lunes, 2 de enero de 2012

club

Ayer, 1 de enero, Valladolid amaneció crudo y gris. Atrás quedaban noches bajo cero y días luminosos de cielos muy azules. A primera hora de la tarde, la ciudad desierta parecía Varsovia en los tiempos de la guerra fría. De vuelta a Madrid, pronto anocheció. Menos tráfico del esperado. En el coche sonaba uno de mis clásicos favoritos: Gymnopedies, Gnossiennes, de Erik Satie, en la versión suavemente jazzística de Jacques Loussier. Hay que admitir que un 1 de enero es siempre un día inhóspito, sin objeto, vacío de contenido y sin otra expectativa que un panorama diseñado para huir de este mundo... hasta el día siguiente. Por eso subí la temperatura y recurrí al disco de Satie/Loussier, para ponerme a salvo de escalofríos y desolaciones. Pero hay momentos y viajes de vuelta, a solas con nosotros mismos, en que sentimos que todo se precipita en la vida de un modo irreparable. Y eso produce una sensación o estado de vulnerabilidad, de indenfendión, como de hallarse uno a la intemperie. Y si además coincide con ese primer día del año que ni es día ni es nada.... pues peor que peor. No eran aún las siete de la tarde y hacía rato que la noche era cerrada; la niebla también. Al calor de la música, intentaba consolarme de la aceleración que adquiere el tiempo y de sus efectos. Me dejaba arropar por el piano de Loussier tratando de que todo quedara en una simple y casi dulce melancolía, y evitar así males mayores. Pero de pronto sucedió algo que cambió las cosas. En algún momento vislumbro entre la niebla, a la izquierda, junto a la carretera, una casita baja adornada con un juego de intermitentes luces navideñas, cálidas, acogedoras luces que parecen estar ahí para desear feliz navidad o año nuevo a los viajeros solitarios que cruzan la noche, etcétera. Me parece algo así como la casita encantada perdida en el bosque de los cuentos. Distingo en ella una delgada línea roja de neón, quizá una flecha, y más arriba, sobre el tejado, una caligrafía también de neón rojo que dice sencillamente: club. Sonrío por vez primera en todo el viaje. Me doy cuenta de que se ha acabado el disco y pongo al azar el CD que encuentro más a mano: suena Diana Krall interpretando en directo, entre otras, una versión del Fly Me to the Moon. Poco después levantó la niebla, pero hacía ya varios kilómetros que las cosas se veían de otro modo. Feliz 2012.

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