viernes, 16 de septiembre de 2011

salidas y llegadas

Aeropuerto de Barajas. Terminal 1. Salidas internacionales. Domingo 7 de agosto. Cinco de la tarde. Mucho movimiento de viajeros, maletas, carros. Largas colas ante los mostradores. Mayoría de jóvenes y estudiantes. Turistas. Algunos ejecutivos, pocos, modelo bussines school. Dos patinadoras se deslizan sonriendo entre los viajeros. A escasos metros de mí, una pareja de entre 25 y 30 años: él se va; ella se queda. La despedida está siendo dramática, angustiosa. El rostro de ella está bañado en lágrimas. Él trata de consolarla con todo el cariño del mundo. Pero no hay consuelo para esta mujer enamorada. Es un dolor infinito el que transmite ese rostro. Un puro desconsuelo. Varias veces tengo que bajar o apartar la vista; pero a la vez no puedo dejar de mirar, confiando en que de pronto ella sonría y se resuelva al fin esta tensión dramática. Doy unos pasos, a la espera de un final feliz. No lo habrá. Poco más allá, se abrazan dos, tres, cuatro parejas en situación similar, aunque sin tanto dramatismo. Hay mucho dolor y mucha verdad en esas despedidas, observo. Y pienso que podría ser un buen recurso para un guionista de cine: el personaje ni siente ni padece, está vacío, solo, incapaz de emocionarse con nada en su vida; por eso acude a veces al aeropuerto / salidas, para ver en vivo el dolor de los que aún pueden sentir dolor. Punto y aparte. Tres semanas después estoy en 'llegadas internacionales', esperando la vuelta de mi hijo. Durante casi una hora asisto a un auténtico festival de abrazos, besos, morreos espectaculares, gritos de entusiasmo y alegrías de todos los colores en los recibimientos continuos que se producen a la llegada de la novia, del novio, de la amiga del alma, de los recién casados, de jóvenes recibidos como héroes, de... De todos menos de aquel treintañero que, tres semanas atrás, se fue dejando a su amada con un dolorido sentir, como cuando se separa la uña de la carne. La coincidencia hubiera sido un milagro, claro. Yo mismo me hubiese abalanzado hacia él, hacia los dos, para abrazarlos y llorar de júbilo con ellos como un gilipollas. Y ya de paso, decirle al guionista que su personaje, al final de la película, no quiere asistir a más despedidas, más dolor, y decide cambiar "salidas" por "llegadas". The End.

No hay comentarios:

Publicar un comentario