viernes, 21 de septiembre de 2012

¡viva el dadá!

Hoy he leído en el periódico una noticia realmente maravillosa. Titular: "Apple sitúa el Ebro en Río de Janeiro." Resulta que Apple Maps, con su flamante sistema operativo iOS16, no sólo hace desaparecer estaciones de metro, y sacarse aeropuertos de la nada, y llevarse el delta del Ebro entre Ipanema y Copacabana, es que además sitúa la Costa Brava en Sudáfrica, nada menos. Y la Alhambra de Granada en Granollers, dónde si no. ¿Y el Museo Picasso? Pues en Buitrago de Lozoya, que también es muy bonito. Alguien pensará que estoy de coña, pero no, no me invento nada. Aunque he de admitir que siempre me ha atraído la idea de sacar de su sitio las ciudades y los nombres y los monumentos, para a continuación barajarlos al azar, lanzar las cartas al aire y... que caigan donde caigan. De modo que en esa película bajas alegremente por la Gran Vía madrileña y en lugar de confluir con Alcalá te encuentras con Madison Avenue, pero ya antes el edificio de la Telefónica había sido sustituido por la romana Villa Borghese, y el Círculo de Bellas Artes por el Hermitage de San Petersburgo. Todo eso y otras simulaciones pueden hacerse hoy en cine o televisión sin mayores dificultades. Subes a la terraza del ABC de Serrano y lo que ves no es lo que esperas -La Castellana, el barrio de Salamanca, etc- sino la Costa da Morte, la Avenida de los Tilos (Unter den Linden), con la cordillera andina al fondo; y donde debería estar el Bernabéu, ¡ese templo!, pues resulta que aparece La Sagrada Familia de Gaudí. Y en Barcelona pasaría otro tanto: vas en busca de la Sagrada Familia y en su lugar te encuentras La Chocolatería de San Ginés. Claro que la numeración de las calles también tendría su correspondiente desbarajuste: del número 23 pasaríamos directamente al 32, y del 96 al... a un multicentro con espectáculo en vivo, cabinas perfumadas, peep show, mazmorras sado-maso, etc. Las nacionalidades y los topónimos se mantendrían (en principio), pero los gentilicios serían alterables, según el gusto o el capricho de cada cual. Yo mismo (sin renunciar jamás a mis orígenes venecianos) me asignaría el neogentilicio 'madrisoletano', que tengo registrado (demostrable) desde mediados de los 90. Y bien mirado, no es extraño que me gusten estos juegos: frente a los nacionalismos yo siempre he preferido el internacionalismo; frente a los monoteísmos, los templos paganos de la antigua Grecia luminosa; frente al blanco o el negro, todo el pantone del arco cromático. ¿Te imaginas que en pleno chinatown de San Francisco apareciera el barrio judío de Praga? ¿Que Shakespeare hubiera leído a Cervantes? ¿Que Gardel fuese francés? Si por un momento así fueran las cosas, el mundo cambiaría por completo y la Enciclopedia Británica habría de reescribirse de principio a fin. La historia del cine, desde Murnau a Griffith, de Eisenstein a Dreyer, de Chaplin a Lubitsch o a Fritz Lang, empezaría de nuevo. El primer traveling de la historia daría comienzo cuando los Lumière emplazaron la cámara en el ascensor de la Torre Eiffel... y este empezó a subir, a subir. ¿Qué se ve desde lo alto de la Tour Eiffel? Se ve a madame Bovary horas antes de envenenarse; las Torres Gemelas todavía levantadas; Édith Piaf cantando a Leonard Cohen por soleá en el Cotton Club. Basta introducir un pequeño desorden, un cambio de fechas o de cifras, para que el mundo comience de nuevo, a una hora en la que no estaba previsto.

1 comentario:

  1. Qué entrada más fructífera para quienes brujuleamos en este blog. Gracias. Muchas.
    Por cierto. Escuché esta mañana que Gardel, era francés. Igual los demás desórdenes podrían cumplirse...
    http://www.farodevigo.es/sociedad-cultura/2012/09/20/carlos-gardel-frances/684858.html?utm_medium=rss

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