jueves, 19 de julio de 2012

pantone y ascetismo

 "Cada época tiene su afán y su pantone", afirma Vicente Verdú. La frase es muy  de su estilo, muy propia de sus corrientes y desahogos que yo leo con fervor. Esos artículos suyos deberían ser de obligada lectura para ciertas profesiones: todas las relacionadas con la comunicación, el diseño, la moda, la semiología... Pues bien, hablando de colores y épocas, sostiene Verdú que el negro severo fue el color predominante del siglo XIX.. "Azul deportivo y bisexual" el siglo XX. A la década de los 90 le asigna "el radiante color plata" de los coches más atractivos. A los primeros años del siglo XXI, el blanco inaugural, vacío de contenido pero lleno de expectativas. Ahora, metidos hasta el cuello en la Gran Crisis, estamos "amarronados": prevalece el marrón mierda, observa Verdú. En fin, salgamos del estercolero, a ser posible con cierto estilo. Aquí, en la penumbra quieta de este cenobio casi cisterciense, las persianas permanecen bajadas durante el día y los estores también. En estas soledades brillan por su ausencia los colores vivos y los sonidos estridentes. Sólo se oye el zumbido sordo del ventilador, y cuando lo apago, como ahora, el silencio es un estruendo. Así pues, lo que me rodea es una atmósfera ascética y unas tonalidades sombrías donde el alma se serena. Cuando las altas temperaturas abrasan el exterior, no cabe otra cosa que penumbra, quietud y mucho hielo. Porque, como es sabido, el calor exaspera, nubla el entendimiento, desata las pasiones e incita a los peores crímenes. Por tanto, se impone la regla más austera: silencio, calma, meditación y scriptorium. Por supuesto, nada de televisión y telediarios. Nada de estridencias parlamentarias. Sé que si caigo en la tentación de pulsar el mando a distancia a las tres de la tarde... la cólera de Dios se va a apoderar de mí y voy a pecar muy gravemente con el pensamiento: soñaré durante la siesta que una legión de ángeles exterminadores -muy bellos, con cabelleras de oro y espadas de fuego- acuden a la llamada de los ofendidos, de los humillados, y arrasan sin misericordia toda esa podredumbre de color marrón castaño oscuro. Pero yo no quiero eso ¡ni en sueños! No soy puritano, ni colérico, ni justiciero. Y además, llegado el caso, llegados los ángeles de ojos verdes, es más que probable que yo también fuese pasado a cuchillo. Y el despertar de la siesta sería un horror.

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