viernes, 20 de abril de 2012

después de tanto tiempo

Llevaba casi 20 años sin leer nada nuevo de Blanca Andreu. Blanca fue compañera mía de facultad, aunque en realidad apenas coincidimos un trimestre o dos, de 9 a 10 de la mañana, en un aula pequeña a la que ella solía llegar con retraso; pero gracias a ello podíamos observarla impunemente unos segundos, hasta que tomaba asiento. Blanca era bellísima y, más que delgada, efébica; ya es un tópico decirlo pero es verdad que tenía el cuello esbelto, bizantino, los ojos navegables y una voz oscura que le sentaba más que bien a su poesía. Había ganado el premio Adonais con un libro muy joven cuyo título citaba todo el mundo: De una niña de provincias que se vino a vivir en un Chagall. No hay duda de que aquellos poemas tenían el aire de la época, la herencia de los novísimos, Venecia, Gimferrer, algunos porros (o lo que fuera), un particular surrealismo... Todo eso estaba ahí, pero también estaba ya su voz tan personal, tan reconocible. Quien más, quien menos, se sentía fascinado por Blanca Andreu, y muchos nos sabíamos de memoria o casi aquello de "amor mío, amor mío, mira mi boca de vitriolo / y mi garganta de cicuta jónica"; o bien "así, en pretérito pluscuamperfecto y futuro absoluto / voy hablando del trozo de universo que yo era..."; y sobre todo, cómo no, "di que querías ser caballo esbelto, / nombre de algún caballo mítico, / o acaso nombre de tristán y oscuro..." No puedo negarlo, esos versos me siguen conmoviendo, aunque es verdad que ahora de un modo distinto al de entonces. Pero, a lo que iba: con algo de retraso, he empezado a leer su libro de poemas más reciente: Los archivos griegos. Es otra Blanca Andreu, no hay duda. Tengo que leerlo despacio, y releerlo después, pero me gusta, sí, la música y el aire de los poemas leídos hasta ahora, y también la cita de Praxímanes que abre el poemario: "Centinela, ¿qué has visto en la noche?" Y el centinela responde: "He visto llegar la mañana." Debo decir aquí que nunca hablé con ella, pero sí la vi de cerca varias veces, nos cruzamos en los pasillos, observé su manera de andar y de moverse, escuché su voz leyendo poesía, su poesía. Hace tres o cuatro años, coincidimos en un restaurante japonés, Janatomo, junto a la Gran Vía; yo llegué con un grupo joven de compañeros de trabajo; ella estaba seria y sola en una mesa cercana; no me reconoció, claro; tampoco yo me acerqué a decirle, "hola, Blanca, ¿cómo estás?" Pero confío en que estará bien, porque es seguro que tras la noche, como el centinela de Praxímanes, ella habrá visto llegar la mañana con sus grandes ojos bellos de yegua jónica.

2 comentarios:

  1. ¡¡¡Sin comentarios!!!

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  2. Gracias, Luis Alfonso, por esta página que me has dedicado, tan elogiosa y llena de lirismo.

    Me encanta que me recuerdes bellísima e irreal. Sobre todo, irreal. También me gusta que cites a Praxímanes. Es algo que no debe olvidarse, especialmente en esta crítica anochecida que avanza sobre la Europa del sur.

    Por cierto, no te perdono que no me saludaras en el Janatomo.

    Siento curiosidad por el "aula pequeña": ¿ La de hebreo? Años después, presentando un libro de la ed. Trotta, me encontré con el profesor.

    Me has alegrado el día. Gracias de nuevo.

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