jueves, 10 de mayo de 2012

de hombres y corbatas

Tras oír las noticias de las 7.00, hoy estaba dispuesto a escribir un post airado y reivindicativo, y a dejar constancia de una actitud casi heróica de rebeldía testimonial ante la fatalidad etcétera etcétera. Todo ello aprovechando ese milagro que se produce cada tarde, entre las 20 y las 22 horas, en el Teatro Español de Madrid: De ratones y hombres, de John Steinbeck, en versión Miguel del Arco. Recomiendo que quien pueda hacerlo vaya al Español; si no queda satisfecho, incluso conmovido, Bankia y yo le devolvemos el dinero de la entrada. Pero hoy, jueves, hace un día hermosísimo de primavera y he decidido cambiar el asunto y el título de este post. Y es que ayer por la tarde tuvimos mucha algarabía en casa, en un proceso de selección de corbatas para la fiesta de graduación de mi hijo Luis. El desfile dio comienzo con mi mujer probándose dos modelos muy distintos -uno rojo y otro no-, así como los zapatos que mejor combinaban con uno y otro. Como siempre, disparidad de opiniones. Con mi colección de corbatas empezó el jaleo. Y los sarcasmos. Que si son "muy ochenteras", o muy "de los 90"; que "si llevo ésta... seguro que llueve"; que si te pones esta tan hortera... "¡ni se te ocurra decir que eres mi padre!" Pero, a pesar de la crueldad inmisericorde de los hijos, esto es casi lo mejor que tiene la familia. Así pues, quienes aún no hayan  formado un hogar -quiero decir un hogar con hijos, exámenes, hipotecas-, deberían pensárselo bien antes de incurrir en ello: se arriesgan a ser objeto de todo tipo de sarcasmos sobre el paso de tiempo y otras calamidades no menos infames. Pero, con todo, mis corbatas siguen ahí. Casi todas son preciosas. O queridas por algún motivo, por alguna fiesta, alguna noche o taxi o copas en el Cock o piso o besos... o vuelta a casa (de soltero, claro) algún lluvioso amanecer... oliéndome las manos, haciendo una parada en El Brillante (Atocha) para tomar un carajillo y leer los titulares del Marca junto a un retén de animosos albañiles o trabajadores de la construcción. Así eran las cosas por entonces, cuando yo estrenaba alguna de esas corbatas que ahora mis hijos -tan salvajes, tan guapos- no valoran en su justa medida. A veces no es fácil tomar una determinación. ¿Qué hacer? ¿Poner a la venta en eBay mi maravillosa colección de corbatas de seda... u ofrecer a mis hijos (18 y 10 años, sanos, fuertes, deportistas, bastante listos, con buen manejo de internet y de Android) a esos matrimonios deseosos de compartir su vida y sus saneadas cuentas corrientes en Suiza, en Punta del Este / IPF, en las Caimán? Tranquilos, chicos: mamá y yo iríamos a veros solo una o dos veces al año, por Navidad... y quizá por vuestros cumples, si os portáis bien. Besos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario