lunes, 23 de julio de 2012

entre el pudor y la impudicia

Es una frase recurrente esa que afirma que a partir de los 40 todo hombre es responsable de su rostro. Y hasta cierto punto es probable que sea así. La herencia, la genética, son muy fuertes, y es posible que determinantes, pero los rasgos de expresión, el modo en que miramos o sonreímos acaban sometiéndose a la constancia de los hábitos, obedecen a una callada y cotidiana disciplina (eso dije, más o menos, en un poema escrito hace ya más de diez años). Vale, de acuerdo, no me voy a llevar la contraria por esta vez. Pero eso no es óbice para establecer otras responsabilidades. En igual o mayor medida, todos tenemos mucho que ver con nuestras casas: ellas hablan de nosotros... más allá incluso de lo que estaríamos dispuestos a admitir. Y como soy vallisoletano de nacimiento (además, del centro mismo de Valladolid), me voy a tirar un farol sin pestañear: dejadme media hora a solas en casa de un desconocido (cuadros, muebles, fotos, lámparas, objetos) y os diré quién es ese tipo, de qué pie cojea, de qué presume y de qué carece. Eso sí, en el caso de que en el salón hubiere estanterías con libros, admito que necesitaré algo más de tiempo para hacer un dictamen medianamente fiable. Ahora bien, si lo que predomina en esa biblioteca son los premios Planeta encuadernados en piel, los Goncourt igualmente encuadernados, así como La Novela Rusa en 20 volúmenes y los Grandes Premios Literarios editados por Plaza & Janés... con cinco minutos puedo arreglarme. Luego hay un tema, un temita, con el que yo soy quizá excesivamente beligerante: el mundo se divide dramáticamente en dos hemisferios: Lladró y no Lladró. Y aquí no hay componendas posibles, ni síntesis hegelianas ni cristo que lo fundó: aquí, o tierra o agua, o la bolsa o la vida: o eres de Lladró... o fusilarías a Lladró con todas sus pertenencias ¡sin el más mínimo sentido de culpa! Al contrario: exigirías todos los honores para ti y para los tuyos. Es apasionante 'leer' las casas. La mayoría de nosotros (no es mi caso) rara vez nos dejaríamos ver desnudos; sin embargo, casi todos mostraríamos alegremente nuestra casa a un amable desconocido. Así conviven nuestro pudor y nuestra impudicia. Me gustaría ser más desvergonzado incluso, más guapo y más provocador.

No hay comentarios:

Publicar un comentario