lunes, 24 de septiembre de 2012

haciendo números

Esta mañana, cuando he salido a caminar, me he dado cuenta de que era un día sin dueño, uno de esos días apátridas, o al menos sin nacionalidad conocida o declarada. Entre el final del verano y el comienzo del otoño suele haber días de nadie que desconciertan a los aduaneros de las estaciones. Al cruzar el parque he visto a los habituales paseantes y deportistas, pero llenos de dudas en la indumentaria: algunos se resistían a despedir al verano; otros le daban una bienvenida apresurada al otoño; no faltaba quien se había hecho un lío al vestirse y lucía una prenda de cada estación. La moda de entretiempo tiene su complejidad. La ambivalencia, el sol y sombra, es un territorio que produce un desasosiego sin límites a las almas francas y directas, esas que siempre tienen las cosas muy claras, y al pan pan y al vino vino. Yo no me tengo por mala persona (o no del todo, al menos), pero admito tener un punto de maldad o malicia que me lleva a disfrutar con los muy unívocos al verlos repentinamente desconcertados por la ambigüedad o la paradoja. Suelen ser personas serias, no hay duda, pero sin la suficiente flexibilidad y el humor necesario para nadar con estilo de una a otra orilla en viaje de ida y vuelta. Y no, no estoy hablando de la famosa flema británica ni de la imperturbabilidad de los gélidos: hablo de una cierta versatilidad que permite caminar del puente a la alameda sin dejar de sonreír simultánea o alternativamente al público congregado en ambas márgenes de la pasarela.  En este caso (y en otros) el sentido del humor es determinante, como lo es el sentido de la orientación, o el del equilibrio, o el del olfato. Cuando se habla de ambivalencias o de paradojas, siempre me acuerdo de las palabras de Gillo Pontecorvo acerca de Marlon Brando, tras rodar con él Queimada: "Es el único actor que conozco capaz de sonreír con un ojo y llorar con el otro." No sé bien si es sadomasoquismo o un desmedido afán por el arte de birlibirloque, pero siento una cierta inclinación hacia los animales anfibios y los futbolistas ambidiestros, como el incomparable Zidane; admiro, y en el fondo envidio, a los filósofos griegos presocráticos y bisexuales; adoro las ciudades que tiene a un lado Europa y al otro Asia; los monocultivos, las monomanías, los monólogos... mejoran mucho cuando se comparten o dialogan o vienen de dos en dos, como las cerezas. Y si dos es casi perfecto, ¡cómo será excepcionalmente la carambola de tres! ¡El enchufe trifásico! ¡La triple gemela en los hipódromos de Kentucky, de Ascott, de Long Champ! Ayer vi marcar un triple a Rudy Fernárndez de una elegancia suprema, y me dije: donde esté un buen triple... Pero no podemos hacer norma de lo excepcional. Y pasando del baskett al fútbol, un 'hat-trick' es una fiesta para un goleador, aunque sería excesivo si se convirtiera en hábito. Uno está bien para un rato y para algunas tardes; dos para casi siempre; tres para algunas fantasías y momentos muy gozosos pero difícilmente repetibles.


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