viernes, 29 de junio de 2012

hace falta valor

Lanzar un penalti ‘a lo Panenka’ es jugarse la vida. Y más en una semifinal de la Eurocopa. Por supuesto que requiere mucha sangre fría y una desmedida seguridad en uno mismo. Pero no basta. Para hacer ‘eso’ es necesario amar el vértigo. Asomarse al abismo unas décimas de segundo quizá sea lo más excitante para el ser humano. Como en la escena de Rebelde sin causa frenando in extrimis al borde del precipicio, lo de Sergio Ramos en la tanda de penaltis frente a Portugal fue una locura; maravillosa, sin duda, pero locura. Confieso que tardé un poco en recuperarme del susto. Luego me dio por reír y me entraron ganas de llamar a la gente que quiero para comentar lo sucedido. La clave de la fórmula Panenka es muy sencilla, se trata de que el portero se venza a un lado una décima de segundo antes de que el balón salga del punto de penalti; conseguido eso, solo hay que enviarlo mansamente al espacio que ocupaba el portero hace apenas un instante. Así de simple. Así de vertiginoso. Si la cosa funciona, alcanzas la gloria y elevas el suspense nacional a categoría de orgasmo colectivo. Ahora bien, si sale mal (lo cual no es imposible), quedas como un gilipollas más tonto que Abundio y que Pichote juntos. Y todos los futboleros del país, además de la prensa, tanto de derechas como de izquierdas (en el supuesto de que hubiese una prensa de izquierdas) te corren a gorrazos y te sacan cantares. Por tontolaba. Por payaso. Por querer hacerte el listo siendo más tonto que un zapato. Aunque ése no sería el peor de los escenarios. ¿Qué ocurre si la Selección de tu país queda eliminada por culpa de ese penalti desperdiciado de la manera más infame? ¿Y qué hacer en ese caso? 1) abandonar discretamente el hotel de madrugada; 2) tomar un vuelo hacia un país remoto con el que no exista tratado de extradición; 3) buscar un buen cirujano que te cambie la cara; 4) crearte una nueva identidad (pasaporte, nombre, profesión, currículum...) Si la cosa no va mal, y la Interpol afloja el seguimiento, quizá puedas acabar trabajando los fines de semana como entertainment de una red de casinos y discotecas vinculada a la mafia chechena; o bien, pasado un tiempo razonable, entrenar a un equipo de segunda división en el emirato de Qatar. Nos movemos pues entre dos títulos de película: 1) El año que vivimos peligrosamente (PeterWeir, primeros 80); 2) El hombre que pudo reinar (obra maestra absoluta, John Huston, años 70). Bueno, queridas, queridos, hasta el lunes. Para entonces ya sabremos si somos campeones... o si Pirlo nos habrá pirlado el partido con un pase a la manera de Laudrup, o a lo Zidane, o lanzando un penalti en el último minuto a lo Panenka.

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