lunes, 27 de junio de 2011

ser otro

"No nací otro por casualidad", así empieza la Automoribundia de Ramón Gómez de la Serna. Y bien mirado es una verdad absoluta de aplicación universal. Al más mínimo vaivén, cada uno seríamos otro, otros. O no hubiéramos sido. Y a otra cosa: la impostura, el hacerse pasar por alguien, es un ejercicio fascinante que requiere una gran capacidad de simulación y unos nervios de acero inoxidable. El espía, por ejemplo -y no digamos ya el doble agente- debería estar mucho mejor valorado. ¿Cómo es posible que un genio como Juan Pujol -Garbo, el gran Garbo- no tenga una plaza con su nombre en cada ciudad española, incluso europea? Para desempeñar con éxito el trabajo de espía hay que ser a la vez un gran actor y un guionista consumado. En cuanto a la suplantación, puedo asegurar que es harto difícil de llevar a cabo. En mi currículum figura algún éxito (menor) del que no voy a dar detalles. Cuestión de ética profesional. Pero es verdad que me parece muy deseable el tener a mano una buena cartera de identidades bien acreditadas. ¿Qué menos que media docena de personajes entre los que poder elegir en cada caso? Todo el mundo -igual que se tiene más de una cuenta bancaria, más de una fantasía, más de un asunto del que no hablar- debería disponer de varios nombres, varias salidas en caso de emergencia, varios refugios de toda confianza, varios cómplices o amantes dispuestos/as a dar un año de su vida sin hacer preguntas. Es la ley del silencio: hoy por ti, mañana por mí.  Ser uno, y solo uno, es muy poco, muy pobre, muy esclavo de un único destino. El propio Borges reconocía: "yo, que tantos hombres he sido...", aunque lamentaba: "no he sido nunca aquel en cuyo abrazo desfallecía Matilde Urbach." Yo tampoco. Quizá por eso mato el gusanillo de ser otro, otros, por teléfono. Cuando las teleoperadoras me llaman para hacerme una oferta irrechazable o venderme el paraíso, yo, según lo vea o me sienta, soy creativo de publicidad o profesor de Sociología en la Autónoma; empresario de la noche o entrenador de basket de un colegio femenino (privado, no concertado) en Aravaca; vigilante nocturno en un polígono de Parla o fisioterapeuta (sin licencia) en la zona de Ventas; aunque en los últimos tiempos he desarrollado el papel del "negro" que le escribía los discursos a Zapatero; pero, claro, con la crisis y todo lo demás, ni me llega un encargo ni veo un puto duro de Moncloa. Y lo  peor de todo es que últimamente, cuando llamo para reportar o pedir instrucciones a mi verdadero jefe (alto cargo con despacho en Génova), pues una de dos: o tiene el teléfono apagado... o está fuera de cobertura. ¿Habré caído en desgracia? ¿Pero quién de ellos, de los que soy... o he sido? En las noches de insomnio me pregunto: ¿y si alguien está suplantando al suplantador?

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