jueves, 17 de mayo de 2012

una corbata, una ciudad

Prometí dar cuenta aquí del dilema de la corbata que dejé abierto en el post del pasado viernes. Pues bien, tras no pocas dudas y arrepentimientos, opté finalmente por una bastante intemporal, aunque ya perteneciente al siglo XXI. Es una corbata de Adolfo Domínguez, de seda, por supuesto, a rayas diagonales de un centímetro de ancho, alternando el azul marino y un gris casi bronce; o sea, elegancia y discreción a partes iguales. Opté por ella sabiendo que era un valor seguro, muy apropiado para un evento en el que no me correspondía ningún protagonismo, pero sí poner en valor el acto académico al que iba a asistir (la graduación de mi hijo), siempre desde la discreción de un distinguido segundo plano. Fue un acto realmente emotivo; me emocionó más de lo que yo esperaba. Pero esa corbata tiene su pedigrí. Me la he puesto pocas veces. Una de las últimas fue en una boda celebrada nada menos que en Venecia. Inolvidable. Cuando, a media mañana, el vaporetto con los invitados españoles a bordo cruzaba el Gran Canal, los turistas nos señalaban de manera inequívoca: las pamelas de las damas, los vestidos de fiesta, etc, sin duda llevaron a pensar al público que formábamos parte de la Mostra de Cine que ese mismo día celebraba no recuerdo si la inauguración o la clausura. George Clooney andaba por allí. Luego, con la seguridad que da una corbata elegante, o unos esbeltos zapatos bien llevados, cruzamos con mucho estilo el Puente de La Academia. Y de ahí a la chiesa di Santo Stefano no había más que una suave passeggiata y una leve brisa de septiembre bajo el cielo azul de la ciudad más bella del mundo. San Stefano, además de deslumbrarnos con su gótico flamígero, estaba decorado para la ocasión con grandes ramos de girasoles luminosos. Después, ya en la vecina isla de Torcello, vendría el banquete de ocho platos (sin carne) regados de continuo por un perfecto, ¡perfecto en todo!, vino blanco del Véneto. Cuánta alegría, amigos nuevos, conversaciones bilingües, canciones para bailar entre plato y plato, cuántas  invitaciones y propósitos de visitar Madrid, Calabria, Venecia siempre... Qué felicidad aquellas horas, aquellos días, aquel viaje tan singular. Todo aquello forma parte sin duda de esos momentos que te unen para siempre a la mujer amada que estaba contigo. Y tú con ella. La corbata... digamos que estuvo a la altura del entorno y de las circunstancias. Nada menos. La conservaré de por vida. Ah, los recién casados de entonces siguen, como quien dice, recién casados. Pero ya no pueden salir de noche todas las noches por Venecia... Adivinad por qué.

2 comentarios:

  1. Porque tienen bebé???? C.R.

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  2. Hoy, tu relato me ha hecho imaginar una película. A medida que iba leyendo, iba evocando escenas de Muerte en Venecia de Visconti, la romantiquísima Anónimo Veneciano de mi juventud, Casanova de Fellini o incluso Casino Royale de James Bond. Y ese ágape ¿no recuerda a Amarcord o a las comidas sicilianas de El Padrino?

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