lunes, 21 de noviembre de 2011

elecciones

Supongamos que en España hubiera habido ayer Elecciones. Y supongamos que se hubieran cumplido los pronósticos más pesimistas para el partido del gobierno y los más optismistas para la oposición. Suponiendo que así fueran los hechos, y teniendo en cuenta el actual estado de cosas, ¿qué deberían sentir los votantes de una y otra opción? Pues bien, los ganadores por abrumadora mayoria deberían estar contentos por la victoria, claro, y felices, pero horrorizados ante lo que le esperaría al futuro gobierno. Porque en ese caso no valdría recurrir a fórmulas como "no esperen milagros" ni frases por el estilo. ¿Cómo que no? ¿Qué otra cosa cabría esperar entonces? ¿No habíamos quedado en que lo suyo iba ser llegar y... besar el santo? Conociendo al candidato, este habría dejado caer en su campaña un único compromiso: el de hacer las cosas 'como Dios manda'. Con ese nivel de exigencia y de concreción, votarle se habría convertido en una pura cuestión de fe. Creer o no creer, esa sería la cuestión. ¡Y es tan tentador creer a ojos cerrados! De modo que ahora ya no valdría volverse atrás. El mensaje de los ciudadanos sería: Oiga, ya pueden empezar a hacer milagros uno tras otro, porque de lo contrario -después de todo lo que han dicho y de lo que han dejado sin decir- iban a quedar ustedes como unos embusteros, y muchos de sus votantes como unos ingénuos bobalicones que se creyeron (o quisieron creerse) sus fórmulas milagrosas. A los perdedores, a los muy muy perdedores, habría que decirles en ese supuesto que no sufran más de lo reglamentario. Que ahora les toca descansar un poco, meditar, reflexionar, leer, madurar, escuchar música, pasear tranquilamente bajo las estrellas del desierto... mientras dure la travesía, la cual ha de ser larga y difícil, como todas las travesías del desierto, empezando por la de Moisés, que le costó 40 años dirigir al pueblo de Israel desde el Sinaí hasta la Tierra Prometida, Palestina. Es triste perder, sí, no hay duda, pero a veces también puede ser un alivio. Un gran alivio. En fin, que, como dijo no sé quién, hay que mostrarse generoso con los derrotados y arrogante frente a los que gritan 'victoria'.

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