar, mientras te duchas, llega la cuña de Aurgi y dice: "¡Vienes por el precio!" No sabe nadie las ganas que tengo de que alguien me sorprenda en el cuarto de baño (o donde sea) con algo así como "aquí no se habla de dinero, ni de descuentos enloquecidos, ni de ofertas 2x1, ni de vajillas de regalo por solo domiciliar tu nómina, ni de sorteos de fines de semana caribeños, gratis total, en compañía de tu masajista o guardaespaldas..."* Lo que deseo es que alguien me proponga sin levantar la voz un vino bianco del Véneto en una terraza al mediodía frente al lago Como; o bien (aunque suene algo pedante y rebuscado) que alguien me lea con dulce voz unos hexámetros del Archipiélago de Hölderling mientras la luz recién amanecida se filtra tras los visillos de la estancia en la isla de Patmos; o incluso (y aquí no hay disculpa que valga) que me ofrezca un interminable atardecer, casi todo él en silencio, a mediados o finales de verano, allá en Tierra de Campos. Iba a decir que todo eso no se paga con dinero, incluso que "ni con todo el oro del mundo". Pero quizá exajere. O acaso esté yo equivocado. 
* Una vez más he vuelto a hacer algo tonto y raro, y he eliminado el último tercio de este post. Con lo cual, he tenido que recomponerlo de memoria, mal que bien. O sea, más bien mal. 

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