martes, 14 de junio de 2011

el peliculón (2ª parte)

Tras dos horas y pico de metraje, ayer dejamos la acción congelada en el vestíbulo del Hotel Florida, en la Gran Vía madrileña, entre septiembre y octubre de 1936. Los fotógrafos y corresponsales acababan de descubrir eso que hoy denominaríamos como una celebrity muy mediática. Cambio de plano. Ocho, diez jóvenes brigadistas internacionales, con sus cazadoras de cuero desiguales, polvorientas, desabrochadas, son recibidos como héroes en el Florida. Al frente va un hombre de treinta y pocos años, luce media sonrisa ladeada, dos estrellas de ocho puntas y un cigarrillo en los labios. Entre el público arracimado, se oye a un figurante: "¡Es Malraux, André Malraux y los suyos!" A lo que responde otro, levantando la voz y el sombrero color barquillo: "¡Viva la República!" "¡Vivan los internacionales!" Sube la música. El entusiasmo se desborda y proliferan los puños en alto, los abrazos de bienvenida. Tanto es así que el propio coronel Malraux, que tiene aquí su cuartel general, se ve obligado a detenerse y pedir serenidad: "¡Calme, calme, mes amis, la guerre contre le fascisme n´est pas encore gagné!" Pero lo mejor viene cuando, rodeado de sus alegres poetas aviadores, Malraux despliega los planos a la vista de todos y -pese a haberse establecido el secreto militar- 'El Coronel' describe en varios idiomas a la vez el combate de hoy en los azules cielos de Extremadura. Y no queda ahí la cosa. A continuación pasamos a ver a toda pantalla la estrategia a seguir mañana, con las primeras luces del alba: dónde, cuándo y de qué manera atacaremos al enemigo, con elegancia aérea, bien sûr, pero sin misericordia hasta que muerda el polvo. Ni que decir tiene que antes de que concluya el briefing, varios corresponsales y más de un confidente salen disparados hacia el vecino edificio de la Teleléfonica para comunicar la primicia al periódico, a la radio, quizá a alguien... a quien no debería llegar esta información. Más adelante veremos a Malraux escribiendo L'Espoir. Las palabras de la novela se superponen a las imágenes de la realidad cinematográfica, y por momentos la voz en off del propio novelista va subrayando las escenas de los combates en la Sierra de Teruel, los aterrizajes forzosos, los camaradas caídos... Bien avanzada esta segunda parte de la película, empieza a vislumbrarse que esa guerra está fatalmente perdida, aunque no la esperanza en el hombre, en la condición humana. La épica acaba dando paso a la lírica. El guionista de la película  (quizá alguien llamado Semprún) ha tenido la habilidad de conseguir que El Coronel se retire para que ocupe su lugar el poeta; y que el alto funcionario quede eclipsado por la audacia del aventurero; y que el viejo ministro no pueda competir en nuestro recuerdo con el joven que amaba la belleza, el arte, el riesgo, las revoluciones. The End.

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