miércoles, 7 de septiembre de 2011

paradero desconocido

En el post tan viajero que me salió el viernes pasado me guardé en la manga una jugada con la que sueño a veces: desaparecer por un tiempo. ¿Tres, seis, siete, catorce meses? Siempre me ha atraído esa imagen tan gráfica en que el cartero devuelve cartas de Hacienda o multas de Tráfico bajo el epígrafe "paradero desconocido", o algo así. Como soy cinéfilo sin remedio, sé lo que significa cruzar el río Grande para los fuera de la ley, para los perseguidos, para, por ejemplo, William Holdem, Esnest Borgnine, Warren Oates y demás hermanos mártires en Grupo Salvaje. O en La huida, tambien de Peckinpah, donde nunca estuvo más hermosa Ali MacGraw. Cruzar el río Grande es escapar de la rutina, de lo cotidiano, y si nos ponemos estupendos sería escapar a la fatalidad, y además -por fin a salvo de los federales- haciéndole al destino un corte de mangas bien gustoso. Y ya en la cantina del primer pueblito mexicano, tequileando entre Lupitas y guitarrones, leemos un cartel, escrito en español, por supuesto: "Bienvenido a Tierra de Nadie." Punto y aparte. Cuando éramos niños, en el colegio nos insistían en la diferencia que había entre libertad y libertinaje. Todos sin excepción nos sentíamos más atraídos por lo segundo. Decía Berlanga que "libertinaje es libertad y... algo más." Precisamnete 'algo más' es lo que buscamos siempre en todo. Y lo que se espera de nosotros. Estoy escibiendo muy deprisa, casi dejándome llevar, y no sé si lo que voy a decir tiene alguna relación con ello, pero me sigue fascinando un verso de Colinas en el que Giacomo Casanova, al final de su vida, perseguido por el Santo Oficio y refugiado en Bohemia, le dice a su benefactor, el conde Waldstein: "sueño con los serrallos azules de Estambul." Y yo con los viajes imposibles. Por ejemplo, los casinos y fumaderos de opio en el Shangai de 1930; alguna kasbah en Argel o Tánger donde refugiarse uno, como Jean Gabin en Pepé le Moko; el tiempo que lleve escribir un guión de ambiente colonial hospedado en una suite del Hotel Raffles de Singapur; algún trasatlántico de lujo, con big band y bellas mujeres bisex de los tiempos del Bugatti y el foxtrot... ¡Hay tantos sitios donde huir! Aunque a veces, una temporada en una 'casa de salud' y silencio, en los Alpes suizos, con mucho césped alrededor y mucha calma, con balneario, masajistas, talasoterapia, etc, sería un paradero desconocido idóneo para el tratamiento de la hiperestesia.

1 comentario:

  1. Que bueno Luis, invita a seguir tus pasos imaginarios con tan buen fin, yo hoy saldría con un billete de ida hacia ninguna parte, me gusta…
    C. R.

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