miércoles, 7 de marzo de 2012

eufemismos

Ayer leí en el periódico un reportaje sobre el uso y abuso de los eufemismos en tiempos de crisis. Estamos tan familiarizados con ellos, están tan presentes a nuestro alrededor, que a veces resulta difícil recordar cómo se decían las cosas por su nombre, antes de que el eufemismo las maquillara, las disfrazara, las hiciese pasar por otras. Los políticos, los profesionales de la economía y de las finanzas, entre otros, han desarrollado una capacidad eufemística asombrosa. Porque hace falta valor para decir sin parpadear que en 2012 España iba a entrar en "una tasa de crecimiento negativa" y que eso iba a "determinar el perfil en que nos adentramos", el cual resultará "relativamente desacelerado." Hay verdaderas perlas. Algunas de un refinamiento altamente poético, como la de Spanair, que, para decir que no tenía un duro ni encontraba quién se lo prestase, anunció que dejaba de operar "por falta de visibilidad financiera." La periodista que lo recoge y firma el reportaje, Amanda Mars, no dice de quién es el copyright, la propiedad intelectual de esta joya, pero eso sólo se le puede ocurrir a un poeta luminoso o a un creativo especializado en ingeniería lingüística. Es tan..., no sé, tan inefable, que incluso mejora aquello del "aterrizaje suave de los precios", en alusión al pinchazo de la burbuja inmobiliaria. Pero en el fondo no deberíamos quejarnos de ello. La vaselina es un lubricante muy conveniente para suavizar asperezas y evitar situaciones que pudieran ser dolorosas o traumáticas. Pues bien, el eufemismo es vaselina. Y ante la crudeza de algunas realidades, el cuerpo social necesita vaselina por un tubo. De lo contrario, serían demasiadas las cosas que podrían herir nuestra sensibilidad. Claro que luego llega El Roto con su viñeta, y con cuatro palabras y unos pocos trazos en negro disuelve como un ácido todos los eufemismos del día anterior. Lo que hace El Roto con la realidad impostada es algo semejante a la última escena de Las amistades peligrosas, cuando vemos a la Marquesa de Merteuil (Glenn Close) desmaquillándose ante el espejo, quitándose con un algodón toda aquella máscara blanca que le ocultaba el rostro. Pero a veces la realidad es tan cruda que no sabe uno bien cómo afrontarla: ¿con vaselina... o a palo seco? De todos modos, no es obligatorio ser un héroe. Y además, yo siempre he entendído bien aquello tan famoso que le dice Sterling Hayden, medio borracho, a Joan Crawford en Johnny Guitar: "Miénteme; dime que me quieres."

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