miércoles, 28 de marzo de 2012

los libros me tienen rodeado

Los libros me tienen rodeado. A simple vista, veintimuchos volúmenes, o más, algunos delgaditos y otros no tanto. Son libros de poesía de todas las edades que tengo aquí delante, a mano, sobre la mesa, con la disculpa de elegir "entre las voces, una." El sábado próximo estoy invitado a participar en una fiesta de la poesía que organizan desde hace varios años, con la llegada de la primavera, unos amigos en Valladolid. Se trata de elegir cada uno un poema y leerlo ante los asistentes. La fórmula funciona: es de lo más variada y a menudo sorprendente. Después, a la salida, muchos prolongamos la fiesta en algún restaurante cercano. Pero, claro, la fiesta empieza varios días antes: cuando uno tiene que elegir el poema que habrá de leer. Es una decisión alevosa y arbitraria al mismo tiempo. Confieso que al recibir la invitación de Esperanza Ortega ya intuí casi al instante el poema que iba a leer esta vez, si nada lo impedía o remediaba. Aun así, he mantenido las formas y, junto al favorito, he abierto el concurso a las agencias más acreditadas, que permanecen casi suplicantes a mi alrededor. Por una vez soy el señor de mi señorío, el presidente del jurado con voto de calidad, el príncipe austrohúngaro que, en plena belle époque, concede títulos y celebra las arias más sublimes en la Ópera de Budapest. Y entre las óperas que me rodean están la gran Lírica de una Atlántida, de Juan Ramón, lo mejor de lo mejor: desde los Romances de Coral Gables hasta Una colina meridiana, Animal de fondo, Espacio, De ríos que se van... y cito de memoria; o sea, cito mal, cito en desorden. Ese volumen es la Biblia. Pero también tengo a mi alcance las más bellas y narcóticas flores del mal; Sonetos de Garcilaso, Quevedo, Lope, Francisco de la Torre, Luis de Góngora, Villamediana; los Cuatro cuartetos y La tierra baldía de T.S.Eliot; los poetas americanos de La escuela de Wallace Stevens, seleccionada y prologada por Harold Bloom; libros de los años 60 y 70: Así se fundó Carnaby Street, Maniluvios; Arde el mar; Dibujo de la muerte; Preludios a una noche total... Junto a ellos hay otros muchos: Prosemas o menos y otros títulos de Ángel González ("para que yo me llame Ángel González..."); un poco más a mi izquierda están Paul Valery, Rubén Darío, Luis Cernuda, Auden, Pavese, Mallarmé, José Asunción Silva, Pessoa, Borges, Francisco Pino, Claudio Rodríguez... El más apartado no es un poemario, es un librito en prosa deslumbrante que tengo a medio leer, regalo de un amigo muy amigo: dos pequeñas obras geniales tituladas Mitologías de invierno y El emperador de Occidente; su autor (vergüenza me da admitirlo), un desconocido por mí hasta hace unas semanas: Pierre Michon. Dice éste: "¿Qué es lo que hace que la literatura se reanude sin fin? ¿Qué es lo que impulsa a los hombres a escribir?" Y se responde: "¿Los demás hombres, sus madres, las estrellas, o las antiguas cosas inmensas, Dios, la lengua? Las potestades lo saben. Las potestades del aire son ese sutil viento entre las hojas."

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