viernes, 14 de septiembre de 2012

tal vez soñar

Qué mala noche he pasado, dándole vueltas y más vueltas al precio de mi alma. Todo era una mera hipótesis, claro, un supuesto, por si se diera el caso de que el señor de la noche, el príncipe de las tinieblas, se me apareciese en sueños y me hiciera una proposición. Resistirme nunca ha sido mi fuerte. Y negociar, tampoco. En el regateo, en lugar de tirar hacia abajo, siempre acabo subiendo el precio de salida de lo que me venden. Por eso los gitanos del mercadillo me reciben con entusiasmo en cuanto me ven aparecer. Pues bien, si eso me ocurre cada verano, cuando me compro dos o tres pares de alpargatas en el mercadillo de mi pueblo, es mejor no pensar qué negociación haría si Luzbel me ofreciera un dry martini para "acercar posiciones". Me temo que le acabaría entregando mi alma a precio de saldo. Y eso es lo que me ha quitado el sueño esta noche hasta más allá de las cuatro de la madrugada. Durante esas horas en blanco, he barajado exigencias diversas: una larga vida plena de amor y viajes, cenas de viernes, buena música, buen vino, guapos biznietos... era condictio sine qua non de la opción A. Placeres nazaríes, lujos bizantinos y fiestas babilónicas constituían el núcleo duro de la opción B. El éxito y la fama (con todo lo que ello implica: fans, televisión, entrevistas, saras carboneros...) me tentó durante quince o veinte minutos, pero lo descarté, sabedor de que la vanidad es un placer efímero que exige mucho a cambio de muy poco, casi nada. Ya muy fatigado, en la alta madrugada en blanco, acabé por rendirme y pedir a cambio de mi alma dormir en paz cada noche de mi vida, y disfrutar de felices y placenteros sueños hasta el amanecer y más allá. Y ya puestos a pedir, yo elegiría un sueño cada noche, tan reales estos que superarían con creces la realidad de la vigilia. La vida despierto no podría competir en intensidad, en color, en peripecia, con las ocho horas de sueño continuado de mis noches. Yo mismo, cada tarde, describiría el sueño de la noche. Y así, un día, verdes praderas donde pastaba el búfalo; otro, Bugatti años 30 por la costa monegasca y la riviera italiana, bailando fox lentos junto al mar en pérgolas muy blancas  hasta el amanecer; hoy, por qué no, un sueño algo turbio y cinematográfico con visita a los casinos y los fumaderos de opio en Shanghai, en compañía de Gene Tierney con un vestido de lamé muy ajustado; quién sabe si mañana mi mujer y Marion Cotillard se disputarán mi compañía (ya que no mi amor, que solo a una pertenece) y tendré que poner paz y  concordia. Todo se puede arreglar. Y donde cenan dos, cenan tres. Pobre diablo, no sabe con quién se está jugando mi alma.  Ni a qué precio.

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