lunes, 30 de julio de 2012

ese punto kitsch

Es raro que no haya escrito ya este mismo post media docena de veces. Y lo es porque cada uno tiene sus perversiones; entre las mías ocupa un lugar no menor el reino de lo kitsch, lo cursi, lo hortera y otras hierbas de mal gusto. Ese reino acoge manifestaciones y espacios de los más diversos: desde peluquerías de barrio con unas fotos de peinados increíbles y miradas evanescentes hasta algunos bares -AbraxasÉbano nigth club, Magnolia's, Baby Jean, Mogambo- con las paredes forradas de una sintética piel de cebra y dos leopardas detrás de la barra, gobernando el garito y mascando chicle. También hay tiendas poligoneras especializadas en salones y dormitorios baratos que quitan el sentido: he visto cuadros muy muy pasteleros en la cabecera de la cama-piloto en los que, por ejemplo, un unicornio blanco parece querer besar a una doncella desnuda de dorados cabellos, grandes pechos, párpados caídos y labios entreabiertos, en una especie de alegoría entre porno y mitológica. En los 70 y 80, había boîtes y discotecas que tenían su punto de horterez caliente. Aunque ninguna comparable con aquella de la calle Leganitos, junto a la Gran Vía madrileña. Sólo estuve en ella una vez, primeros años 80, y en formato 'dobles parejas' (ellas pidieron peppermint con granadina, o sea, la hostia), pero nunca olvidaré aquel laberinto de reservados con celosía, pequeño sofá y teléfono conectado a la barra; la música era dulzona y ya muy pasada, tipo Enmanuelle, o Balada para Adelina, del almibarado Richard Clayderman, y también canciones 'románticas' como Sabato pomeriggio, de Claudio Baglioni ("gorrionsito, quéee melancolía"), o nuestro recio Pablo Abraira con su Gavilán o paloma. Claro que el templo kitsch por excelencia era El Samovar, muy cerca del hotel Palace: un sótano entre veneciano y canalla, barroco, abigarrado, operístico, con capitonés violeta y gruesos cortinones de terciopelo. En El Samovar viví, aunque esté mal decirlo, más de una noche de gloria, incluso alguna tarde de amor. Ya en el terreno de la ilustración, los carteles, los discos, la publicidad, etc, fue decisivo para el reinado hortera/kitsch el uso y abuso del aerógrafo, tran setentero y ochentero. Con ello alcanzó su climax una estética amanerada y artificiosa, pero resultona al cabo, que invadió todos los campos en mayor o menor medida. Todavía hoy, 30 años después, a veces veo coches macarras tuneados deliberadamente con esa estética discotequera de aerógrafo y fiebre del sábado noche. El tema da para un ensayo de 500 páginas bien documentadas e ilustradas. Quien esté capacitado, y se atreva con ello, que dé un paso al frente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario