miércoles, 11 de enero de 2012

espías y vampiros

Recientemente he visto El topo -o si se prefiere, Tinker Taylor Soldier Spy-, una magnífica película de espionaje basada en la famosa novela de John le Carré del mismo título. Disfruté muchísimo con esa partida de ajedrez entre Londres y Moscú, con esa atmósfera helada y a la vez agobiante que recrea el ambiente sombrío de los servicios de inteligencia durante la guerra fría. El Goerge Smiley conseguido por Gary Oldman es realmente asombroso. Reconozco que -desde aquella inolvidable Operación Cicerón, dirigida por Joseph Mankiewicz, con un soberbio James Mason- siempre he sentido debilidad por las (buenas) películas de espías. Me apasionan. ¿Y qué relación tiene esto con los vampiros? Pues muy sencillo: el director de El topo es Tomas Alfredson, el mismo que dirigió en su país, Suecia, otra gran película 'de atmósfera', la perturbadora y muy poética Déjame entrar, tan distinta a todas las películas de vampiros que yo haya visto. Y no acaban ahí las coincidencias, claro: Gary Oldman fue el maravilloso Drácula de Coppola. Cómo olvidar sus gafas de cristales azul-violeta, su sombrero de copa, chaleco y levita grises en la escena del cinematógrafo, con su voz hipnótica susurrándole a Lucy una de las frases más románticas que conozo: "He cruzado océanos de tiempo para encontrarte." Y qué decir del cuello largo, limpio y virginal de Winona Ryder. Hay escenas en que ese cuello, esa yugalar intacta, resultan de un erotismo exasperante. Aunque es bien sabido que el erotismo es consustancial a Nosferatu y en general a toda historia de vampiros. Pero también, y sobre todo, esas historias son inseparables de un romanticismo sin remedio. Al final de Déjame entrar, la niña vampira y su amigo (de unos 10 años) viajan en tren; ella va oculta en una caja. A través de golpecitos desde el interior, se comunica con su compañero utilizando el código morse.Y lo que le dice es: "te envío un beso." Y él, con el mismo sistema, responde lo mismo, o algo muy parecido. Tac-tactac-tac-tac-tac... Al evocarlo ahora, me pasa como a Ingrid Bergman en París, que "no sé si son cañonazos o los latidos de mi corazón."

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