miércoles, 18 de enero de 2012

puro teatro

Ayer asistí al estreno de una obra de Calderón que, al parecer, llevaba nada menos que 150 años sin ser representada en España. Su título: En la vida todo es verdad y todo mentira. No voy a contar en este reducido espacio los vaivenes de la sinopsis, claro está, ni voy a meterme en camisa de once varas en relación con lo que hay en ella de filosófico, político, moral... "Una vida vale más que un reino", afirma uno de los personajes. Lo que sí puedo decir aquí es que en esta obra de teatro total -'total' porque lo tiene todo y de todo hay en ella- se produce un constante ir y venir entre la realidad y las apariencias, entre lo que parece ser y lo que es sin parecerlo, entre verdades que mienten y mentiras que acaso esconden la verdad. Por momentos, todo parece (quizá lo sea) un juego, un acertijo, pero un juego en el que todo se dice o se desdice por partida doble: a la vez una cosa y sus antípodas, un paso a dos en contrario, una coreografía de palabras en danza y contradanza. Lo pasé bien en esa partida de ping-pong entre Heraclio y Leonido. ¿Quién es quién? ¿Y quién es hijo de quién? La resolución del enigma se aplaza una y otra vez, y entretanto la certeza cede el paso a la duda, la realidad al sueño, la incertidumbre a la magia. Y siguen los paralelismos, simetrías, duplicidades, juegos de espejos, borgianos "laberintos, retruécanos, emblemas", trescientos años antes de Borges. Tras la batalla final (ya digo que hay de todo) las cosas se ponen en su sitio: muere el tirano y el destino hace justicia salomónica: abolidas las dualidades y eliminados los antagonismos, el legítimo heredero asciende al trono y el que no lo era es perdonado; este, a su vez, en agradecimiento, se convierte en el más fiel de los vasallos de todo el reino de Trinacria. Al final, el público, unánime, ovacionó largamente a todos los actores. A la salida, ya en la calle, la noche estaba fría, pero el corazón seguía caliente.

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