lunes, 9 de julio de 2012

relato de verano / 3

En la anterior entrega habíamos dejado a Ginés tratando de averiguar de qué iba ese juego que su vecina TT le estaba proponindo desde la distancia en el post it: "...mañana viernes me puedes ver aquí, a través del espejo." "Alice". Sagazmente concluyó que, a través del espejo, Alicia quería llevarle al país de las maravillas. Hoy ya es viernes noche en el relato. Calor. Un macro gintónic en copa de balón aplaca la sed de Ginés y alivia la espera en el lento discurrir de los minutos. Ya rato que tiene sintonizado Paramount Channel, a la espera de que dé comienzo la  película a que aludía la nota. Cada poco va al dormitorio donde tiene instalado el artefacto de ver las estrellas orientado al espejo de sus vecina. En uno de esos viajes descubre que una de las dos persianas -la de la derecha- que tiene el gran ventanal de TT, ha sido bajada, con lo cual la mitad del escenario queda oculta a sus ojos, aunque, por fortuna, el espejo está en la parte visible, a la izquierda; sin embargo, el sofá ahora permanece vedado a la vista, aunque por muy poco. "Si empezamos así...", se lamenta Ginés, torciendo el gesto. En  vista de que nada sucede, regresa al cuarto de estar. Por fin, tras un larguísimo bloque publicitario, da comienzo una peli en blanco y negro que él reconoce de inmediato. La secuencia prólogo resulta inconfundible: una mano de hombre maduro sostiene un dulce pie adolescente mientras con la diestra va introduciendo con delicadeza suprema una pequeña nube de algodón entre los dedos de ese pie, a fin de separar unos de otros para facilitar la meticulosa tarea de pintar las pequeñas uñas de la perturbadora Sue Lyon, Lolita. Entre escena y escena, Ginés va y viene del televisor al teleobjetivo, a veces con parada en la cocina, para reponer hielo. Casi tres horas después (contando los cortes publicitarios) Lolita  ha terminado y Ginés está borracho, bastante borracho, aunque mantiene la capacidad de mirar y el deseo irrenunciable de averiguar qué sucede allí enfrente. Y sucede que... tras ajustar el zoom, aparecen dos dedos de una mano sosteniendo un pequeño pincel que recorre muy despacio la uña del dedo gordo del pie y extiende un esmalte rojo brillante, un rojo más bien oscuro, pero encendido, "como las pasiones más avasalladoras", fantasea Ginés desde su observatorio. La ebriedad no le impide saber que TT está reproduciendo para él  la escena prólogo de Lolita. Pero, llevado por la intuición, empieza a abrir campo muy despacio, desplazámdose a la derecha, milímetro a milímetro. Tal que en un plano secuencia programado, Ginés ha ido ascendiendo a través del espejo por la pierna desnuda de TT, para, tras un pequeño quiebro en la rodilla, continuar muslo arriba hasta alcanzar la delicada ingle. Ahí se detiene y aumenta zoom. Una gruesa gota de sudor se desprende de su frente y se estrella en la baldosa del suelo, apenas a un centímetro del pie descalzo. (Continuará)

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