jueves, 3 de noviembre de 2011

pequeñas cosas

Mi post de ayer -reapariciones- tiene mucho que ver con algo que siempre me ha fascinado, empezando por su propia denominación administrativa: departamento de "objetos perdidos". Las cosas forman parte de una secuencia, de una cadena, y todo está en orden hasta que de pronto un eslabón se desprende de esa cadena y cae al vacío. Cada vez que algo se pierde provoca un pequeño cataclismo en el orden establecido. Hay un verso muy hermoso pero muy triste de Vicente Huidobro: "las horas han perdido su reloj." Perdemos las cosas cuando se salen de su órbita (qué desbarajuste) o cuando adquieren el don de la invisibilidad. En el primer caso, no hay nada que hacer: esas pérdidas han entrado en un agujero negro y son absorbidas por las tinieblas. El segundo ya es otro cantar: para recuperarlas hay que mirar hacia otro lado y hacerse el distraído, a fin de no advertirlas, no ponerlas a la defensiva. Cuanto más las busquemos, más invisibles se volverán a nuestros ojos. Yo sé que tengo cosas perdidas desde hace años que reaparecerán en su momento. Las reconoceré de inmediato, aunque ya no las encontraré del todo iguales a sí mismas, porque con el tiempo yo habré cambiado y mi percepción de las cosas también. Y es bueno que las pérdidas no se pongan de acuerdo para reaparecer todas a la vez: se dispararía la inflación emocional, nos encontraríamos con un overbooking ingobernable, nos crearían serios problemas de tráfico. Entretanto, cada día llegan miles de pequeñas y no tan pequeñas piezas huérfanas a los departamentos de "objetos perdidos". Claro que también muchas de ellas -tras meses o años de desamor, o incluso de recibir malos tratos- encontrarán la paz en ese territorio de acogida, y también la confianza en el porvenir que dan las buenas compañías y el no tener por dueño un desaprensivo, un insensible, un sujeto que desprecia o ignora los mejores verbos, los adjetivos más sutiles, los colores, las criaturas que se extravían o desorientan y piden ayuda o socorro, o una dirección, un departamento donde acojan a los extraviados, a los sin papeles, sin domicilio, sin avalista, sin nadie a quien recurrir en la gran ciudad. En fin, que, para algunas pequeñas cosas, siempre será mejor un discreto exilio -sin grandes lujos pero sin sobresaltos- que una mala patria de por vida.

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