miércoles, 13 de abril de 2011

olvidanzas

La memoria es sorprendente: tan pronto inventa como olvida. El reloj de las horas al revés es un relato que escribí hace, no sé, entre 15 y 20 años. El escenario es un indefinido café colonial escorado hacia estribor, en un puerto de Las Antillas, presidido por un reloj de pared que avanza hacia atrás. Los clientes llevan allí años y años varados esperando que llegue el día de su juventud perdida en que fueron felices por última vez. El relato nos cuenta que son los viejos perdedores de todos los juegos, de todas las apuestas, náufragos en vida que han encontrado su refugio en el silencio de aquel lugar sombrío. Y leo algo que tenía olvidado por completo. "Alguien había grabado en una mesa a punta de navaja lo siguiente: en La nave de los tristes -que así se le conoce a ese café sin nombre- el tiempo avanza en dirección contraria al mundo, las horas retroceden, los plazos se descumplen, la sombra da al revés; aquí los hombres que tienen el pasado por futuro tan sólo esperan y miran al reloj, hora tras hora, día tras día, con la desesperanza vuelta del revés." Y así me entero de que a veces, de tarde en tarde, cuando el ron corre más de la cuenta en el viejo café, se organizan trifulcas a bordo porque alguien se ha ido de la lengua, dejando ver sus intenciones de entrometerse y quitarle la novia a un traficante holandés, una rubia platino que éste había conocido muchos años atrás, en el vagón restaurante de un tren de lujo que cruzaba Europa. Y me entero asimismo de que, a menudo, la proximidad del momento tan esperado por alguno en la marcha atrás del tiempo, pone nerviosa a la clientela y surgen no sólo disputas sino intentos de suplantación, así como ingeniosas artimañas "para hacerle trampas al pasado y cruzarse en el destino del otro." Pues bien, de todo eso... ni idea. ¿Acaso alguien hizo trampas y me suplantó el día o la noche en que escribí o pensé escribir ese relato? ¿Quién?

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