lunes, 14 de mayo de 2012

enfados y desahogos

Ya sé que hay una cierta curiosidad por conocer la resolución del dilema que dejé en el aire en la última línea del último post. Pero antes necesito desahogarme un poco. Menos mal que somos unos benditos, unas almas cándidas que todo lo consienten y todo lo perdonan. De lo contrario, ¿qué sucedería aquí ante ciertas cosas que han ocurrido y siguen ocurriendo con toda impunidad? ¿Por ejemplo? Por ejemplo que el que fuera presidente durante 15 años de una muy importante caja de ahorros madrileña -y por ello responsable en buena medida de su gestión y resultados (ya sabemos cuáles)- multiplicase por 18 su sueldo. Por 18. Luego llegó al mismo puesto un político de relumbrón para enderezar el rumbo de la nave. Como primera medida, nuestro hombre predicó austeridad con el ejemplo y se subió el sueldo del cargo en apenas... un millón de euros. Un millón hoy día es una bagatela; o dicho en latín: pecata minuta. Pero eso no es más que un par de granos de arroz en una paella valenciana. Y hablando de la tierra de las flores, ahí tenemos (junto a otros paisanos y amigos igualmente espabilados) a un joven financiero que, a la par que arruinaba alegremente su caja de ahorros, enladrillaba su futuro asegurándose de por vida una pre jubilación de unos 12 millons de euros. Otro joven ex director xeral de una caja que operaba en la dulce y querida terra galega, fue más discreto y más gallego: pactó consigo mismo, entre indemnización y pensión, la módica cantidad de 10,8 millones de euriños. En el Penedés, las cosas y las cifras llevan otro seny: el que fuere hasta hace poco director jefe, pactó, junto a tres compañeros del alma de la misma caixa, una pensión de aprox. 20 millones. En Castilla hemos aprendido la lección -qué se creían- y tampoco nos amilanamos: entre pitos y flautas, 10 millones por dejar (hecha una pena) la dirección de la caja regional más nuestra. Y esto sólo es el principio: tengo ahí, en lista de espera, cerca de treinta casos más, bien acreditados y documentados. Y lo peor (o lo mejor) de todo es que, en el fondo, yo entiendo a esos tipos: pudiendo llevárselo crudo y pegarse una vida que te cagas..., hay que ser muy tonto para no hacerlo. Y tanto que tonto: un gilipollas del que se reiría todo el mundo en el club, en la urbanización, en el resort. Pero también tengo que decir que a mí, como a la mayoría de mis amigos de toda la vida -tanto de derechas como de izquierdas-, no se nos compra con un mísero plato de lentejas de oro en paraísos fiscales: o nos conceden la Legión de Honor y el Premio Cervantes... o no hay nada que hacer. Se me ha acabado el espacio; mañana desvelaré, confío, el misterio de la corbata.

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