viernes, 6 de julio de 2012

de vita beata

La vida del rodríguez en Madrid durante el verano goza de una leyenda golfa y un prestigio sólo apto para los muy muy vividores. Yo mismo me he ocupado y divertido alimentando esa leyenda, que en mi caso es una pura invención. Cada verano, cuando inauguro el estado civil de rodríguez, le digo a todo el mundo, ya sea de viva voz o por escrito, que da comienzo la temporada de festejos en mi casa: barra libre y orgías todas las noches, con gang-bang, intercambios, travelos venezolanos, estupefacientes diversos, porno duro (bonzage) y fin de fiesta flamenco hasta las claras del día. Y no faltará quien piense o sospeche que utilizo la técnica de la exageración hiperbólica para ocultar una cierta doble vida: la cara A sería la de una apariencia discreta, respetable; la B, un desmelene de crápula en garitos semiclandestinos muy recomendables (a condición de no admitir jamás haber estado en ellos). Yo, por vanidad canalla, dejo que circulen las dudas y sospechas sobre mi vida loca de rodríguez. Y lo cierto es que si tuviera en el desván un retrato mío como el de Dorian Gray, es muy probable que me entregara a la mejor mala vida y cayera rendido en los brazos del vicio (¡qué bonito!). Llegados a este punto, cómo no traer aquí aquellos alejandrinos inolvidables de Juana de Ibarbourou: "el inmenso bostezo de mi paz cambiaría / por el barro dorado de tus noches de orgía." Pero nadie quiere hacerme ese retrato. En realidad, llevo una vida monacal: me levanto al amanecer, ejercicio físico, comidas frugales, silencio, lectura, meditación, cantatas de J.S. Bach, horas y más horas en el scriptorium. Nunca suena el timbre, y rara vez el teléfono. Nadie me propone terrazas con gintonics de Hendrich o Miller's. Ay de los tiempos y veranos, cuando todavía casi joven y aún no del todo monje... Aunque para monje-monje, ninguno como este José Monge Cruz que está sonando ahora -Dios lo tenga en su Gloria- con estas bulerías inmensas (París, 1987) que quitan el sentido. Hacía tiempo que no escuchaba esta grabación cumbre. Camarón (con Tomatito siempre), más que un príncipe es un un arcángel que arrebata, tantos años después. De tal modo arrebata que, cuando José canta el cante (y no quisiera yo parecer aquí un Rafael de León) logra que uno se olvide de todo, incluso de que ya hace una hora o más de que es la hora de comer. Pero escuchando estos fandangos, y luego la taranta, y los tangos, y las alegrías... se le va a uno el santo al cielo, y olvida y olvida, y se deja llevar.

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