lunes, 16 de julio de 2012

vicios

Cada sábado leo el artículo de Muñoz Molina en Babelia. En este último reflexiona sobre el vicio Stendhal. Dice MM del autor de La cartuja de Parma algo tan poco novedoso como que "escribe como respira", pero añade, eso sí, que lo hace de continuo "por afición y por vicio, por el simple hábito de hacerlo, igual que viaja o pasea por la calle o se sienta en un café o asiste a la ópera...", de igual modo que "Virginia Woolf  no sabía vivir sin anotar cada ocurrencia y cada sensación y cada recuerdo", o Bioy Casares, que cada noche transcribía lo hablado con Borges tras la cena amable y la sobremesa prolongada, y así fueron las cosas en casa de Bioy durante años de compartir mantel y conversación todas las noches. Yo creo entender ese vicio: se trata de intentar poner lo vivido a buen recaudo, para que las palabras no se las lleve el viento (?). Pero hay algo más. La escritura es adictiva, sí, porque a menudo produce una cierta ebriedad. La grafomanía es otra cosa: la practican sin remedio quienes viven en un permanente estado de ansiedad que les exige de continuo -qué horror, qué placer- una sobredosis tras otra. Sé por experiencia que cuando las palabras salen por su orden sin necesidad de corregir ni quitar o añadir nada en una secuencia sin reproche ni arrepentimiento... entonces sentimos algo que acaso nos recuerda a esa intensa y profunda calada del cigarrillo recién encendido, tras haber apurado un café negro, fuerte, caliente y espeso. Yo dejé de fumar hace años, pero no he conseguido dejar de escribir. Sin embargo, a diferencia del cigarrillo, la escritura es un vicio estrictamente solitario; en ese aspecto, estaría más emparentada con otros vicios, otros hábitos también adquiridos en la adolescencia. Naturalmente, me estoy refiriendo a la lectura. ¿A qué otra cosa si no podría referirme? ¿En qué estabas pensando, lector? Pero, como todo vicio -ya sea éste solitario o socializable-, el de escribir tiene su impulso inicial en algún punto del cerebro: primero surge un deseo balbuciente; acto seguido, esas imágenes van tomando cuerpo en morfemas, fonemas, lexemas... que son los latidos del idioma que unos dedos sensibles transcriben pulsando un teclado o haciendo correr la tinta sobre el papel. El viaje, pues, tiene un itinerario confuso y claro, como el paso de la noche al día, del impulso abstracto a las palabras concretas, de la mente que 'reinicia' a la pantalla del ordenador. Dicen los nutricionistas que somos lo que comemos, pero también es cierto, pienso yo, que somos lo que bebemos, lo que fumamos (o dejamos de fumar), lo que fantaseamos, lo que perpetramos a solas. Y también el modo, la frecuencia o el estilo con que hacemos todo eso.

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