lunes, 16 de abril de 2012

cajón desastre

Tengo la costumbre (ya casi manía) de guardar artículos, recortar viñetas, apuntar frases, cosas que leo o escucho a cualquier hora, en cualquier bar o medio de transporte. No sé cuándo empecé a hacerlo, pero sí recuerdo carpetas con suplementos culturales del diario Informaciones, o crónicas deportivas del diario Pueblo, o reseñas de libros y críticas cinematográficas aparecidas en Dirigido por o en La Estafeta Literaria, Quimera, Barcarola, Los Cuadernos del Norte... Pura arqueología. Y estas cosas -como ocurre con los problemas de espalda, las malas posturas, el amor al cine, el malestar de los domingos por la tarde- con el tiempo no sólo no desaparecen sino que suelen ir a más. A día de hoy mantengo abiertas y muy vivas tres libretas que acogen ideas, frases, párrafos, direcciones (no todas recomendables). Una de ellas es un regalo de alguien a quien mucho quiero desde siempre, desde cuando yo era joven y ya enamoradizo: una moleskine de bolsillo en la que sólo apunto las cosas más divertidas o ingeniosas o gamberras, esos aforismos o diálogos de cine o brillantes monólogos que por sí solos nos indultan una mala tarde, un mal rollo de lunes (¡Dios bendiga los lunes!), una mañana de esas que no apetece estar de buen humor, vamos a decirlo así.  Por ejemplo: "No es tu media naranja, es tu exprimidor"; o bien este clásico de la observación: "los martillos lo ven todo en forma de clavo." Tres libretas, decía. La segunda es regalo de un viejo amigo, Antonio Piedra -nada que ver con María Lapiedra-, que lleva en la portada un logo de Chillida y un lema en la pagina 3: Scribendi nullus finis. O dicho en latín actual: Nunca se acaba de escribir. Lo último que he anotado en ella es una frase de Muñoz Molina leída anteayer: "Uno no escribe para contar lo que sabe, sino para saber lo que cuenta." En la tercera libreta escribo banalidades y ocurrencias, aunque también cosas breves que en medio segundo me producen fascinación o envidia.¿Como qué? Como el título de una novela de la que me ha hablado un amigo muy amigo desde hace ya treinta y tantos años: Los ojos de Natalie Wood. Qué buen título. Qué mirada para quedarse a vivir en ella. Aunque sea en el fondo del mar de Lope de Vega y José Hierro: "abre tus verdes ojos, Marta, que quiero oír el mar."

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