lunes, 17 de septiembre de 2012

rafael y compañía

Ayer, domingo,  revisitando en el Museo del Prado la exposición el último Rafael, recordé algo que había leído recientemente acerca del posible paralelismo entre el taller de Rafael Sanzio en la Roma renacentista y el de Andy Warhol -The Factory- en el Nueva York de los años 60 y 70.  Viendo esas sagradas familias, esas alegorías y retratos, y lo que de ellos se nos cuenta, queda claro que el joven maestro y sus discípulos se repartían el trabajo con criterios de productividad y eficiencia. Sin duda eran muchos los encargos -del Papa, de las nobles familias, de cardenales y banqueros- y no había tiempo que perder. Optimizaban los recursos, sí, porque un cliente es un cliente y siempre hay que mantenerlo satisfecho, tal como nos advirtieron Simon & Garfunkel en aquella canción, precisamente en los días en que The Factory funcionaba a pleno rendimiento. De modo que Rafael distribuía las tareas: 'yo me ocupo de la concepción general y de los personajes centrales del cuadro; tú, mio caro Giulio, te haces cargo de los secundarios, pero no te distraigas con i ornamenti, capito? El fondo, el paisaje, queda en tus manos, Gianfrancesco, va bene? E ora, a lavorare tutti!' Dicho así, parece como si fuera la cosa más rutinaria, casi como lavar y planchar, pero no es tan sencillo ser Rafael, ni tampoco Giulio Romano y Gianfrancesco Penni, entre otros discípulos (llegó a tener en su taller más de cincuenta, dicen, aunque dicen también que el número de amantes rafaelescos debió de ser infinitamente superior). La mayoría de sus poderosos o acaudalados clientes han pasado a la historia no por sus obras y ejemplo sino por haber sido 'clientes' de Rafael. ¿Se puede pintar tanto y tan bien en tan poco tiempo? ¿Se puede amar y ser tan amado como él, y tener tanto éxito y tantas celebrities llamando a sus puertas? Qué moderno, Rafael Sanzio. Intuyo que hubo de ser un excelente marketiniano, un gran comercial, un vendedor incomparable. Sin duda que sí, pero a la vez fue el artista inmenso y verdadero que amó la belleza como pocos y nos dejó (antes de cumplir los 37) momentos estelares como el Ritratto di Baldasarre Castiglione, y, cómo no, este banquero florentino y ya universal que tengo aquí delante: Bindo Altovitti. ¡Qué tiempos aquellos en que los banqueros parecían (alguno acaso lo era) bellos poetas enamorados! En fin, a veces es cierto que cualquier comparación con la actualidad resulta improcedente. No sé por qué, estoy imaginando una obra de teatro que reuniera a Rafael (1483-1520) y a Miguel Ángel (1475-1564) en un encuentro imaginario como el de La cena, de Jean Claude Brisville, donde Talleyrand y Fouché (Flotats y Carmelo Gómez) nos hicieron pasar en el Bellas Artes una noche que recordaremos siempre.
Mantener al cliente satisfecho ~ Simon & Garfunkel | DJ Allyn - La banda sonora de mi vida

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