viernes, 20 de julio de 2012

perder para encontrar

Cada vez que busco una cosa aparece otra que había dado por perdida. Me ocurre con frecuencia. Hace unos minutos, buscando unos papeles para una cita médica, han aparecido unas gafas de sol que llevaban más de tres meses en paradero desconocido. Lo normal es conceder un margen de tiempo a las cosas (como a las personas) que desaparecen, pero, claro, cuando pasan los días, las semanas, cambian las estaciones y lo perdido siguen sin aparecer... ¿qué debemos pensar? De algún modo, las cosas, como los seres humanos, se cansan de nosotros y un buen día se van por ahí, a ver mundo, y lo normal es que no regresen. Yo lo entiendo. ¿Por qué una sola casa, un solo dueño, un solo dios, un solo amor? Desaparecer debería ser un derecho reconocido. Creo que perderse es o puede ser un arte, aunque sea el arte de birlibirloque. Y si sabemos perdernos bien, a nuestro regreso apareceremos muy mejorados. Durante medio verano o media hora hemos estado lejos, pero regresamos quizá algo más sabios o inmensamente ricos. Por eso no me desagrada extraviarme alguna vez a la caída de la noche. Y además, como respondió el policía al niño que le preguntaba si sabía dónde estaban sus papás: "pues no lo sé, chico, ¡hay tantos sitios donde esconderse!" Es cierto, hay tantos sitios... que lo raro sería no desaparecer de vez en cuando.Bares, cines, callejuelas, masajes, libros, puertos al atardecer... Nos pasamos la vida buscando unas cosas y encontrando otras. Por ej: bajas una de estas noches al cine de verano, aquí, en el barrio, y te conmueve la guapa chica joven que tienes delante -25 años, quizá-, perdidamente enamorada de su novio, que también bebe los vientos por ella, no hay más que verlos. '¡Que tengáis mucha suerte!' les deseas en silencio, romántico como eres. Cuatro días después, bajas al mismo cine de verano. Un par de filas más adelante, algo a tu izquierda, descubres a la encantadora muchacha de bello perfil y hermosos muslos torneados: sigue igual de enamorada y luminosa, pero, ay, esta noche es otro su amor, otro joven igualmente afortunado. Entre una y otra película, algo se ha perdido y algo ha llegado por sorpresa. Te quedas mirando a esa belleza radiante: qué feliz parece y qué enamorada está. Se apagan las luces y empieza Drive, cine negro del bueno. En el intermedio -visite nuestro bar-, miras a tu izquierda, dos filas adelante, y el amor resulta inocultable, jovial, impetuoso. Quieres creer que tú eres el único que está al corriente de las cosas. Luego, a la salida, pensarás que si no estuvieras tan retirado de la circulación, o sea, en otro tiempo, hubieras presentado tu candidatura ante la bella muchacha, tan alegre, para ver juntos la próxima película en el cine de verano. La vida es bella, cambiante, sorprendente.

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