martes, 10 de abril de 2012

no sé si me repito

A veces tengo la sensación de repetirme, o de estar a punto de ello, y dudo si este posible post o aquel otro serán originales o los habré escrito ya. No es exactamente un déjà vu, pero sí una sospecha no del todo infundada, un cosquilleo en algún difuso lugar de la memoria. Es como cuando, al charlar con alguien, dudamos si lo que estamos revelándole se lo habremos contado ya o no hace tres días o una semana. Por eso utilizamos el recurso de "no sé si te he dicho que..."  Pero, como soy algo malmemoriado (aunque tengo una aceptable memoria para algunas citas, besos, momentos estelares más acá de Orión), me pregunto por principio si estaré repitiéndome; vamos, que pienso mal de mí 'por si acaso.' Y es que, después de mil noches de copas y conversaciones hasta las tantas, no resulta fácil mantenerse lúcido e irrepetido en todas las frases y momentos. Y si, además, de vez en cuando, mientes con arte (para que la conversación salga ganando), entonces el esfuerzo de memoria ha de ser mucho mayor. Aunque, claro, para al amante de la buena conversación resulta intolerable ser pillado en un renuncio, en una trampa de mal jugador (y mal tramposo): ello atenta contra la dignidad del buen conversador y contra el propio discurrir del relato. Repetirnos es la prueba de nuestras limitaciones. De igual modo que tenemos contados los días (los viajes, los libros, los amores), así también tenemos un número clauso de temas y de frases. Y a partir de ahí, variaciones. Intento no repetirme al escribir cada día en este blog, pero supongo que ello resulta inevitable. Después de todo, la vida se repite. Y para demostrarlo, ahí están los ciclos, la tradición, incluso el autoplagio. Por eso, cuando algo nos encandila por su novedosa originalidad, lo elogiamos con el adjetivo "irrepetible". Valoramos pues lo excepcional, lo distinto; y de ahí pasamos a lo raro; y de lo raro, por qué no, a lo "excesivamente peculiar u original": lo extravagante. Y todo ello para singularizarnos, huir de lo común, establecer diferencias con los otros. Pero acabamos repitiéndonos. Como se repiten la lluvia o el frío en Viernes Santo, las sentidas palabras de pésame en los duelos, las lilas en abril, las miradas sonreídas en mitad de un silencio, aprovechando una pausa, un espacio en blanco entre el sujeto y el verbo, o entre la acción del verbo y el matiz del predicado. No sé. Tiendo a creer que la única originalidad posible está en el silencio, en las ideas no formuladas, en los pensamientos no escritos. O, mejor aún, ni siquiera imaginados. Todo eso es verdad, pero también sabemos desde Lorca en Nueva York que "hay cuerpos que no deben repetirse en la aurora."

No hay comentarios:

Publicar un comentario