viernes, 13 de abril de 2012

okupas

Llevo varios días viendo imágenes del Audi A1 Sportback. Me gusta ese coche; me recuerda al Golf GTI gris grafito que tuve en los 80. Y llevo también varios días queriendo hablar aquí de coches, pero por una u otra razón se me cruza algún tema y me cambia el itinerario. También hoy tendrán que esperar el sonido redondo del motor, el tacto del volante, la inclinación casi erótica al tomar una curva o ese momento en que llevas la diestra a la palanca de cambios, pisas el embrague y pasas suavemente de cuarta a quinta. Todo eso tendrá que esperar, porque una amiga me ha servido en bandeja de plata una idea más o menos fantástica. Para ahorrarme derechos de copyright, haré como si la idea fuese enteramente mía. La tesis sería ésta: alguien que ha entrado alguna vez en los sueños de alguien, estaría capacitado de algún modo para moverse o intervenir en el espacio vital del soñante. Porque, vamos a ver, si a Pirandello se le 'aparecen' sus propios personajes y le piden cuentas; si a Unamuno (con ser Unamuno) se le presenta en su despacho Augusto Pérez, el protagonista de Niebla, exigiéndole explicaciones, ¿por qué una persona real que se introduce en un sueño no va a tener acceso y capacidad -de algún modo, repito- para pasearse en silencio por la casa del soñante, curiosear en sus armarios, mirarse en sus espejos, extraer un libro de sus estanterías y leer algo al azar? Cuando uno se sienta a escribir de espaldas al salón y al resto de la casa, sabe por experiencia que detrás de él... pasan cosas, vamos a decirlo así. No seamos ingenuos: unos más, otros menos, todos recibimos 'visitantes'. Defender lo contrario sería negar la evidencia, y además, no por mucho repetir que "no hay nadie ahí, ¿verdad que no?" vamos a convencernos de que en efecto no hay nadie conteniendo la respiración en el pasillo. Existen sobradas pruebas de ello. Otra cosa es que miremos para otro lado, pero estar... están. Y ya no digamos cuando volvemos de viaje, tras unas vacaciones en que la casa ha permanecido vacía (o eso nos creemos). La verdad, no me molesta que anden por ahí. Después de todo, no me importaría ser uno de ellos algún día y visitar casas desocupadas por una semana, aspirar el aroma de algunas flores ajenas, entrar en dormitorios de amantes que ignoran mientras duermen lo que está ocurriendo a su alrededor, a escasa distancia de sus cuerpos rendidos, donde las sábanas revueltas dibujan arrugas que, como las rayas de los tigres, son obras de arte. Y no afirmo que tenga que haber alguien mirando; lo que digo es que si te despiertas en ese instante, notas que, en efecto, no hay nadie ahí, pero es evidente que lo ha habido hasta hace un minuto. O dos. Y no pasa nada.

1 comentario:

  1. A mi me da susto....., prefiero no pesar que es así. C.R.

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